El hombre desde que al ser
concebido fue ser, no digo humano porque, al parecer, no se
sabe cuándo fue considerado humano, según algunos
intelectuales a los que no les volveré a explicar lo dé que
los seres humanos, sólo pueden concebir seres humanos, ya
que una castaña es imposible que dé un par de gemelos con
los ojos verdes y que al nacer pesen cinco kilos, y un
señora dé a luz una castaña, han luchado por llegar a ser
inmortales.
La inmortalidad ha sido una lucha constante para seguir en
este mundo y no tener que abandonarlo, por mucho que nos
quejemos de lo mal que estamos y, a veces, lleguemos incluso
a pensar que en más allá se tiene que estar mucho mejor,
cosa que no ponemos en duda porque, hasta estos momentos,
nadie ha vuelto para contarnos cómo se está por aquellos
andurriales.
Hemos ido a la Luna, a Marte y mañana jueves. Todo eso está
muy bien pero el hombre, con su gran inteligencia, ha sido
incapaz de crear una vacuna para acabar con un simple
resfriado o que a los calvos nos vuelva a salir pelo. Y ni
te cuento, serrana del alma, para curar esas terribles
enfermedades que tanta mortandad están causando.
La lucha contra la Naturaleza es titánica con tal de
vencerla, pero todos los esfuerzos por conseguirlo se
estrellan, una y otra vez, con la suprema inteligencia de la
Naturaleza que nos vence cada vez que le viene en gana, sin
que podamos hacer nada para combatirla y superarla.
El hombre sigue empeñado en ganarle la partida y, una y otra
vez, la pierde irremisiblemente. La Naturaleza, sin lugar a
duda alguna, es muchísimo más inteligente que el ser no digo
humano, se me vayan a enfadar toda esas lumbreras, que
cuando estamos en el vientre de nuestras madres, no nos
consideran humanos ¡Que cachondeo, tu!.
Tratamos de destruir a la Naturaleza, que es tanto como
destruirnos a nosotros mismos, pero somos tan geniales que a
pesar de ello seguimos en nuestros treces. No nos queremos
dar por vencidos aunque cuando, al final, perderemos esa
batalla.
Cuando la Naturaleza se cansa de tanto padecimientos como le
estamos realizando, cada día, lanza un poco de su furia por
el maltrato recibido por parte del hombre y destroza
ciudades, pueblos enteros, dejando muchas victimas en ese
enfado que, por cierto, es un enfado pequeño. El día que
decida descargar toda su ira, contra los hombres, esos que
luchan por vencerla, no vamos a quedar uno para contarlo.
¿Puede la inteligencia del hombre, ese que quiere ser
inmortal, ese que quiere vencer a la naturaleza, para un
terremoto, un maremoto, un tifón, a cualquiera de sus
arrebatos para castigarnos, por muy pequeña que sea, que la
naturaleza decida enviarnos?
El hombre jamás conseguirá ni ser inmortal, ni ganarle la
partida a la Naturaleza. Es muy superior a todos nosotros, a
los que puede manejar como vulgares polichinelas, pendientes
de ese hilo invisible que nos una a ella y que,
precisamente, nos hace bailar al compás que ella prefiera.
¡Pobres muñecos ilusos!.
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