El Día Internacional de la Mujer
conmemora, desde hace años, la lucha de la mujer a lo largo
de la historia por alcanzar un reconocimiento legítimo,
recogido en todas las constituciones democráticas, su
participación en cualquier actividad en igualdad con el
hombre. Una idea, que surgió al final del siglo XIX, en
plena revolución industrial y durante el auge del movimiento
obrero. Una conmemoración que recoge una lucha ya emprendida
en la antigua Grecia por Lisístrata, quien empezó una huelga
sexual contra los hombres para poner fin a la guerra, y que
se vio reflejada en la Revolución francesa aunque, no fue
hasta los primeros años del siglo XX cuando se comenzó a
proclamar la celebración de una jornada reivindicativa
específica para la mujer y sus derechos.
Es momento de recordar las penurias sufridas por quienes han
visto cercenados sus derechos fundamentales durante siglos,
supeditadas en todo momento a la supremacía del falso “sexo
fuerte”, el hombre. La historia esta repleta de relatos
épicos que describen la penosa lucha de la mujer por
alcanzar derechos reconocidos como esenciales destacando
entre ellos, el fatídico 25 de marzo de 1911, en la fábrica
Triangle de la ciudad de Nueva York, donde más de 140
jóvenes trabajadoras murieron en un trágico incendio
provocado, circunstancia que supuso cambios importantes en
la legislación laboral y en las celebraciones posteriores
del Día Internacional de la Mujer
Por todo ello, el día 8 de marzo se convierte en un fecha
simbólica en la que se pretende concienciar a la sociedad en
general sobre el relevante papel que la mujer debe asumir en
todos sus ámbitos para lo cual, siempre según mi modesta
opinión, deberíamos hablar de una labor en la que se debería
incentivar la participación del hombre por dos motivos
fundamentales; como máximo responsable de esta
discriminación pero, también como co protagonista en la
consecución del objetivo final, la igualdad de género real.
Sin ninguna duda, una labor complicada que necesita del
compromiso leal de todos, hombres y mujeres.
En definitiva, el día 8 de marzo debería convertirse en un
grito generalizado de la sociedad en general, hombres y
mujeres, unidos alrededor de una única reivindicación
posible, la igualdad de género real. Por todo ello, actos de
reconocimiento, entrega de premios o actividades sociales a
partir de este momento, deberían reconocer la labor de todos
sin exclusión alguna, en igualdad de condiciones, valorando
el esfuerzo, el trabajo y la capacidad desarrollado por
quienes han luchado en la consecución de este objetivo
final. Por tanto, sin ninguna duda, el día 8 de marzo debe
ser un día para sumar, jamás para restar.
|