La corriente islámica que se sigue tradicionalmente en Ceuta
es la suní-malekí, la oficial y única posible en Marruecos,
la que se sigue en Argelia y es mayoritaria en otros países
del Magreb. En el caso de Ceuta, la histórica relación con
el norte de Marruecos trajo como consecuencia que
orgánicamente, en términos religiosos, el Islam siguiera el
canon referencial del líder religioso personificado en las
figuras de la Dinastia Alauí. Ya lo fueron Mohamed V, Hassan
II y ahora Mohamed VI. Nunca hubo problemas en Ceuta. El
musulmán ceutí es español. Que se lo pregunten a los que
sirvieron en Regulares para gloria de la Unidad.
La llegada y penetración del rigorismo a la ciudad data de
poco más de una década. En los 90 se detectó la presencia de
seguidores del Jeque Yassin (contrario al Emir al Mouminin),
y se conoció del alumbramiento de varios ceutíes musulmanes,
nuevos iluminados tras su paso por países de Oriente Medio
(expansionistas de sus corrientes islámicas). Ya hay
salafíes, una pequeña bolsa chií (seguidores de la corriente
iraní de los Ayatolah y de la implantación de la Sharia), y
no se dudaría de la presencia de ‘Takfiris’ (Takfir wal
Hjira), también salafíes, capaces de camuflarse y de
mantener relaciones perfectamente occidentalizadas
perdonadas en su muy personal Yihad. Es la corriente más
dura y peligrosa. Detrás de ellos está el 11-M.
El establecimiento en Ceuta, facilitada por la laxitud de
las laicistas administraciones públicas, de todos estos
grupos (durmientes en la ciudad o de paso) ha derivado en la
complicada encrucijada en la que hoy en día se encuentra el
territorio, bajo la atenta mirada y seguimiento, eso sí, de
los servicios de información de las Fuerzas y Cuerpos de
Seguridad del Estado y del CNI, aunque no sabemos si para
bien o para mal. La máxima de vigilar y dejar hacer para
conocer, se convierte en una, cuanto menos, peligrosa
estrategia por el aprovechamiento que de nuestra
Constitución y leyes pueden hacer y hacen los radicales.
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