Los peligros del mundo están en la
propia persona y en aquellos que lo permiten. A un ser
humano lo puede salvar otro ser humano, pero de igual modo
destruirlo. Hay que prevenir las viles hazañas y, en todo
caso, depreciar a sus autores. Las minas terrestres
antipersonas y los residuos explosivos abandonados tras las
guerras (incluidas las municiones de racimo) siguen
proyectando una importante amenaza, en particular (o incluso
principalmente) para el desarrollo socioeconómico y la
reconstrucción.
Ante estos hechos, hay que plantarse con el desprecio más
despreciable. No en vano, la venganza más cruel es la
indiferencia de toda venganza posible. Dicho lo anterior,
pongamos tolerancia cero frente a legados de conflictos ya
pasados o congelados que continúan causando muertes y
lesiones. Es cierto, son temibles las minas terrestres, pero
mayor es el peligro cuanto mayor el temor. Es un mar de
estragos la huella que dejan, plantémosle conciencia del
peligro y luego tomemos el impulso del valor. No se puede
retroceder. A lo mejor tenemos que saber sufrir de otra
manera. Considero, pues, un acto de prevención celebrar el
cuatro de abril como día de información sobre el avispero de
esta lacra. También como un momento de justicia, de gratitud
hacia las personas que se encargan de la remoción de minas,
arriesgando su vida en muchas ocasiones.
Es verdad que en la vida hay cosas más dignas de admiración
que de desprecio. De entre lo más despreciable está la
producción o uso de minas antipersonal. No hay argumentos
éticos que justifiquen esta locura. Jamás podremos ser
felices si vivimos enfrentados los unos contra los otros. Es
cuestión de humanidad. No hay defensa que supere la vida de
las personas. En los dos últimos decenios, más de sesenta
países y territorios han recibido la asistencia de las
Naciones Unidas a las actividades relativas a las minas.
Además de eliminar este tipo de armas, las iniciativas
relativas a las minas fomentan la capacidad local, devuelven
la dignidad de los supervivientes y construyen entornos
seguros para la población civil, las comunidades afectadas y
el personal de mantenimiento de la paz de las Naciones
Unidas. Las cosas no valen sino lo que se las hace valer, y
las proezas de las gentes que luchan contra las minas
antipersonales, merecen el mayor de los aplausos. Para
quitarse el sombrero.
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