Homenaje de la Televisión al
escritor que ha muerto. Parte de ese homenaje radica en
proyectar las películas hechas de sus novelas. Veo ‘La
sombra del ciprés es alargada’. Cuya versión
cinematográfica, dirigida por Luis Alcoriza, nunca
agradó a Miguel Delibes. Y así lo manifestó éste
siempre que fue preguntado al respecto. Vuelvo a ver ‘Los
santos inocentes’. Y me deleito con la actuación de Juan
Diego, de Terele Pávez, de Agustín González,
etcétera. Y, sobre todo, de la interpretación que hace
Francisco Rabal del personaje de Azarías: un
tonto.
Miguel Delibes, en ese librito delicioso, titulado ‘Pegar la
hebra’ (donde nos invita a conocer y participar de los temas
más diversos: las anécdotas de trato con personajes como
Orson Welles, Francisco de Cossío o Joaquín
Garrigues, entre otros), dedica un capítulo, ‘La mirada
del actor’, a opinar acerca de cómo hay actores a los que
afecta su paso del teatro al cine, o a la inversa, mientras
otros, por ser versátiles, apenas notan el cambio.
Pero no se trata de recordar todo lo que nos dice el
inmortal escritor de las diferencias existentes entre el
cine y el teatro, desde que el primer plano vino a
revolucionar la expresividad anteponiendo el gesto al
ademán. Por aquello de que hay que tener en cuenta que a
partir de la décima fila de butacas los rasgos del actor se
difuminan, sus palabras se pierden, y entonces el actor,
para hacerse comprender, debe reforzar no sólo el volumen de
voz sino también su mímica. No. Se trata de reproducir la
opinión que el escritor vallisoletano tenía de la
interpretación de un tonto en una película.
-La interpretación de un tonto en una película suele ser muy
socorrida. El exceso apenas se percibe; las dosis de gestos
y ademanes no están tasadas, no claman. Y si además se le
pone un pájaro en la mano, las posibilidades de acertar se
multiplican.
Sin embargo, bien pronto aclara Delibes lo dicho para evitar
interpretaciones erróneas. “En la interpretación del
personaje de Azarías cabe la demasía, pero Francisco Rabal
no incurre en ella. Su tonto es un tonto comedido, templado,
absolutamente convincente”. Y a partir de ahí hace ya el
artículo del gran Rabal, inconmensurable como actor.
De los tontos, que no suelen ser ni buenos ni agradecidos,
nos libre Dios. Y, desde luego, si al tonto le da por
incurrir en la demasía, en los excesos, en los ademanes
improcedentes y chabacanos, en la sobreactuación por
sistema, tenemos a un tonto que podría hacer de tonto toda
la vida. Si nos atenemos a lo que pensaba el autor de ‘Los
santos inocentes’: “El exceso apenas se percibe en la
interpretación de un tonto en una película”.
Ahora bien, los tontos, a partir de la interpretación
magistral que hiciera FR del personaje de Azarías, han
tratado de parecerse a éste. Es decir, aspiran a ser tontos
templados, comedidos, absolutamente convincentes. Para que
de ellos, que los hay en todos los sitios, se pueda decir
que destacan sobremanera como tontos por su gran parecido
con el Azarías. Qué pena que nuestro tonto oficial no se
haya dado cuenta aún del asunto. En fin, nadie es perfecto.
Y este tonto nuestro, tan presuntuoso él, terminará metiendo
la cabeza debajo del ala. Que es el sino de los tontos como
él.
(Para combatir a ciertos tontos son necesarias inteligencias
(!) como las mostradas por Santiago Vicente Pecino y
Dani Vicente Muñoz.)
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