Algunos días, cuando busco la llave del aula de Lengua 2,
del Instituto “Siete Colinas”, me parece que la estoy
viendo, con sus vaquerillos y la típica coleta de estudiante
que ha pasado las suficientes horas frente a un libro como
para no atender demasiado a su aspecto.
En una ocasión, recurriendo a una broma que siempre gasto
sin perseguir un contrato en un programa de chistes
originales, sólo buscando un grato momento de distensión,
les dije a ella y a su amiga que qué hacían otra vez en
Jefatura de Estudios, que si “otra vez” se habían portado
mal. La rubia, sin ofensa, con sencillez, me miró y me
contestó con una frase resolutiva que las absolvía y que
terminaba con algo parecido a un “con lo buenas que somos
nosotras”. En efecto, yo ya había tenido ocasión de
comprobarlo.
Nazaret (con t) circulaba por aquellos enormes pasillos con
su carita adolescente de alumna brillante dejando tras sus
pasos un rastro de calidad humana y de humildad; de esa
humildad propia de las personas luchadoras a las que se ha
concedido el selectivo don de la inteligencia.
La dulce sonrisa magnificaba su aspecto de jovencita con
aire de mayor y contrarrestaba el efecto de su doble vida.
Cuando se preparaba para ser Nazare (sin t), esta
voluntariosa niña colgaba los calcetines del perchero de los
sueños y se ajustaba las medias del esfuerzo en una academia
de baile para resplandecer, algún día, con las excelencias
de su prematura vocación.
A veces nos preguntábamos cómo podía con todo. Las clases de
canto, los concursos (no tantos como parece, pero sí los
justos para requerir un sacrificio enorme), los festivales
abrían fuego en una línea paralela a su evolución académica;
eso sí, con distinto resultado. Uno de los dos mundos se
revelaba como difícil.
Para muchos padres que estén leyendo esta columna, el
complicado, sin lugar a dudas, es el del éxito académico,
con razón. Obtener esos sobresalientes resultados es
admirable y, desde luego, nada fácil.
Para Nazare (sin t), sin embargo, el empinado es ese en el
que se halla ahora inmersa, el de su sueño, el de ese sueño
que confiesa en los carteles de promoción y que, tal vez,
por fin, esté a un paso de conseguir.
La Nazare (con t) que yo conozco sabe que un gran logro
tampoco significa nada en ese ambiente del público y los
aplausos en cuya trastienda deambulan a sus anchas el olvido
o la envidia. Pero puede ser un buen comienzo.
Creo que ha llegado el momento de considerar la posibilidad
de organizarse para refrendar nuestro apoyo con un voto.
Puede que alguno de nosotros esté en contra de este sistema
exprimitorio del mensaje favorable, pero quizá no sea este
el momento de la rebelión.
Nazare (sin t) ha puesto el máximo de su parte regalándonos
espléndidos momentos de arte y espectáculo. Sin rendirse, ha
llevado su actuación con la confianza que reporta un trabajo
excelente y ha pregonado, como siempre, el nombre de su
ciudad, desde una perspectiva cercana, caballa-andaluza,
plena de mar, luz y belleza, según muestran las imágenes
grabadas.
Por eso Ceuta (con t) debe volcarse con Nazare (sin t).
Pocas cantantes como ella para ejercer de embajadoras de una
Perla (del Mediterráneo, con t) que salta a la actualidad
más como verja o como puerto indeciso o dudoso que como cuna
de ciudadanía indígena española.
Aunque sea por el simple egoísmo o el complicado interés
turístico-comercial, la Ciudad Autónoma (con t) puede
rendirse a los pies de una copla bien cantada aprovechando
esta garantía.
Cuando María Jiménez, como miembro del jurado, antes de que
se notifique el recuento de llamadas, vuelva a preguntar que
qué dedo se corta, refiriéndose a uno de los cinco
concursantes que este sábado disputarán el triunfo en la
final de “Se llama copla”, Ceuta (con t), pensará en
cualquiera de los otros porque esa noche uno de ellos, el
más útil (el pulgar), será el imprescindible.
De algunos es conocida mi pasión por “El dedo índice”, ese
que señala y denuncia, al tiempo que mi rechazo por el
corazón si va a emular un mal gesto, pero hoy, como en el
circo romano me declaro devota del pulgar, ese que
alzaremos, al concluir la gala, en señal de victoria (con T)
de Nazaret.
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