Lo peor es perder el entusiasmo de
imaginar otro planeta más humano. Dar por perdida la
batalla. Decía el filósofo español Eugenio Trías, que en
esta vida hay que morir varias veces para después renacer. Y
las crisis, aunque atemorizan, nos sirven para cancelar una
época e inaugurar otra. Lo que es evidente es que la
humanidad ha entrado en trance y que precisa talentos que no
suelen encontrarse en la política, sino más bien en la
pobreza, que es de donde por lo común despierta el ingenio.
Algo que precisamos para afrontar la propia crisis del ser
humano como tal, rasgado por su contexto de injusticias, de
relaciones antisociales y antihumanas. Se dice que la unión
hace la fuerza y que necesitamos de esa fuerza para salir de
la crisis. Pero de qué impulso estamos hablando, ¿de la
fuerza política ó de la fuerza ética? La corrupción y su
impunidad impregnada en tantas fuerzas políticas del mundo,
deja unas secuelas sociales graves. Para todo, también para
este cambio, hace falta pasar a la ética de las
responsabilidades, al sentido de la equidad, a la conciencia
de la austeridad, a la cultura del trabajo y del respeto a
la ciudadanía.
La ética de las responsabilidades pasa por decir no a las
guerras, a los conflictos internos, a las guerrillas, a los
actos terroristas. Nada se resuelve con las armas, ni con la
ley de la selva, se trata de eliminar antes las causas que
originan estos enfrentamientos. Tampoco podemos permanecer
pasivos ante el dolor de millones de inocentes ahogados
continuamente por el sufrimiento, casi siempre subsidiados
por poderes corruptos. ¿Por qué seguir exportando armas como
si fueran alimentos? ¿Qué razones justifican el incremento?
En la mayoría de las veces, únicamente poderosos intereses
económicos. Así de claro y así de cruel, para infortunio de
los pobres que suelen ser los que se matan entre sí. Tendría
que instaurarse una verdadera ética política en este
sentido. Por ejemplo, resulta complicado justificar
moralmente el suministro de armas a regimenes dictatoriales,
que no cultivan diálogo alguno.
El sentido de la equidad, de la justicia social, está ligado
al bien global y al ejercicio de ese bien hacia toda
persona. Hay que superar y eliminar, de una vez por todas,
cualquier tipo de discriminación tácita o explícita. Las
contrariedades económicas que dividen al mundo sólo pueden
ser resueltas desde el convencimiento de las ayudas. Otra
exigencia ética. Solidaridad entre los ricos y los pobres.
Solidaridad entre los empresarios y los obreros. Solidaridad
entre naciones y pueblos. Solidaridad entre enemigos y
amigos. Lo que exige otra exigencia: el respeto. Lo
tendríamos si fuésemos personas con conciencia ética. Por
desgracia, hay muchas bestias salvajes que andan sueltas por
el planeta.
También la conciencia de la austeridad nos hace fuertes. Sin
embargo, para desdicha del mundo global, lo que prolifera es
el ansia de posesión, el despilfarro de las políticas y de
los políticos, el sueño de nadar en la abundancia a
cualquier precio. El egoísmo personal y colectivo se expande
como divertimento. Desde luego, hay que revisar estilos de
vida y poner en valor, la riqueza de dar y darse a los
demás, que es la mejor manera de ser humano. Si falta el
sentido de la templanza, la autodisciplina ética y el
espíritu de sacrificio, aumentará el desinterés por los
demás y el afán por tener más para sí y los suyos, como sí
fuéramos a vivir eternamente.
Asimismo, es fundamental avivar la cultura del trabajo y de
la consideración hacia toda persona. Nadie debe sentirse
extranjero en un mundo global. Esta crisis que ahora
sufrimos en el mundo, ha generado, igualmente, un aumento
del desempleo y agudización de la pobreza y la desigualdad.
El mundo debe funcionar más éticamente. Ahí radica el
problema fundamental. Hacen falta opciones de Estado entre
los Estados, que protejan a las personas y activen tejidos
empresariales sostenibles y sustentados por la moral. Hay
que acrecentar el apoyo a las personas que viven
permanentemente en crisis, como son los desempleados o los
trabajadores que perciben ínfimos salarios. Se habla de que
hay que dar forma a una globalización justa y sostenible,
pero sigue faltando esa visión común de corrección ética.
El fundamento ético es de vital importancia, cuando
desaparece todo se viene abajo. El verdadero instrumento de
progreso radica en el factor reformador de nuestra moral.
Como dijo Aristóteles, y ha llovido desde entonces, la
excelencia moral es el resultado del hábito. Nos volvemos
justos realizando actos de justicia; templados, realizando
actos de templanza; valientes, realizando actos de valentía.
Lo que viene sucediendo es todo lo contrario, a través de
una cultura interesada, sectaria a más no poder, que se
inventa sus propios valores, con actuaciones contrarias a
normas éticas objetivas, sirviendo a ideologías impuestas,
más preocupadas por sus objetivos que por la dignidad de las
personas o el derecho del más débil. Sin duda, el orden
ético tiene que ir de la mano del orden económico, social,
jurídico o político. De lo contrario, proseguiremos en la
crisis, porque seguimos huérfanos de una ética universal,
que en verdad se precisa para todo.
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