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OPINIÓN - DOMINGO, 7 DE MARZO DE 2010

 
OPINIÓN / EL ANÁLISIS

Lo público y lo privado

Por David Rodero


No nos hemos olvidado en Ceuta de épocas políticas ya pasadas, si bien no lejanas en el tiempo, en las que se protagonizaron episodios de confusión entre lo público y lo privado, donde la mezcla entre intereses de una cosa y de otra eran, no sólo el pan de cada día, sino una forma de hacer política.

Es harto difícil desterrar vicios crónicos de una determinada sociedad, porque los antiguos prebostes se resisten a que su influencia quede aniquilada y, aunque ahora en las sombras, pujan por mantener espacios de influencia entre quienes gobiernan hoy, los cuales pueden caer en la tentación de olvidar que la caída de aquellos que ha provocado su ascenso, se debe en buena medida al hastío de una ciudadanía respecto de aquellas conductas de viejo señorito.

Es saludable que las administraciones públicas fomenten la inversión y el desarrollo empresarial, pero de igual manera resulta pernicioso que desde los poderes públicos se favorezca o se pretenda favorecer a alguien en particular en medio de la competencia general en un determinado sector, porque esto, además de ser injusto y, en su caso, ilegal, desalienta y dinamita el estímulo del que Ceuta anda tan necesitada. Naturalmente la depresión inversora le trae sin cuidado al que va exclusivamente a lo suyo, a quien procura atajos y trata por cualquier medio de eludir las reglas de juego, pero a quien gobierna le debe ocupar y preocupar de modo permanente.

Son muchas las posibilidades que hay desde el poder, de poner en mejor posición a alguien sin que ello sea el resultado de su propio esfuerzo, porque son muchos los bienes e instrumentos que se manejan desde el gobierno. Pero cuando las reglas de juego están claras, como ocurre en una democracia consolidada, también son múltiples las formas de control y corrección de cualquier exceso en el ámbito de las decisiones públicas, de la influencia desmedida y de la desviación de ese poder y, desde luego, es casi imposible que algo se pueda hacer con la suficiente opacidad como para que pase desapercibido.

El patrimonio de la ciudad es, aunque administrado por quienes nos gobiernan, propiedad de todos los ciudadanos y su uso, debe estar destinado al servicio de todos. Y, en este sentido, aunque hay quien puede pensar que todo es discutible, se acepta comúnmente, que parte de ese patrimonio pueda ser “cedido” a organizaciones que, sin ánimo de lucro, prestan servicios comunitarios que complementan la acción de la administración. Organizaciones de naturaleza civil, religiosa incluso, de carácter sindical, vecinal, etc., pueden ser beneficiarias y de hecho lo son, de un apoyo por parte de las administraciones públicas, por realizar actividades de carácter social en colaboración con las mismas y con un único fin social. Este apoyo público, puede traducirse en subvenciones directas a determinados proyectos o, incluso, en la cesión de parte del patrimonio público para la realización de sus diversas actividades.

Lo que resultaría inadmisible, es que ese mismo apoyo se prestase a alguien que, con ánimo de lucro, desea evitar tener que competir en el ámbito de su sector empresarial y, pongamos por ejemplo, acaba de la noche al día siendo favorecido con una “¿cesión?” de parte del patrimonio de todos para el desarrollo de sus actividades comerciales. Y todavía resultaría más inadmisible que ese alguien fuese un antiguo dirigente, de esos de los no resignados a que hacíamos referencia y que, además, fuese alguien de los que ahora nos gobiernan quien pudiese urdir la cosa.

Y es que de ser así, este artículo pasaría de ser una simple reflexión de carácter general, garabateada por una aburrida pluma, a una auténtica denuncia concretada en el tiempo y de lo más interesante, que sin duda generaría responsabilidades.

En fin, dejemos esto y hagamos algo más edificante, como en la canción de Juan Pardo: bravo por la música, que nos hace mágicos.
 

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