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OPINIÓN - DOMINGO, 7 DE MARZO DE 2010

 

OPINIÓN / EL OASIS

Antonio Fernández en mis recuerdos
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Hace ya 28 años, precisamente en este mes, también llovía torrencialmente y los vientos azotaban de lo lindo. El invierno estaba siendo de una crudeza enorme. Los que cada quince días viajábamos por toda la península, sabíamos del frío que hacía por todos los lugares. Y, desde luego, viajar en autocar, con las carreteras en mal estado, era una odisea. Pero los expedicionarios, acostumbrados a soportar esas inclemencias y habituados ya a las incomodidades derivadas de recorrer tantos kilómetros, procurábamos pasar el tiempo dentro del vehículo de la mejor manera posible.

Y la mejor manera posible es más que archisabida por cuantos profesionales del fútbol hayan tenido el autocar como medio más usado durante su vida deportiva. Todo se reducía a las conversaciones, bromas, juegos, la televisión aún se veía mal, y naturalmente también se mataba el tiempo dormitando o mirando el paisaje.

Aquel día, de hace 28 años, principiando la primavera en el campo sus primeros escarceos, nuestro autocar, el que llevaba a los expedicionarios de la Agrupación Deportiva Ceuta, iba de Albacete a Jaén, lugar de hospedaje esa noche, cuando la tarde declinaba y todo estaba ya casi a oscuras.

La carretera transitada era de segundo orden y sus curvas y sus terraplenes se sucedían durante el trayecto. El partido en Albacete había sido de gran dureza. Tanto por el temporal de frío, viento y agua habido, como por el comportamiento de los jugadores locales. Que necesitados de los puntos echaron mano de las brusquedades para tratar de amedrentar a un rival que supo ganarles la partida.

El conductor del autocar era de Algeciras. Se apellidaba Mera y yo iba sentado a su vera porque amén de conocerle nos gustaba charlar del mundo taurino. Debido a que él había sido muchos años chófer de toreros. De pronto, cuando estábamos a pocos kilómetros de Jaén y circulábamos por una carretera peligrosísima y oscura ya como boca de lobo, el vehículo comenzó a deslizarse entre el viento y el agua hacia un lado de la carretera que nos llevaba directamente a la sima de un gran barranco.

Los esfuerzos de Mera por controlar el autocar, frenos, reductora y demás cuestiones técnicas, no funcionaban con la rapidez deseada por un profesional cuya cara de terror anunciaba lo peor. Cerca de mí, mientras que la mayoría de los futbolistas descabezaban un sueño, estaba Antonio Fernández. Directivo y delegado siempre. Hombre cabal, de cuya amistad yo me ufanaba. Y quien iba a dar muestras ese día de ser un tío con toda la barba.

Cuando el autocar se quedó con las gemelas delanteras abismadas al vacío, gracias a que entre piedras y ramajes consistentes ayudaron a finalizar la labor de frenado emprendida por el conductor, a éste le dio un jamacuco y se quedó echado sobre el volante sin reaccionar. La situación del vehículo pendía de un hilo. El correr de los viajeros hacia las puertas de salida era una invitación a que el vehículo se despeñara. Los jugadores enloquecidos tomaron la decisión más peligrosa. Y algunos llegaron corriendo hasta Jaén. AF, en cambio, permaneció en el interior para ayudar al conductor y dio muestras de una hombría que jamás he podido olvidar. Así que disfruto recordándole en marzo.

(Pablo Núñez Díaz es admirado intelectual (!) en esta ciudad.)
 

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