Emigrantes indocumentados,
refugiados, los que buscan asilo, desplazados que no pueden
soportar más penurias en su territorio, son las grandes
víctimas del planeta. Sus gemidos de dolor no encuentran
consuelo en esta tierra de nadie, que algunos la han tomado
para sí, cuando debiera ser de todos. Puro teatro con un
reparto lamentable. Soportan humillaciones, estrecheces,
desprecios, burlas que rayan la crueldad. Oficinas para la
coordinación de Asuntos Humanitarios suelen expresar su
preocupación casi diariamente, pero la barbarie continúa y
hasta se acrecienta. Hace falta seguir trabajando por la
justicia. Lo dijo Quevedo, “donde hay poca justicia es un
peligro tener razón”.
Hay que meter en raciocinio un diálogo necesario y posible.
Con urgencia debe recuperarse los derechos de los
desplazados en todo el mundo. En muchas partes de la tierra,
el grupo de personas excluidas del acceso a los derechos y
de la posibilidad de cumplir sus deberes, alcanza límites
insostenibles. Atender a los desplazados es fundamental, va
más allá de devolverles tierras y posesiones, se requiere
una recuperación como ciudadanos, con sus derechos y
deberes, y la reintegración a la vida social como personas,
para sobreponerse de cualquier situación de desarraigo.
Es hora de acoger y recoger, con esperanza, coraje, amor y
comprensión, a estas personas desplazadas por diferentes
motivos y causas, pero que están dispuestas a rehacer su
vida. Permitamos al menos que la rehagan. No hay que temer a
las oleadas de desplazados. Sí a los que comercian con vidas
humanas. De nadie es la tierra y es de todos. De todos los
humanos. No se puede compartir nada si antes no oímos y
socorremos. No podemos seguir con el corazón de piedra ante
quienes se lanzan al mar para encontrar mejor vida o entre
quienes huyen de las bombas. Es como condenarles a muerte.
Pienso que hoy más que nunca urge voluntad política, social
y económica, para aliviar el drama de los desplazados. Se
han perdido tantas hospitalidades y, en cambio, se han
ganado riadas de humanos desamparados, desabrigados,
inseguros. Siempre se repite la misma historia, con cierta
sobredosis de orgullo: conmigo los míos, y después, los míos
también.
|