En mis primeros años de ejercicio,
conocí a dos veteranos maestros, que presentaban el aval de
haber sido maestros represaliados por el franquismo. Eran
republicanos. D. Esteban estaba destinado en una localidad
próxima a mi destino y con relativa frecuencia coincidíamos
en aquellos llamados Centros de Colaboración, donde varios
grupos de escuelas participábamos, según zonas de
influencia. En sus ponencias, el maestro republicano daba
testimonios de su magnífica preparación, de su gran
experiencia, dejando en nosotros, maestros recién llegados
al ejercicio, una huella imborrable de su buen hacer. Nos
contaba, el bueno de D. Esteban, su azarosa vida, por las
enormes dificultades que tuvo que pasar, por su represalia y
por su vuelta a la docencia. Él lo refería como una anécdota
en su vida.
Peor lo pasó el otro compañero, D. Rogelio, que ejercía en
mi localidad. Él tuvo mala suerte al no conseguir su
incorporación, argumentando que también había sido
represaliado. No trabajaba, pues, en la enseñanza pública.
Se ganaba el sustento en un modesto local, especie de
chabola, ubicado en una barriada “tercermundista” –así la
definía él- donde acudían pequeños alumnos y alumnas no
escolarizados oficialmente, que contribuían con una modesta
aportación económica diaria, a veces, complementada con un
plato de pescados recién capturados por aquellos pescadores,
padres de sus alumnos. De toda forma, insuficiente para
atender a sus necesidades básicas. Era un magnífico orador,
que cuando coincidíamos, repetidas veces, nos contaba su
triste historia. Para los maestros “novatos era, escucharlo
una y otra vez, verdaderas sesiones de aprendizaje, haciendo
siempre hincapié en la puesta en marcha de una “escuela
activa”. Como su compañero de infortunio, dejaban en
nosotros imborrables huellas de sus experiencias.
Fueron muchos los maestros y profesores que pasaron a la
situación de represaliados por el franquismo. Muchas vidas
truncadas por la Guerra Civil, que condujeron a muchos a la
cárcel sólo por pensar de distinta manera, por su condición
de rojos. Unos con más suerte que otros consiguieron salvar
la vida ya que, por medio de juicios rápidos fueron
ejecutados. Al que le conmutaron la pena de muerte por
cadena perpetua, al menos sabía que, aún pasándolo mal,
redimiendo penas, saldría en libertad, después de muchos
años de condena –generalmente treinta años-, pero realizando
trabajos, en general, ejerciendo como tales, sobre aquella
población reclusa, mayoritariamente, analfabeta.
Una vez conseguida la libertad, había que realizar un
período de prácticas y jurar lealtad a los principios
fundamentales del Movimiento. Algunos, según la edad, una
vez incorporados, dispusieron de pocos años para ejercer la
docencia, por lo que, para conseguir una jubilación digna,
les faltaban años de cotización. Otros no pudieron contarlo,
porque se quedaron en la cárcel, ya que la vida era muy
dura. Habían lugares habilitados como prisiones, en
principio para, por ejemplo, 200 personas, donde se
hacinaban diez veces más.
En general, las líneas maestras seguidas por estos
educadores, se apoyaban en lógicos principios como “los
alumnos no se comportarán nunca como un adulto; si intentas
imponerles algo, lo rechazarán. Se debe razonar con ellos,
con cariño y paciencia. Este es el único camino para que
aprendan y respeten a los docentes.”
Los supervivientes de aquella escuela, piensan que los
maestros actuales no reciben la formación adecuada. Dominan
perfectamente las materias, pero desconocen cómo impartirla
en el aula, porque sus períodos de prácticas son mínimos.
Los maestros deben ser capaces de convencer a los alumnos,
de que estén en lo cierto de su argumentación. Es así como
se alcanza una autoridad moral sobre los niños, sin pensar
que ellos no son tontos y “palpan” enseguida. Hay, pues, que
confiar en ellos.
Piensan estos héroes que “destruyeron a la mejor generación
de profesores y maestros que ha tenido jamás este país, la
que se formó con el Plan Profesional de la II República,
aquella que “enseñaron a enseñar”, por lo que la práctica
tenía tanto o más valor que la teoría, lo que explica la
cantidad de artilugios que albergaban los centros
educativos, la mayor parte creados por los propios maestros.
Y quedan como testimonios, los relatos entrañables de
maestros convencidos de que las letras eran la mejor
herramienta para salir de la ignorancia.
Durante la II República, prima ante todo una igualdad en la
educación, también de género, de la mano de prestigiosos
especialistas en la materia, mientras que la Iglesia
defendía un sistema educativo dual. Se implantaron las
Misiones Pedagógicas y se renovaron las Escuelas Normales.
La figura del Inspector de Primaria se convirtió en un
verdadero orientador pedagógico. La escolarización se
extiende al mundo rural y se crean nuevas escuelas de
Primaria e Institutos.
Y conviene no olvidar una de las prestigiosas iniciativas
pedagógicas, truncada por la Guerra Civil, que representó un
hito pedagógico: la Institución Libre de Enseñanza, fundada
por Giner de los Ríos. Enraizada en los principios de la
filosofía krausistas, fue un alarde de auténtica renovación
que defendía el aprendizaje activo, la formación a través de
las artes y la escuela laica, por lo que hoy es necesario
rescatar y preservar su patrimonio intelectual, material y
moral…, siendo, para todos los docentes de la II República
el referente inspirador de toda la educación.
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