A mí me gusta viajar en tren. De
hecho, durante muchos años lo estuve haciendo. La última
vez, poco tiempo ha, yendo en el AVE desde Sevilla a Madrid,
andaba yo adormilado cuando escenas viajeras de los años
cuarenta comenzaron a desfilar ante mí.
Me veo en el interior de un largo vagón de tercera,
abarrotado. Aparecen trabajadores vistiendo ropas
remendadas, sucias, mujeres viejas con rostros color ala de
mosca y enlutadas de arriba abajo, unas cuantas muchachas
que aparentan mucha más edad de la que pueden tener, y una
pareja de guardias civiles, cuya veteranía se deja ver en
sus ojos viscosos y penetrantes y en sus lúgubres
expresiones.
El estante de malla de los equipajes está lleno de cestos y
hatos y muchos bultos se apilan en el suelo, pues muchas
eran mujeres ‘estraperlistas’, dedicadas al tráfico del
mercado negro. Me recreo en el ir y venir de los vendedores
callejeros de todas las edades, ofreciendo a la venta frutos
secos, pastas, pipas de girasol, dulces, billetes de
lotería, agua...
Oigo perfectamente la cantinela del anuncio de lo que
venden. Voces... “Oye, las avellanas”. “Tortas buenas”.
“Agua fresca”. Los pregones llevan la marca del desaliento.
De la ruina de un pueblo donde sólo los ricos y los más
hábiles pueden comer. Veo a criaturas tratando de vender
artículos que nadie compra. Objetos inverosímiles.
De pronto entra en escena un guitarrista, y con voz
aguardentosa suelta un Títiritrán o Tirititrán, entonación
de las alegrías de Cádiz. No le da tiempo a más porque la
locomotora anuncia, con un largo silbido, que se va a poner
en marcha, y todos los buscavidas salen corriendo hacia el
andén.
De aquellos tiempos, grises y terribles años cuarenta, uno
se ha acordado porque nos vienen diciendo que en España,
amén de que cada día hay más pobres y, por supuesto, más
hambre canina, han vuelto a invadirnos los piojos y que las
chinches pasean hasta por las camas de hoteles de cinco
estrellas; vamos, todo calcado a nuestra mísera posguerra.
Y, por si fuera poco, no tienen el menor empacho en airear
que las dolencias de transmisión sexual están que se salen.
Y que los médicos especialistas en infecciones de los bajos
están haciendo su agosto. Es decir, que vuelven a estar de
moda la sífilis, la gonorrea, el chancro... O sea,
enfermedades propias de los tiempos de Maricastaña.
Y quienes tratan de explicar todo lo que viene ocurriendo no
dudan en dar la voz de alarma con preguntas tales: ¿Qué está
pasando? ¿Todo se debe a los movimientos migratorios? ¿Las
industrias farmacéuticas hacen su agosto? ¿Está el mundo
superpoblado?
Con lo cual, aunque pueda no ser la intención de ellos,
dejan ya las dudas flotando en un ambiente ya enrarecido por
mor de una crisis económica que está haciendo estragos entre
innumerables familias que ven imposible poner la olla de
cada día.
Mal asunto, pues. Porque si a pobreza de los nuestros le
vamos añadiendo padecimientos ya superados y tratamos de
achacar su contagio a los pobres venidos de afuera, no cabe
duda de que se está jugando con fuego
(María Ramos Rodríguez y María del Carmen Ruiz
Rodríguez son mujeres sensibles (!), finas e
inteligentes.)
|