Sigo sin atreverme a salir a la
calle en este martes, que es cuando escribo, debido al
catarro. Aunque me quedo en casa mayormente para recibir a
un matrimonio amigo que hemos invitado a comer. Llegado el
momento de sentarnos a la mesa, recordamos que ayer se
celebró el Día Internacional de la Mujer Trabajadora y la
lucha que siguen manteniendo por el trato de igualdad que
aún no han conseguido en medida tan justa como necesaria.
Abro el debate yo con un párrafo sentencioso y que no tiene
nada que ver con el motivo de la celebración. Aunque me
parece oportuno para que la charla vaya adquiriendo cuerpo.
“La diferencia que hay entre los hombres y las mujeres es
que ellos hablan bien de ellas y las tratan mal, mientras
que ellas hablan mal de ellos y los tratan bien”.
Responde la mujer de mi amigo. Mira, Manolo, eso te lo he
oído decir hace ya mucho tiempo. Fíjate si es así, que te
voy a recordar que tú aclarabas que lo habías leído en unas
declaraciones hechas por un médico internista.
Reconozco que yo no me acordaba ya de haberlo escrito. Pero
pienso que es bueno poner a prueba la memoria de mi amiga y
la invito a que me diga las razones por las que hombres y
mujeres actúan de esa manera. Y me encuentro con que ella se
había aprendido de memoria las razones que daba el médico
internista para que hombres y mujeres actuaran de manera tan
distinta.
Los hombres, Manolo, necesitan alabar a sus mujeres
por una razón fundamental: para tranquilizarse de su propio
valor. Puesto que si son amados por unos seres selectos, es
indudable que ellos tienen que ser dignos de ser amados, o
más bien, de ser admirados. Y me explico, dice nuestra amiga
que ya está embalada. Una mujer que tiene un mal marido es
una víctima; un hombre que tiene una mala mujer es un ser
lamentable. ¡Es lo que dicen ellos, no yo!
Celebramos no sólo la buena memoria de nuestra amiga, sino
también su convencimiento de que el médico internista
llevaba toda la razón del mundo cuando se manifestó de
manera tan clara como concisa. Pronto intervino el marido de
Consuelo para exponer su axioma: “Las ideas
feministas han triunfado realmente. Porque, vamos a ver,
¿quién se atrevería a afirmar todavía que las mujeres son
menos inteligentes que los hombres? Todo el mundo reconoce,
y los hombres los primeros, que las desigualdades que
subsisten entre los sexos están relacionadas con las
condiciones, no con las capacidades. Sí, ya sé que existen
todavía “viejos reaccionarios” o “jóvenes idiotas”.
A mí me da por destacar que la mujer esta en posesión de
voluntad y valor. De sutileza en sus relaciones. De una
resistencia física que acabó hace ya un mundo con el viejo
mito de la Dama de las Camelias. Que tienen el sentido de lo
concreto, etcétera. Aunque los hombres serían más felices si
las mujeres no se empeñaran en modificarlos, en reformarlos,
en cambiarlos. Deberían ser menos posesivas e
intransigentes... Y así los misóginos no podrían tacharlas
de fastidiosas. Eso sí, la tragedia está en que los hombres
siguen matando a sus compañeras. Y quienes saben tendrían
que averiguar las causas. Mi amigo apunta hacia una
sobreprotección maternal de los varones durante años claves.
(Diego Martínez Argüello es intelectual (!) muy
apreciado.)
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