Es raro el día que no me encuentro
a mi amigo Pepe. Tan raro como que al pararme con él no
hablemos unos minutos de fútbol y, sobre todo, del equipo de
sus amores, AD Ceuta, al que, por cierto, en esta temporada
a pesar de ser abonado no ha ido a todos los encuentros.
Para mí, personalmente y en persona, Pepe, tiene dos grandes
amores, su familia y su Compañía del Mar. Esa Compañía del
Mar donde han prestado su servicio militar tantos y tantos
ceutíes entre ellos, por qué no decirlo, mí padre.
Dejando estos dos grandes amores, que son los mayores de su
vida, siente pasión por su tierra, por el equipo de la misma
y por el Real Madrid. Y como hombre cultivado que lo es,
siente uno el placer de poder charlar unos minutos de lo
divino y de lo humano. Pues no todo, en esta vida, se va a
centrar en el deporte rey.
En ocasiones conversamos, además del fútbol o de lo que nos
parezca, me comenta que le encanta cuando escribo cosas
antiguas de nuestra tierra. De esta tierra de la que, ambos
dos, nos sentimos orgullosos de haber nacido en ella.
Y ayer, ahora que se acerca la Semana Santa, como no podía
ser de otra forma, después de charlar un rato sobre nuestro
equipo caballa, cambiamos la conversación hacia lo que se
comía en las casas por aquella época cuando se iniciaba la
Semana Mayor.
Quizás derivamos la conversación hacia aquellas comidas,
dejándonos llevar al compararlas con las comidas que hoy se
realizan y que marcan una gran diferencia con la de aquellos
tiempos.
Mientras hoy, salvo honrosas excepciones, se come lo que
haya que comerse sin tener que guardar vigilia alguna, en
nuestra época los jueves y Viernes Santos no se comía carne
en ninguna casa de Ceuta pues en todas ellas se guardaba la
vigilia.
En aquella época las comidas consistían en los garbanzos con
bacalao, las toritillas de bacalao y de postre las
consabidas torrijas al menos esos dos días de vigilia.
Por cierto, aún cuando las cosas con el paso del tiempo han
experimentados ciertos cambios, las torrijas siguen estando
en las mesas de muchos hogares ceutíes. Esta es una de las
tradiciones que no se ha perdido, en cuanto llega la Semana
Santa, a la hora de tomar el postre e incluso para merendar.
En nuestra época las torrijas se hacían en las casas de cada
uno de los ceutíes. Hoy, por supuesto, con la modernidad
este exquisito dulce se adquiere en las confiterías.
Adquirirlas en las confiterías no significa que estén mejor
que las caseras, simplemente, que hoy luchamos contra el
tiempo, pues no falta tiempo para todo. Somos esclavos del
reloj.
Las torrijas son fáciles de hacer. Se compra una barra de
pan, mejor que sea del día anterior, se cortan a rodajas, se
empapa en huevo y se echa a freír. Una vez fritas esas
rebanadas de pan, se embadurnan en miel y en caso de no
tener miel a lo pobre, como hacía mí madre y muchas madres
más, Se coge azúcar, se diluye en agua y esa mezcla hace el
papel de la miel. Oiga, para chuparse los dedos. ¿O no,
Pepe?
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