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OPINIÓN - DOMINGO, 4 DE ABRIL DE 2010

 

OPINIÓN / EL MAESTRO

“Les enseñaron a enseñar ...”
 


Andrés Gómez Fernández
andresgomez@elpueblodeceuta.com

 

En mis primeros años de ejercicio, conocí a dos veteranos maestros, que presentaban el aval de haber sido maestros represaliados por el franquismo. Eran republicanos. D. Esteban estaba destinado en una localidad próxima a mi destino y con relativa frecuencia coincidíamos en aquellos llamados Centros de Colaboración, donde varios grupos de escuelas participábamos, según zonas de influencia. En sus ponencias, el maestro republicano daba testimonios de su magnífica preparación, de su gran experiencia, dejando en nosotros, maestros recién llegados al ejercicio, una huella imborrable de su buen hacer. Nos contaba, el bueno de D. Esteban, su azarosa vida, por las enormes dificultades que tuvo que pasar, por su represalia y por su vuelta a la docencia. Él lo refería como una anécdota en su vida.

Peor lo pasó el otro compañero, D. Rogelio, que ejercía en mi localidad. Él tuvo mala suerte al no conseguir su incorporación, argumentando que también había sido represaliado. No trabajaba, pues, en la enseñanza pública. Se ganaba el sustento en un modesto local, especie de chabola, ubicado en una barriada “tercermundista” –así la definía él- donde acudían pequeños alumnos y alumnas no escolarizados oficialmente, que contribuían con una modesta aportación económica diaria, a veces, complementada con un plato de pescados recién capturados por aquellos pescadores, padres de sus alumnos. De toda forma, insuficiente para atender a sus necesidades básicas. Era un magnífico orador, que cuando coincidíamos, repetidas veces, nos contaba su triste historia. Para los maestros “novatos era, escucharlo una y otra vez, verdaderas sesiones de aprendizaje, haciendo siempre hincapié en la puesta en marcha de una “escuela activa”. Como su compañero de infortunio, dejaban en nosotros imborrables huellas de sus experiencias.

Fueron muchos los maestros y profesores que pasaron a la situación de represaliados por el franquismo. Muchas vidas truncadas por la Guerra Civil, que condujeron a muchos a la cárcel sólo por pensar de distinta manera, por su condición de rojos. Unos con más suerte que otros consiguieron salvar la vida ya que, por medio de juicios rápidos fueron ejecutados. Al que le conmutaron la pena de muerte por cadena perpetua, al menos sabía que, aún pasándolo mal, redimiendo penas, saldría en libertad, después de muchos años de condena –generalmente treinta años-, pero realizando trabajos, en general, ejerciendo como tales, sobre aquella población reclusa, mayoritariamente, analfabeta.

Una vez conseguida la libertad, había que realizar un período de prácticas y jurar lealtad a los principios fundamentales del Movimiento. Algunos, según la edad, una vez incorporados, dispusieron de pocos años para ejercer la docencia, por lo que, para conseguir una jubilación digna, les faltaban años de cotización. Otros no pudieron contarlo, porque se quedaron en la cárcel, ya que la vida era muy dura. Habían lugares habilitados como prisiones, en principio para, por ejemplo, 200 personas, donde se hacinaban diez veces más.

En general, las líneas maestras seguidas por estos educadores, se apoyaban en lógicos principios como “los alumnos no se comportarán nunca como un adulto; si intentas imponerles algo, lo rechazarán. Se debe razonar con ellos, con cariño y paciencia. Este es el único camino para que aprendan y respeten a los docentes.”

Los supervivientes de aquella escuela, piensan que los maestros actuales no reciben la formación adecuada. Dominan perfectamente las materias, pero desconocen cómo impartirla en el aula, porque sus períodos de prácticas son mínimos.

Los maestros deben ser capaces de convencer a los alumnos, de que estén en lo cierto de su argumentación. Es así como se alcanza una autoridad moral sobre los niños, sin pensar que ellos no son tontos y “palpan” enseguida. Hay, pues, que confiar en ellos.

Piensan estos héroes que “destruyeron a la mejor generación de profesores y maestros que ha tenido jamás este país, la que se formó con el Plan Profesional de la II República, aquella que “enseñaron a enseñar”, por lo que la práctica tenía tanto o más valor que la teoría, lo que explica la cantidad de artilugios que albergaban los centros educativos, la mayor parte creados por los propios maestros.

Y quedan como testimonios, los relatos entrañables de maestros convencidos de que las letras eran la mejor herramienta para salir de la ignorancia.

Durante la II República, prima ante todo una igualdad en la educación, también de género, de la mano de prestigiosos especialistas en la materia, mientras que la Iglesia defendía un sistema educativo dual. Se implantaron las Misiones Pedagógicas y se renovaron las Escuelas Normales.

La figura del Inspector de Primaria se convirtió en un verdadero orientador pedagógico. La escolarización se extiende al mundo rural y se crean nuevas escuelas de Primaria e Institutos.

Y conviene no olvidar una de las prestigiosas iniciativas pedagógicas, truncada por la Guerra Civil, que representó un hito pedagógico: la Institución Libre de Enseñanza, fundada por Giner de los Ríos. Enraizada en los principios de la filosofía krausistas, fue un alarde de auténtica renovación que defendía el aprendizaje activo, la formación a través de las artes y la escuela laica, por lo que hoy es necesario rescatar y preservar su patrimonio intelectual, material y moral…, siendo, para todos los docentes de la II República el referente inspirador de toda la educación.
 

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