En un dialogo en sueños mantenido con Aristóteles, me hizo
comprender que todos nuestros actos y todas nues¬tras
determinaciones morales tienen por mira algún bien que
deseamos conseguir… o un mal que deseamos producir, por lo
que siguiendo sus argumentaciones tengo que afirmar que las
consecuencias de nuestros actos determinan los objetivos de
todas nuestras aspiraciones… y estos objetivos marcan el
contenido moral de nuestra personalidad.
Al hilo de su oratoria acepto que pudieran existir
diferencias entre los fines que uno se propone y los
objetivos que se consiguen, como también he de aceptar que
son los resultados que nacen de nuestros actos más
importante que los actos que lo producen, pues son en
realidad los que los marcan y definen.
Los actos, me afirma Aristóteles, tienen que estar regidos
por las normas recogidas en las Ciencias, cuando las
determinaciones que se han de tomar afectan al colectivo
sobre el que se aplican. Por lo que se desprende de su
retórica que todas las acciones que emprende el hombre deben
estar sometidas “.. a una cien¬cia especial que los domina…”
y es en función del conocimiento de esta ciencia por donde
han de discurrir las acciones del hombre o la mujer.
Para concretar sobre el objeto de nuestros actos, me dijo
“…es claro que el fin común de todas nuestras as¬piraciones
será el bien, el bien supremo…” Por lo que en función de lo
que se desprende de lo expuesto EL BIEN no es otro que el
resultado de nuestros actos. Llegado a esta conclusión no me
quedó más remedio que afirmar que en el análisis de los
actos hay que ignorar el preámbulo sobre los que lo motivan
para determinarlos en lo conseguido, sea el bien o el mal.
Abatido por el oleaje de su elocuencia he de aceptar por
convicciones que “…la ciencia más fundamental de todas;…
es…, la ciencia política I… Ella es. en efecto, la que
determina cuáles son las ciencias indispensables para la
existencia de los Estados, cuáles son las que los
ciuda¬danos deben aprender, y hasta qué grado deben
po¬seerlas…”
En función de su argumentación he de aceptar que la Ciencia
Política es la madre de todas las ciencias y “…ella se sirve
de todas las ciencias prácticas y prescribe, también en
nombre de la ley. lo que se debe hacer y lo que se debe
evitar…” , podría de¬cirse que su fin abraza los fines
diversos de todas las demás ciencias “… y. por consiguiente,
el de la política será el verdadero bien. el bien supremo
del hombre…”.
Es cierto, que el bien es idéntico para el individuo y para
el Estado, ya que éste, está subordinado a la suma total de
individuos que lo componen, individuos que toleran, aceptan
y consienten que en su formación los estados protejan
intereses que potencian su estructuración. Ya que para él,
el Estado por encima del individuo, están los individuos que
en su aglutinación consensuan su medio de convivencia que
evite el caos.
Por los razonamientos que me expuso, llegué a la conclusión
de aceptar que las consecuencias nacidas de unos actos, no
tan sólo son atribuibles a los individuos que los han
impulsado con su acción, sino también sobre aquellos que los
han tolerado por omisión.
En la construcción de los Estados es de debido cumplimiento,
la aplicación de las normas dimanadas de la Ciencia Política
y de todas las demás ciencias que la complementan. No
regirse por ellas es la adulteración del propio Estado que
se pretende construir, conllevando la voluntad de la
obtención de un fin indeseado para la mayoría de individuos
que lo componen.
El bien y lo justo, y lo indeseado e injusto, nos pueden
llegar a través de opiniones, de tal manera divergentes, que
el único modo de evitarlo será sosteniendo que lo justo y el
bien existen únicamente en virtud de la ley, siendo evidente
que en todo grupo existen los buenos y los malos, y la
experiencia histórica nos ha mostrado que son los malos los
que terminan devorando a los buenos. Por lo que para evitar
que perezca lo puro, lo que ayuda a la evolución efectiva
del grupo, nación o Estado por encima de cualquier otra
consideración lo que ha de prevalecer es la Ley.
En la estructuración del Estado o Nación hasta nuestros
tiempos nos han llegado dos formas diferenciadas, las que se
apoyan en la rigidez de los estamentos y las que carecen de
ellos.
En ambas concesiones su regulación parte del mismo mandato
que siendo Divino, los agnósticos lo han cogido como suyo,
por lo que en función de ello tenemos que aceptar que su
mandato es correcto al quedar establecida la simbiosis
anterior.
Por lo que lo justo y el bien para el Estado se tienen que
establecer sin quebrantar dicho mandato.
Mandato que trasmitido en el Monte Sinaí a Moisés también
fue asumido por los anarquistas para marcar su moral con la
que tenía que regir su comunidad: No quebrantar en el
prójimo lo que no desees que se quebrante en ti, o lo que es
lo mismo crear unas normas que te amparen a ti de la misma
manera que tienen que amparar a tu prójimo.
Cualquier Estado que no contemple lo contenido en el
anterior mandato ni es justo ni han encontrado el bien.
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