Los viernes suelo suprimir mis
paseos por el centro de la ciudad. Mas hoy me he visto
obligado a salir de casa para acudir a una cita a la que no
podía faltar. Y a fe que ha merecido la pena hacerlo. Porque
la mañana me ha proporcionado satisfacciones que me han
hecho sentirme bien. Y cuando uno se siente bien, bien de
verdad, es capaz de irradiar felicidad a su alrededor.
Pasada la hora vaga de mediodía, decido que me he ganado a
pulso tomar el aperitivo en ‘El Mentidero’. Porque allí
acogen a los clientes de maravilla. Luego, como es ya
habitual en mí, dirijo mis pasos hacia el Hotel Tryp. Y en
la cafetería me encuentro con Benjamín Álvarez, Manolo
González Bolorino y Pepe Torrado. Con los que
mantengo más de una hora de cháchara.
Tiempo que me permite comentar lo que creo conveniente y
sobre todo me atrevo a decirle al presidente de la Autoridad
Portuaria algo que estaba deseando que él supiera. Aunque
procuro por todos los medios hacerlo con suma delicadeza.
Puesto que lo último que yo haría es herir la
susceptibilidad de Torrado y que ello sea motivo para que
perdamos nuestra amistad. Máxime cuando PT está harto de
decirme que a él no le gusta salir en los papeles.
Pero uno es como es, es decir, que le puede la deformación
profesional y no se corta un pelo a la hora de decirle a
Torrado que días atrás iba vestido de manera que sólo él
puede permitírselo. Y el presidente de la Autoridad
Portuaria me mira de manera que me veo obligado a
recomendarle calma. A la par que entro a contarle lo
siguiente.
Mira, Pepe, el lunes pasado, cuando la visita de Pío
García-Escudero, tú ibas formando parte de la cabecera
de la comitiva. Y en la fotografía que sirvió de portada a
nuestro periódico se veía a la legua que vestías chaqueta
azul, pantalón gris y zapatos de color. Y esos zapatos, que
a cualquier otro le hubieran sentado como un tiro y le
hubiesen puesto en la lista de las personas merecedoras de
gran desconfianza, a ti no te quitaban ni un ápice de
crédito ni de elegancia.
Y es que tú, estimado amigo, dado que Dios te ha concedido
esa elegancia que sale de dentro a fuera y que como dice un
conocido mío no viene del probador a los hombros ni a los
pies, puedes permitirte todas las licencias posibles a la
hora de vestirte. En realidad, Pepe, tú podrías vestirte tan
mal como se vestía El Niño Marchena, según lo cuenta
Antonio Burgos, y sin embargo pasar por ser un verdadero
árbitro de la elegancia. Un Petronio de aquí te
espero. De modo que yo aprovecho la ocasión para decirte que
tú eres de las pocas personas en Ceuta que te puedes
permitir el lujo de mezclar colores que no casen y salir no
sólo ileso de la prueba sino que encima podrías aspirar al
premio de elegancia en la ciudad.
Y no te quepa la menor duda de que si esos zapatos marrones
que tan poco armonizaban con la ropa que llevabas cuando la
visita de Pío García-Escudero lo hubiera lucido cualquier
otro destacado personaje de la tierra, seguramente me habría
servido a mí para destacar su mal gusto. Pues la
contradicción no es para menos. Pero en tu caso, Pepe,
créeme de verdad que tú elegancia natural, esa que va de
dentro a fuera, te permite vestir como te salga a ti de los
c... (Javier Curado Gil destaca por sus
extraordinarios artículos (!) de opinión en la prensa
diaria.)
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