Con la llegada del Sr. Obama al
poder – a todos les ocurre lo mismo- cumplidos los primeros
100 días, presentó una serie de propuestas para el sistema
educativo. Algunas de ellas, polémicas, como tratar de
vincular el sueldo de los docentes a los resultados
académicos de los alumnos, encontrando una dura oposición
por parte de los sindicatos. Con pocos recursos y muchas
ideas, el Presidente pidió una alianza entre políticos,
docentes y familiares, para superar las divergencias y
mejorar, al perecer, el maltrecho estado de la educación en
Estados Unidos.
En estos días, presenta una nueva propuesta de reforma en la
que pide que el Estado tenga la potestad de acometer los
cambios necesarios sobre el 5% de las escuelas que peores
resultados obtengan, de acuerdo con los sistemas de
evaluación federales. Entre esas medidas se encuentran el
despido masivo de maestros y profesores. Los Sindicatos ya
han dicho que consideran ese extremo inaceptable. El debate
por la reforma de la educación tendrá lugar en los próximos
meses, dentro y fuera del Congreso.
Pero, antes de continuar, conviene saber que la conducción
del aparato educativo depende legal y formalmente de cada
uno de los Estados, combinada con un tradicional respeto al
principio de autonomía educativa de las comunidades locales
(distritos o municipios), siendo, por lo tanto, los
Parlamentos existentes en cada Estado los que, obviamente,
discuten y establecen la legislación educativa –niveles
primarios y secundarios-. La concreta política de cada
Estado es más bien competencia de su Junta Estatal de
Educación.
Centrándonos en la última propuesta, ya ha empezado a
encontrar una dura resistencia de los sindicatos, por lo
expuesto anteriormente con respecto a las competencias
educativas, que corresponden a los Estados, ya que el modelo
educativo de EE.UU está completamente descentralizado.
El Sr. Obama quiere mejorar el nivel educativo de las
escuelas públicas de EE.UU. De hecho, los Sindicatos de
profesores se han pasado los últimos años combatiendo las
deficiencias del Sistema Educativo Público, instaurado por
el anterior Presidente Bush, donde se puso en marcha un
método para evaluar la calidad educativa de los colegios a
través de una serie de exámenes de Lecto-escritura y
Matemáticas, impuestos y administrados por cada uno de los
cincuenta Estados.
La citada reforma produjo dos grandes problemas: por un
lado, los docentes de muchas escuelas se habían centrado en
formar a sus alumnos para aprobar los dos exámenes de las
materias citadas; por otro lado, que muchos Estados han ido
rebajando la dificultad de las pruebas para que sus escuelas
reciban más fondos, creando competitividad a la baja.
El mayor cambio sería un nuevo método para evaluar los
centros educativos, no sólo a través de esos exámenes, sino
según otras coordenadas, como asistencia a clase o
porcentaje de graduación de los alumnos.
El Gobierno Federal seguiría premiando a las escuelas más
exitosas con más fondos y castigando a las que peores
resultados obtengan, con cambios impuestos desde arriba.
Bajo estas directrices, las escuelas que consigan sobresalir
y demuestren avances reales, recibirán una mayor recompensa.
Por otra parte, la Federación Americana de Profesores, ha
criticado duramente el Plan de Reforma: “A pesar de la
prometedora retórica inicial, este plan se carga a los
docentes con el 100% de la responsabilidad y les concede un
cero por ciento de autoridad. En una ley que afectará a
millones de estudiantes y sus profesores, no tiene sentido
que los mismos carguen con la responsabilidad de garantizar
que los estudiantes y sus escuelas triunfen”.
También hay que tener muy en cuenta, que los maestros que
eduquen a niños de entornos pobres, que sufren penurias
económicas, se enfrentan a un desafío mucho mayor. Los
resultados de un examen no puede ser el único baremo. A
veces se dice que un maestro educa mejor cuando tiene buenos
estudiantes o cuando enseña a niños que tienen sus
necesidades básicas satisfechas. Y suele ser cierto, porque
un resultado no esperado es que muchas escuelas públicas de
zonas deprimidas, o aquellas que educan a niños con
necesidades especiales, han quedado sumidas en el fracaso.
Ya el Sr. Obama, en su primera propuesta, dirigiéndose a los
maestros, en tono amenazante, advirtió: “No pidáis más
dinero, no grupos de alumnos más reducidos, sin estar
dispuestos a considerar una nueva forma de evaluar mejor el
sistema”. Y continuó, con gran dureza: “Si un profesor se le
da una, dos o tres oportunidades, pero no mejora, no hay
excusas para que sigan enseñando”.
Siempre es bien recibido un cambio cuando el sistema
educativo no va bien, pero el pago por méritos individuales,
suele ser, en general, un método que conduce al fracaso.
Por otra lado, el Sr. Obama ha asegurado que le parece
reduccionista que sólo se juzguen a los alumnos por las
notas en Lecto-escritura y Matemáticas, y espera que tras la
reforma –si se lleva a cabo- se tenga en cuenta su
preparación general para cursar estudios universitarios. Sí
parece que está en lo cierto.
Lo que no parece lógico, vincular el sueldo de los docentes
a los resultados de los alumnos y al despedido, cuando los
mismos en aquellas escuelas que obtengan peores resultados,
vayan al paro. Es de esperar que las fuerzas vivas, Estados,
Sindicatos, docentes y familiares flexibilicen esas
propuestas. ¿Cómo se recibirían, en nuestro país, propuestas
como éstas?
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