Varias han sido las veces que ha
pasado ya por esta galería mi estimada María Antonia
Palomo. Bien como secretaria general de los socialistas
que fue, bien como Jefa del Área de Menores de la Ciudad,
también por haber sido premiada –no olviden que es Premio
María de Eza- o porque a mí me dio la real gana. Tal y
como está sucediendo hoy.
La señora Palomo estaba el jueves pasado en el Hotel Tryp
formando parte muy principal de las Primeras Jornadas sobre
el Maltrato Infantil en Ceuta. Y como es habitual en ella,
en cuanto se percató de mi presencia en el establecimiento,
acudió presta a saludarme con esa efusividad tan suya.
Estaba acompañada por otra gran mujer: Teresa Chamorro;
perteneciente al equipo técnico de Protección.
Con Toñi Palomo, pues a ella le encanta que la nombremos por
su hipocorístico, hablé los minutos suficientes para
reconocer que sigue siendo esa mujer despierta, dinámica,
perspicaz y dispuesta siempre a participar en cuantas más
actividades mejor. Chorrea vitalidad y pone entusiasmo
indecible en toda las acciones que emprende. Pero por encima
de todas sus cualidades, que son muchas y variadas, de sus
defectos que hablen otros, debo destacar que jamás tuvo
hacia mí ningún mal modo ni siquiera cuando mis críticas no
eran precisamente para ser enmarcadas. En todo momento, supo
mirarme a la cara y decirme lo que pensaba. Y lo hacía
tratando por todos los medios mostrarse con la serenidad que
muchos le negaban. De tal forma que siempre acabábamos
riéndonos de nuestras propias meteduras de pata. Que se
daban con cierta frecuencia.
En las elecciones del 2007, siendo ella candidata a la
presidencia de la Ciudad, pasamos por un trance que bien
pudo ponernos a ambos en el camino del aborrecimiento. Por
menos otras personas se han jurado odio eterno y jamás han
vuelto a dirigirse la palabra. Mas entre Toñi y yo ocurrió
solamente que la noche de los hechos nos llevamos un
disgusto morrocotudo. Ella, porque es verdad que le fastidié
un programa televisado en el cual como candidata a la
presidencia estaba sometida a las preguntas de los
inquisidores que habíamos sido enviado al acto. Y yo, porque
mi manera de actuar me obligó a pararle los pies a ciertos
tontos que luego han ido creciendo en necedad con más
rapidez de la esperada. Y, a lo que se ve, no tienen
límites.
Pasados ya casi tres años de aquel desencuentro, debido a
que yo tenía que defender la postura del periódico donde
escribo y ella seguir las directrices que le habían marcado
sus asesores de campaña, los dos continuamos la misma línea
de buen rollo que tuvimos siempre. La que nos permite
decirnos cuando coincidimos eso de me alegro mucho de verte.
Yo juro por todo lo que haya que jurarse que a mí el saludo
me sale de verdad. Y hasta pondría mis manos en el fuego, a
pesar de haber ganado fama de desconfiado, que a ella
también le sale de sus adentros. Y voy más lejos aún:
gracias a esa empatía existente entre Toñi y yo, me atrevo a
airear que incluso Beatriz Palomo, su hermana, cambió un
buen día su opinión sobre mí. Y, desde entonces, tampoco es
moco de pavo la simpatía que nos profesamos.
(Caqui Monasterio Ballesta descuella (!) por sus
extraordinarios trabajos de investigación.)
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