Son ellos, son ellos? ¡Oh, no, no!”. La angustia de una de
las vecinas de la abuela paterna de Ilias y Naira, los
pequeños que murieron ahogados en el puerto el viernes,
reflejaba el drama de la familia, cuyo dolor fue compartido
ayer por muchos ceutíes que se acercaron a mostrar sus
condolencias a los domicilios de los padres. La mujer que
preguntaba con zozobra en presencia de los periodistas de El
Pueblo a sus convecinos llegaba con una maleta y el
periódico con la mala noticia en una bolsa. “Aquí traigo el
periódico, pero ¿son ellos?”, insistía como para cerciorarse
de algo que es difícil de asumir. Instantes después, tenía
la oportunidad de abrazar y besar a una de las tías paternas
de los infortunados niños, a cuya familia se la conoce en
Ceuta como ‘los Casablanca’.
“Ayer estaban aquí, los ví ayer”, se lamentaba otro vecino
del Poblado de Regulares, una tranquila barriada
conmocionada por la tragedia. Con lágrimas en los ojos, el
hombre apenas acertaba a explicar que conoce a Abdelkader,
el padre, un hombre joven, y a su familia de toda la vida.
“¿Les llevo a su casa, es ahí mismo?, se ofrecía amablemente
una mujer. En la angosta calle en la que se sitúa el
domicilio de la abuela paterna, donde residía el padre de
los pequeños tras la separación del matrimonio, hace unos
meses, se agolpaban familiares y allegados. Una mujer
consolaba al padre, que con la cabeza entre las manos,
acurrucado, lloraba apenas en un evidente estado de
conmoción. Al querer pronunciar el nombre de su hija mayor,
de 10 años y hermana de los fallecidos, se le quebró la voz.
Tan sólo cabía darle el pésame y dejarle en compañía de los
suyos, que repetían, acompañando sus gestos de incredulidad:
“No sabemos qué ha podido pasar”.
Otros vecinos también recordaban la última ocasión en que
vieron a los niños con su madre, “en el paseo del Revellín
un día antes”, “y con su padre coincidí ayer en la frontera
cuando volvía de Marruecos”, recordaba compungido uno de
ellos.
En esos momentos, la madre permanecía aún hospitalizada,
según señalaron desde el Ingesa, en observación, estable y
pendiente de su valoración por un psiquiatra antes de darle
el alta, algo que sucedió unas horas después. Precisamente
ella era el centro de los lamentos: ¡Esa madre, pobre, qué
desgracia!, repetían en Poblado de Regulares, donde dicen
que es “una madre ejemplar, siempre con los niños colgados a
todas partes”.
Las escenas de dolor y de acompañamiento a los familiares se
reproducían en la calle Canalejas, domicilio de la abuela
materna y en el que los dos chiquillos residían junto a su
hermana mayor y su madre, “donde se han criado”, señalaban
sus vecinos de Regulares.
Muy cerca de la vivienda de Canalejas, en la parada de taxis
de la plaza de Azcárate, los compañeros de Abdelkader no
dejaban de comentar el caso. El joven, explicaban, “echa
horas” a bordo de uno de los vehículos de la compañía Radio
Taxi para completar su sueldo de fin de semana en Urbaser,
donde trabaja en el servicio de cuba. Otros conocidos lo
identifican como gran aficionado y jugador de fútbol.
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