Las encuestas dicen que los
políticos son para los españoles más problema que el
terrorismo y la inmigración. Semejante sentir es de una
gravedad incuestionable. Y la noticia tendría que haber
causado una tremenda desazón entre quienes se dedican a
ejercer una actividad pública, que no deja de deslizarse
hacia la sima de la impopularidad. Y que, según el
pensamiento ciudadano, si no ha tocado fondo está ya a punto
de hacerlo.
Lo cual no deja de ser una creencia muy peligrosa. Porque no
olvidemos lo que se suele decir de la democracia: que es el
sistema político menos malo. Y, por encima de todo, que
subsiste porque todavía nadie ha ofrecido la posibilidad de
sustituirlo por otro mejor.
Es cierto que los políticos nunca han tenido buen cartel. Y
que a la hora de juzgarles se tiende a generalizar las
peores actuaciones de una parte con la de todos. Pero
quienes deciden hacerse profesional de la política han de
asumir a su vez que están tan expuestos a las críticas como
a la gripe.
A las críticas negativas no se acostumbra nadie. Y cuando se
aceptan son a regañadientes y en ocasiones usadas con fines
egoístas para que devuelvan con creces dividendos por haber
dado ese paso que tanto nos cuesta dar cuando erramos en
cualesquiera actividad. Y ya no digamos nada de los
políticos; cuya popularidad depende de que su imagen no se
vaya deteriorando con los yerros cometidos y que van
saliendo a la palestra. Y que, más pronto que tarde,
terminarán pagando en las urnas.
De modo que los políticos, en general y por sistema, tienden
a evitar las críticas que le son desfavorables. Y sus
asesores, o personal de confianza, piden a todos los santos
cada día para que los opinantes no se hayan cebado con el
jefe. A fin de que el carácter avinagrado de éste no les
suponga a ellos tener que aguantar los malos modos de la
criatura, durante horas y horas.
Tampoco entienden los políticos algo que es de cajón: los
políticos que van dando muestras de riqueza, cuando antes de
participar en la política activa andaban trampeando o a la
cuarta pregunta, infunden sospechas graves... Claro,
circunstancias tan negativas siempre, tan detestadas por el
pueblo, en tiempos de crisis despiertan odios encarnizados y
pone a las gentes en pie de guerra. De ahí que salir a la
calle para pedirles a los ciudadanos que opinen sobre la
clase política es, sin duda, la ocasión que esperan para
desahogarse contra ella. Para mostrarles su repulsa. Para
gritar a los cuatro vientos que los políticos son una panda
de aprovechados que no miran nada más que por sus intereses.
Aunque nunca antes habían llegado los ciudadanos a
manifestar que los políticos son más problema que el
terrorismo y los inmigrantes. Lo cual prueba que la gente le
ha perdido ya el respeto a la democracia. Y esa falta de
respeto, según dijo alguien importante, se recupera con más
democracia. Y el primer paso es que en las listas
confeccionadas por los partidos, para acudir a las
elecciones, tengan cabida los mejores candidatos y nunca los
más serviles, despreciables y rastreros.
Me sería fácil escribir algunos nombres y apellidos de
quienes desprestigian la política. Pues en todos los sitios
cuecen habas. Pero pondría en peligro la columna. Y ya está
bien...
(Francisco Javier Sánchez Gallardo pertenece a la
crema de la intelectualidad (!) ceutí.)
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