El último zarpazo terrorista del
29 de marzo en Moscú, con 39 muertos, ha puesto con crudeza
sobre el tapete algunos planteamientos hacia los que está
derivando la versión del “Gran Juego” en la zona del Cáucaso:
en primer lugar y al igual que ocurre en otros
enfrentamientos asimétricos, la solución securitaria
primando la opción militar (sin duda también necesaria)
pudiera no ser la mejor de las opciones, puesto que en
conflictos de esta naturaleza parece fundamental lograr un
equilibrio entre los intereses propios y los de la población
local; en segundo lugar y de ello Rusia debería tomar buena
nota, la colaboración internacional es fundamental a la hora
de encarar con éxito la erradicación del terrorismo
islamista, precisamente por su carácter global; en tercer
lugar, debe y conviene separarse la insurgencia nacionalista
(encauzable hacia pautas aceptables para ambos
contendientes) del terrorismo islamista, aunque a veces
pueden solaparse; finalmente es importante afinar la
perspectiva y estudiar una estrategia compartida, pues la
amenaza a la que nos enfrentamos (también sufrida por la
amplia mayoría de musulmanes moderados en Chechenia, Oriente
Medio o el Maghreb) intenta catalizar en su provecho el
imaginario latente en el inconsciente colectivo de la “Umma”
o comunidad musulmana mundial: como horizonte final, la
proclamación de un nuevo Califato; como estrategia regional,
la creación de espacios liberados o “emiratos”, en
Afganistán, Sahel o el Cáucaso, al amparo de la sharia; como
azicate la reactivación de mitos susceptibles de utilización
como banderines de enganche (“Al Andalus” es ya
paradigmático); y, como táctica en el seno de Occidente
(donde ya viven unos 20 millones de musulmanes), la
utilización sin escrúpulos de perfiles propios de sociedades
abiertas.
Por lo demás el conflicto de Rusia con algunas de las ex
repúblicas socialistas soviéticas, de mayoría religiosa
musulmana, reviste algunas particularidades: la primera fue
el cierre en falso de la guerra chechena de 1999, dejando
sin encauzar el tradicional irredentismo del Cáucaso que se
ha convertido en un poderoso elemento desestabilizador; la
segunda es la aparición consecutiva de diferentes
conflictos, concanetados entre sí; la tercera sería su
evolución: del nacionalismo local al islamismo extremista
regional. Así, si inicialmente la guerrilla insurgente en el
Caúcaso era fundamentalmente en 1.991, de la mano del
prestigioso ex general soviético Dudáiev. un conflicto entre
el nacionalismo étnico checheno y Moscú, en la actualidad el
conflicto ha tomado un cariz religioso bajo el manto de la
“yihad” o guerra santa con una clara estrategia: proclamar
un emirato, ya realidad, que unifique las repúblicas del
Cáucaso (Chechenia, Ingushetia y Daguestán inicialmente)
bajo el imperio de la sharia o ley islámica.
Para todo ello el islamismo radical necesita organizar un
“ejército de reserva”, siendo el primer paso la “formación”
y el “adoctrinamiento”, de ahí el papel clave que desempeñan
las “escuelas coránicas”. Salvando las distancias asombra
que, a estas alturas, en Ceuta organizaciones radicales como
el Tabligh, entre otras, sigan cosechando apoyos de en su
proyecto de islamización de la comunidad musulmana. Una vez
logrado este objetivo, ¿cuál sería el próximo…?. En Moscú,
el presidente Dimitri Medvedev lanzaba su pregunta a los
cuatro vientos: “¿Qué ha ocurrido?. ¿Negligencia, traición o
una conjunción de actos criminales que no pudieron ser
prevenidos?”. Sería lamentable que un día no muy lejano en
Ceuta, siempre Ciudad Querida, algunos altos responsables se
vieran obligados a entonar el “mea culpa”… cuando ya sea
tarde.
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