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OPINIÓN - SÁBADO, 27 DE FEBRERO DE 2010

 

OPINIÓN / EL OASIS

María Antonia Palomo
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Varias han sido las veces que ha pasado ya por esta galería mi estimada María Antonia Palomo. Bien como secretaria general de los socialistas que fue, bien como Jefa del Área de Menores de la Ciudad, también por haber sido premiada –no olviden que es Premio María de Eza- o porque a mí me dio la real gana. Tal y como está sucediendo hoy.

La señora Palomo estaba el jueves pasado en el Hotel Tryp formando parte muy principal de las Primeras Jornadas sobre el Maltrato Infantil en Ceuta. Y como es habitual en ella, en cuanto se percató de mi presencia en el establecimiento, acudió presta a saludarme con esa efusividad tan suya. Estaba acompañada por otra gran mujer: Teresa Chamorro; perteneciente al equipo técnico de Protección.

Con Toñi Palomo, pues a ella le encanta que la nombremos por su hipocorístico, hablé los minutos suficientes para reconocer que sigue siendo esa mujer despierta, dinámica, perspicaz y dispuesta siempre a participar en cuantas más actividades mejor. Chorrea vitalidad y pone entusiasmo indecible en toda las acciones que emprende. Pero por encima de todas sus cualidades, que son muchas y variadas, de sus defectos que hablen otros, debo destacar que jamás tuvo hacia mí ningún mal modo ni siquiera cuando mis críticas no eran precisamente para ser enmarcadas. En todo momento, supo mirarme a la cara y decirme lo que pensaba. Y lo hacía tratando por todos los medios mostrarse con la serenidad que muchos le negaban. De tal forma que siempre acabábamos riéndonos de nuestras propias meteduras de pata. Que se daban con cierta frecuencia.

En las elecciones del 2007, siendo ella candidata a la presidencia de la Ciudad, pasamos por un trance que bien pudo ponernos a ambos en el camino del aborrecimiento. Por menos otras personas se han jurado odio eterno y jamás han vuelto a dirigirse la palabra. Mas entre Toñi y yo ocurrió solamente que la noche de los hechos nos llevamos un disgusto morrocotudo. Ella, porque es verdad que le fastidié un programa televisado en el cual como candidata a la presidencia estaba sometida a las preguntas de los inquisidores que habíamos sido enviado al acto. Y yo, porque mi manera de actuar me obligó a pararle los pies a ciertos tontos que luego han ido creciendo en necedad con más rapidez de la esperada. Y, a lo que se ve, no tienen límites.

Pasados ya casi tres años de aquel desencuentro, debido a que yo tenía que defender la postura del periódico donde escribo y ella seguir las directrices que le habían marcado sus asesores de campaña, los dos continuamos la misma línea de buen rollo que tuvimos siempre. La que nos permite decirnos cuando coincidimos eso de me alegro mucho de verte.

Yo juro por todo lo que haya que jurarse que a mí el saludo me sale de verdad. Y hasta pondría mis manos en el fuego, a pesar de haber ganado fama de desconfiado, que a ella también le sale de sus adentros. Y voy más lejos aún: gracias a esa empatía existente entre Toñi y yo, me atrevo a airear que incluso Beatriz Palomo, su hermana, cambió un buen día su opinión sobre mí. Y, desde entonces, tampoco es moco de pavo la simpatía que nos profesamos.

(Caqui Monasterio Ballesta descuella (!) por sus extraordinarios trabajos de investigación.)
 

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