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OPINIÓN - JUEVES, 4 DE MARZO DE 2010

 

OPINIÓN / MIS COSAS

Mis cosas
 


ADE
ade
@elpueblodeceuta.com
 

El hombre desde que al ser concebido fue ser, no digo humano porque, al parecer, no se sabe cuándo fue considerado humano, según algunos intelectuales a los que no les volveré a explicar lo dé que los seres humanos, sólo pueden concebir seres humanos, ya que una castaña es imposible que dé un par de gemelos con los ojos verdes y que al nacer pesen cinco kilos, y un señora dé a luz una castaña, han luchado por llegar a ser inmortales.

La inmortalidad ha sido una lucha constante para seguir en este mundo y no tener que abandonarlo, por mucho que nos quejemos de lo mal que estamos y, a veces, lleguemos incluso a pensar que en más allá se tiene que estar mucho mejor, cosa que no ponemos en duda porque, hasta estos momentos, nadie ha vuelto para contarnos cómo se está por aquellos andurriales.

Hemos ido a la Luna, a Marte y mañana jueves. Todo eso está muy bien pero el hombre, con su gran inteligencia, ha sido incapaz de crear una vacuna para acabar con un simple resfriado o que a los calvos nos vuelva a salir pelo. Y ni te cuento, serrana del alma, para curar esas terribles enfermedades que tanta mortandad están causando.

La lucha contra la Naturaleza es titánica con tal de vencerla, pero todos los esfuerzos por conseguirlo se estrellan, una y otra vez, con la suprema inteligencia de la Naturaleza que nos vence cada vez que le viene en gana, sin que podamos hacer nada para combatirla y superarla.

El hombre sigue empeñado en ganarle la partida y, una y otra vez, la pierde irremisiblemente. La Naturaleza, sin lugar a duda alguna, es muchísimo más inteligente que el ser no digo humano, se me vayan a enfadar toda esas lumbreras, que cuando estamos en el vientre de nuestras madres, no nos consideran humanos ¡Que cachondeo, tu!.

Tratamos de destruir a la Naturaleza, que es tanto como destruirnos a nosotros mismos, pero somos tan geniales que a pesar de ello seguimos en nuestros treces. No nos queremos dar por vencidos aunque cuando, al final, perderemos esa batalla.

Cuando la Naturaleza se cansa de tanto padecimientos como le estamos realizando, cada día, lanza un poco de su furia por el maltrato recibido por parte del hombre y destroza ciudades, pueblos enteros, dejando muchas victimas en ese enfado que, por cierto, es un enfado pequeño. El día que decida descargar toda su ira, contra los hombres, esos que luchan por vencerla, no vamos a quedar uno para contarlo.

¿Puede la inteligencia del hombre, ese que quiere ser inmortal, ese que quiere vencer a la naturaleza, para un terremoto, un maremoto, un tifón, a cualquiera de sus arrebatos para castigarnos, por muy pequeña que sea, que la naturaleza decida enviarnos?

El hombre jamás conseguirá ni ser inmortal, ni ganarle la partida a la Naturaleza. Es muy superior a todos nosotros, a los que puede manejar como vulgares polichinelas, pendientes de ese hilo invisible que nos una a ella y que, precisamente, nos hace bailar al compás que ella prefiera. ¡Pobres muñecos ilusos!.
 

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