Hace treinta años, más de un
chaval, e incluso su propia familia renegaban cuando se
acercaba la edad de los 20 años y el muchacho, por
obligación, porque así lo mandaban las leyes del momento,
tenía que marchar a cumplir el servicio militar.
No era un capricho, era una obligación, y esto se veía en
unos casos como el período de tiempo en el que los jóvenes
no iban a hacer nada rentable, y en otros muchos como si
fuera una pérdida de tiempo que, le privaba o le apartaba de
un trabajo o de unos estudios.
Ha pasado el tiempo y la mayor parte de aquellos que
salieron de su casa para pasar un año o año y medio para
cumplir la “mili” recuerdan ese tiempo como algo distinto,
pero como algo en lo que aprendieron, al menos, a saber
cumplir con unas ordenanzas que, gustaran o no, había que
cumplir.
Los políticos, sus razones tendrían, llegó un momento en el
que, pensaron que ese tiempo lo podía utilizar el joven para
otras cosas. Para terminar los estudios o para trabajar.
El tiempo nos ha demostrado que aquellos meses en los que
“algunos pensaron que” eran perdidos, al correr el tiempo no
se han aprovechado para algo más positivo y si antes “habían
perdido el tiempo” cumpliendo con unos deberes, impuestos,
es cierto, luego lo han perdido recorriendo las calles, de
día o de noche, como “oveja sin pastor” y sin hacer nada que
fuera mas rentable que lo otro.
Los que querían seguir trabajando, tampoco han podido,
porque su puesto de trabajo se lo ha comido la crisis y
ahora no están en un cuartel, pero tampoco están en el
trabajo, lo único que aspiran, o lo único que se les
presenta “a la mayoría” es ir a protestar frente a algún
organismo oficial, haciendo el “caldo gordo” a algún
sindicato, que lo único que hace por ellos es ir a
acompañarles, haciéndose su publicidad con las banderas
correspondientes.
Entre tanto, lo que son las cosas, la crisis acarrea una
avalancha de nuevos aspirantes a entrar en la vida militar.
Antes por obligación y con sitio para todos, muchos iban de
mala gana, ahora tratando de hacer valer sus cualidades para
poder entrar.
Y es que el ingreso en el seno de las Fuerzas Armadas se
perfila ahora, en estos tiempos de crisis económica,
precisamente, como una salida, casi la única, llena de
posibilidades para muchos jóvenes que, en estos días, no
tienen otro camino a seguir.
La actual avalancha de aspirantes es algo bueno, porque
tiende a aumentar la calidad, cara a la selección posterior.
Lo malo de todo esto es que aquí no estamos en una situación
de puertas abiertas para todos, sino que igual que sucede
con el funcionariado, el número de plazas que se ofrecen es
limitado y no pueden llegar todos los que lo desearían.
De acuerdo con las normas establecidas en nuestros días, el
número total de plazas que se ofrecen, cada año, está en
torno a unas 140.000, en el total de todos los estratos de
las Fuerzas Armadas, incluyendo los mandos.
Hay, pues, una puerta de entrada, pero no abierta de par en
par, y aquí como en todas las demás facetas de la vida
impera la selección, por lo que el recluta tendrá que
demostrar en sus seis primeros años que es capaz de aportar
algo al estamento militar, con otra particularidad que es la
limitación de la edad, tener al menos 18 años cumplidos y no
pasar de los 27. Es una entrada pero ..., demasiado poco.
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