Muere Miguel Delibes.
Maestro de la lengua castellana. Maestro de periodistas y
escritor genial. Uno se ha leído todo lo habido y por haber
de este vallisoletano que decía que la provincia es mejor
que Madrid para escribir novelas. Ya que en provincia se ven
las vidas redondas, empezar y terminar, y eso es bueno para
el novelista. En cambio, en Madrid, una ciudad grande, la
gente se te pierde de vista y es más difícil terminar el
retrato.
Sí, en provincia todos estamos abocados a que nos hagan el
daguerrotipo de cuerpo entero. Y mucho más en las ciudades
pequeñas, donde por más que tratemos de eludirlo, en
cualquier momento vemos nuestra imagen expuesta en los
salones adecuados al efecto. Y sobre todo en las calles, en
bares y restaurantes, y en casa, un suponer, de los
Macanas que han invitado a merendar a los vecinos del
quinto y se meten en una conversación sobre cómo es posible
que el vecino del segundo haya hecho una fortuna en tan
corto espacio de tiempo o esté liado con la viuda del sexto.
Quienes viven en provincia, y mayormente en ciudades
pequeñas, están siempre en el punto de mira de todos los
objetivos. Porque lo que más apetece es obtener la mejor
fotografía de los demás. Y dado que se cuenta con mayores
facilidades, en vista de que las distancias son cortas, pues
miel sobre hojuelas.
De manera que casi todos acabamos siendo unos mirones
emboscados y atentos a ver si obtenemos una película
completa de ese fulano que nos cae tan malamente como para
desacreditarle. Y anunciar a bombo y platillo que le hemos
cogido en posición desairada y en el sitio inadecuado.
Máxime si el fulano destaca en algo. Pues ya sabemos, y así
nos lo recuerda a veces Manuel Alcántara:
–Columnista. Maestro de la metáfora, de la paradoja,
sentenciador admirable, con rasgos indiscutibles de humor
frío, personal e intransferible- “El que destaca en España
se la juega”.
Pero es todavía peor que el hombre destaque en provincia. Y
el colmo de las desdichas es que haya ganado fama de lo que
sea en una ciudad pequeña. A partir de entonces, ya se puede
ir preparando. Puesto que en cualquier momento se forman
oscuras alianzas que intentarán a toda costa bajarle los
humos. De ponerle en su sitio. Es decir, a la altura del
betún para que aprenda que en los sitios pequeños está
prohibido destacar en nada. Que en estos sitios se cumple a
rajatabla lo que los griegos llamaban condenar al ostracismo
a todo aquel que sacara la cabeza por encima de lo acordado.
Lo malo es que el ostracismo adquiere aquí caracteres de
venganza en todos los aspectos.
Y lo harán, además de exhibiendo esa fotografía redonda,
conseguida tras un tiempo de andar como expertos voyeuristas
tras las andanzas del fulano, con las explicaciones
habituales que suelen proporcionar los sepulcros
blanqueados. Los tartufos profesionales. Los taimados por
sistema. De estas criaturas, conocidas por todos los
residentes en provincia, y más si lo son en ciudades
pequeñas, se sabe que, teniendo edad para dormir a pierna
suelta, padecen de insomnio recalcitrante. Y más grave aún:
cuando beben para olvidar sus malas acciones terminan casi
siempre en el ambulatorio que les coge más a mano.
(Destacamos a María Ramos Rodríguez por su obra (!)
literaria.)
|