Guasa. Se dice de cierta gracia
seria, en reposo, disfrazada con cierto toque de cinismo, un
mucho de ironía, y rebozada de sentido común. Por ejemplo:
no pocas veces me han preguntado aficionados si yo me veo
aún capacitado para ascender a la Asociación Deportiva
Ceuta. Y siempre he respondido que sí. Aunque me reservo
decirles que yo no me sentaría jamás en un banquillo. Por
razones obvias.
La siguiente pregunta no se hace esperar: ¿Por qué no lo
intentas...? Y siempre contesto así: Porque conseguir el
ascenso tendría el premio de mi salida a hombros. Lo cual
sería poner a sabiendas en peligro la vida de muchos
envidiosos a tiempo completo.
La guasa hay que situarla, según nos explica el ‘Habla de
Cádiz’, libro que se ha editado ya muchas veces, junto al
mar, exige el mar, porque éste da una plasticidad renovada
de las cosas y de los seres. No es montañera y coquetea con
los aires nuevos. O sea, que tiene dinamismo portuario. La
guasa es una exageración. Sin duda. Pero conviene domeñarla.
De lo contrario, quien la dice está a un paso de caer en la
malaje. Sobre todo si el guasón no consigue reírse de sí
mismo.
Reírse de sí mismos les vendría muy bien a ciertos
personajes de esta ciudad que andan siempre con la mosca
detrás de la oreja. Viendo fantasmas donde no los hay y
tratando por todos los medios de mantenerse en primera línea
de las actividades que desempeñan aportando solamente
mediocridad a raudales.
A todas esas personas, ya sean políticos, periodistas,
empresarios, funcionarios, sindicalistas, directivos de
sociedades, autoridades, etcétera, les vendría muy bien
practicar la guasa, sin ánimo peyorativo, como está mandado.
Seguro que le empezarían a ir mejor las cosas. O no darían
esa impresión de estar estresados hasta las cachas.
Estreñidos por sistema.
A mí me gustaría, lo digo de verdad, leer un día un escrito
de Juan Luis Aróstegui donde la burla fina tuviera
cabida aunque fuera en pequeñas dosis. Por eso de que lo
bueno... Es más, si ello sucediera no tendría ningún
inconveniente en proponerle como presidente de una tertulia
en la cual se rindiera pleitesía al humor.
La tertulia se celebraría una vez a la semana y comenzaría a
las once de la noche y duraría hasta las dos. Se haría, eso
sí, en lugar adecuado para que pudiera asistir Juan Vivas.
Primero, porque es el alcalde y tiene por costumbre dejarse
ver en todos los sitios. Y pobre de aquellos que organicen
cualquier acontecimiento y no lo inviten. Segundo, y he aquí
lo mejor, porque Vivas hace ya mucho tiempo que aprendió a
reírse de sí mismo. Y desde entonces, créanme, tiene la sana
costumbre de reírse de los demás, cuando toca, por lo bajini.
Hasta el punto de que voy a permitirme celebrarlo como
experto en guasa. Especialista en coña fina. A nuestro
alcalde, lo digo por experiencia, no se le puede dar el
menor motivo para que decida poner en marcha su máquina de
la burla, chanza, zumba, broma, cuchufleta... Todo rematado
con la cucamona oportuna. Eso sí, toda esa gama de
cachondeo, que le viene muy bien para serenar su espíritu y
relajarse de sus esfuerzos y dificultades diarias, se le
refleja en sus ojos. Y conmigo no le vale. Por más que sea
un profesional de la ironía.
José Antonio Ramírez Pérez es candidato (!) al Premio
Mingote.)
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