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sucesos - MIÉRCOLES, 10 DE MARZO DE 2010


agentes de la policia. fidel raso.

EL ANALISIS / apedreamientos
 

El reto de frenar al menor
incívico protegido por la Ley

Causa asombro que los padres se libren
de la asunción de responsabilidad civil
 

CEUTA
Antonio Gómez

ceuta
@elpueblodeceuta.com

Llama poderosamente la atención que, ante la puesta a disposición judicial de tres menores detenidos por causar destrozos en el autobús de la fatídica Linea 8, no se hayan dictado siquiera medidas cautelares, aunque la instrucción de la causa continúe su camino. Llama la atención por la evolución de los acontecimientos que han convertido a ese autobús, el que lleva al Príncipe, en una suerte de elemento propiciatorio para el vandalismo continuo. De no imprimir el necesario carácter, de nada valdrían las denuncias públicas, amargas y de impotencia de los responsables de la empresa Hadú-Almadraba, que en un mes habían contabilizado nada menos que 26 roturas de cristales a pedradas, y que habían computado un elevado número de actos vandálicos en el interior del bus. Pero aún menos valdría el trabajo policial llevado a cabo con el celo debido por tratarse de menores. Menores que han llegado a ser sorprendidos con las manos en la masa.

De nada valdría, tampoco, que las administraciones local y estatal coincidan en maneras de atacar el problema desde la Junta Local de Seguridad con medidas de corte social, pero también policial; y tampoco, de nada valdría la indignación ciudadana como consecuencia de la impunidad con la que estos menores campan a sus anchas por la reconocida y evidente laxitud de un Ley bien criticada socialmente. Sin embargo, existen resquicios suficientes como para responder y poner cierto freno a actitudes incívicas de elementos, en formación, que son nocivos para la sociedad, la libertad y los derechos ciudadanos.

Que la Ley del Menor es un engendro a caballo entre la ingenuidad y la utopía, a pocos le quedan dudas. Y esa es la muy escasa arma a emplear por unos jueces que pueden, por un lado, interpretarla al pie de la letra, o por otro, sacarle más jugo de lo que en apariencia pudiera ofrecer por mor de una mayor implicación en la sociedad donde deben hacer cumplir las leyes y preservar el derecho de los ciudadanos.

En el asunto de los menores apedreadores, la implicación de las administraciones, las dos, debe ser constante y decidida; la policial no sólo debe ser necesaria, sino decisiva; pero también han de involucrarse el Ministerio Público y los jueces. En Ceuta, sí se implican. No sería posible entender que estos menores, de entre 12 y 16 años, quedasen liberados de responsabilidad por contar con una edad, en apariencia, impunible porque si no, la empresa Hadú-Almadraba podría darse ya por jodid, o las naves del Polígono del Tarajal, o los vehículos de emergencias o de servicios públicos que transitan por el Príncipe.

Ya es lamentable que los propios padres no se impliquen en frenar a sus pequeños ‘tesoros’; ya es fastidiosamente esperpéntico que los propios vecinos se inhiban de la responsabilidad de llamar la atención a quienes conviven con el vandalismo. Por eso hace falta una extraordinaria implicación de todos los actores con competencias.

Y es que causa asombro el hecho de que la responsabilidad civil derivada de las acciones de estos menores no sean imputadas generalmente a los padres. La excusa de la insolvencia no debe ser tal. No me sirven los demagógicos discursos sociales con los que pretenden despejarse responsabilidades por mor de las circunstancias. Evidentemente no puede ser. Los principios, el civismo y la condición humana son activos en las personas más allá de la situación social que acarreen. ¿Medidas sociales de las administraciones?, sí; ¿medidas policiales?, sí; ¿medidas judiciales?, por supuesto.
 

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