La adolescencia es una etapa de la vida en la que el niño
está dejando de ser tal y va en vías de convertirse en un
hombre. Es pues un periodo de transición inevitablemente
lleno de contradicciones, como corresponde a un espíritu
inmaduro que trata de buscar su identidad dentro de un
cuerpo de adulto.
En estas condiciones la rebeldía del joven ha de tomarse
como normal y podía decirse que hasta necesaria. Las
situaciones que se suelen presentar son difíciles de manejar
por los padres, sobre todo si no se han preparado para ello,
como nos revelan, año tras año, las estadísticas de casos
tratados en los Centros de Orientación Familiar.
Lo que si es una novedad, y una sorpresa, es el
deslizamiento de este fenómeno hacia edades más tempranas,
invadiendo, la etapa anterior, en la que el niño suele
presentar un comportamiento sosegado y no problemático.
La explicación de este hecho tiene que ser necesariamente
educacional. Estos niños son hijos de padres de mayo del 68,
que propugnaron toda ausencia de autoridad, al considerarla
algo pernicioso. Ellos ya no la aceptaron y ahora ni saben
ni tienen fuerza moral para ejercerla.
La permisividad ha sido la norma frente al fantasma del
posible trauma psicológico, y así el niño ha detectado desde
su más tierna infancia que puede hacer lo que le de la gana,
que no hay límites a sus deseos y caprichos. Conforme crece,
también crecen sus exigencias, hasta llegar a hacerse
insoportables para los padres, y la convivencia muy difícil.
Quizás nos pueda servir esto para reflexionar sobre la tarea
de padres, en la que la autoridad, bien dosificada, es
necesaria, y fundamentalmente para la educación de los
niños.
Debemos aprender a decirles a nuestros hijos no, cuando debe
ser no, sin complejos de ningún tipo. Nos va en ello su
equilibrio como persona.
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