Veo en un telediario a María
Antonia Munar, presidenta de honor de Unión Mallorquina
y ya ex presidenta del Parlamento de las Islas Baleares,
aguantando el chaparrón de las personas apostadas a las
puertas de los juzgados por haber sido acusada de
corrupción. Me imagino que también habría partidarios suyos
haciéndole el clásico paseíllo. La señora Munar, vista por
la televisión, muestra una imagen estupenda. La de una mujer
en sazón, cuya desenvoltura en la calle es más propia de una
estrella del espectáculo. Lo cual no me extraña lo más
mínimo; pues sé que los políticos más admirados son los que
se muestran en público con gran dominio de la situación.
De Unión Mallorquina, el maestro César Lumbreras dice
que estaba pensada para la corrupción. Contaba con la
corrupción. Tenía como fin la corrupción. Era la corrupción.
Y ante tan contundente definición de un partido al que
califica de no tener más apetencias que el poder por el
poder, a mí se me viene a la mente el GIL. No lo puedo
evitar.
Sí, ya sé que cada vez que a mí me da por escribir de este
partido los hay que se revuelven incómodos en sus asientos.
Pierden los estribos. Mascullan maldades contra mí. Y el
final es siempre el mismo: terminan acordándose de todos mis
muertos y sacándome las tiras de pellejo. Respuestas que no
me arredran. Quizá porque me va la marcha. Así, en cuanto se
presenta la ocasión, no tengo el menor inconveniente en
redoblar el tambor. Dicho para que todos me entiendan: me la
suda el repetirme.
Y lo hago a pesar de que Jesús Gil y Gil, a
quien conocí cuando aspiraba a ser boxeador y frecuentaba
los mismos lugares del Madrid de los Austrias que yo, me
caía bien. Porque en realidad el dueño de ‘Imperioso’ llegó
a la política carente de ideologías. He aquí una cita suya
como prueba de lo que digo:
-La política es un cobijo de incompetentes. Yo no los
tendría ni de botones en mi empresa. (1991)
Jesús Gil y Gil nunca engañó a nadie en lo tocante a la
opinión que tenía de los políticos. Él los odiaba y estaba
convencido además de que las ideologías eran usadas por los
políticos para cometer toda clase de fechorías y desatinos.
Una particular manera suya de pensar que le impedía
reconocer que sin ideales la Humanidad no habría alcanzado
logros impensables.
La cuestión es que en esta ciudad, y a pesar de que el GIL
era un partido presidido por una persona cuyo historial
dejaba mucho que desear, los hubo que se empecinaron en
convencer a JG de que Ceuta era su sitio natural. Tierra más
que propicia para que él asentara en ella sus reales y la
convirtiera en un lugar paradisiaco. Y todos esos, cuyos
nombres son muy conocidos, iban a Marbella, cada dos por
tres, a rogarle encarecidamente a don Jesús que el GIL se
presentara a las elecciones. Porque la ciudad estaba sumida
en el abismo.
Los que iban a Marbella, que son muy conocidos, hicieron
proselitismo del GIL bajo el lema que les fue recomendado en
la Costa del Sol: “El GIL más que un partido será una
empresa dispuesta a conseguir dividendos. Y los repartirá
entre los más adictos. Y a fe que no pocos se apuntaron a
una causa donde se anunciaba semejante bicoca. La de la
corrupción.
(Laura Ortiz Gómez es una pensadora destacada (!) de
la ciudad.)
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