Es el miedo que nos vienen
metiendo en el cuerpo los últimos años, aduciendo, además,
que los desiertos se acercan a marchas forzadas hacia el
norte.
Y hay quien cree que eso es cierto, especialmente cuando en
época estival hay zonas que, por su mal acondicionamiento de
los servicios y su mala distribución de las aguas, se tienen
que abastecer, en algunos momentos, por medios artificiales
y por unos servicios transportados desde otros lugares.
Ahora bien, épocas de lluvias a las que han seguido épocas
de sequías duraderas, nos las venimos encontrando, a lo
largo de la historia en todas partes, pero sólo ha sido eso,
que se sepa en los últimos treinta siglos, sin que hayamos
tenido noticias de que el centro de Alemania, por ejemplo,
en el mes de diciembre haya tenido mucho calor, o que en
Estocolmo, en invierno o en verano, hayan pasado algún día
de 35º, por poner otro ejemplo.
Los cambios, transformaciones y diversas alteraciones, si
pueden haberse dado, pero no de hoy para mañana, con lo que
mi generación, ni las cuatro anteriores, han visto un cambio
climático en los polos, ni los verán, tampoco, las otras
cuatro generaciones que nos sigan.
Y estos días, más que nunca, nos llevan a lo que acabo de
decir, cuando desde hace más de dos meses no ha habido un
solo día en el que, en nuestra geografía, desde Almería a La
Coruña o desde Gerona a Huelva, no dejan de aparecer
noticias de alerta amarilla, por agua, nieve o mal tiempo.
Y es que las alteraciones se van dando a lo largo de este
crudo, largo y lluvioso invierno, hasta tal punto que ya no
es extraño ver en cualquier medio de comunicación algo así:
“las nevadas registradas hoy en el sureste peninsular, darán
paso mañana a una borrasca que provocará precipitaciones
generalizadas en gran parte del país”.
Es un simple ejemplo que se viene repitiendo casi a diario,
desde comienzos del mes de diciembre. Pues bien, nada de
eso, creo yo, es la marca de ese miedo que se nos está
metiendo en el cuerpo, en torno al cambio climático o al
calentamiento de la tierra, como un mal inminente que se nos
presenta a la vuelta de la esquina.
Y si un lugar podría irse calentando más que otros, por
ejemplo, por su constante circulación, sería en España,
Madrid o en Alemania, Hamburgo.
Pues bien, hace treinta años los inviernos en Hamburgo eran
fríos de verdad, con hielos, con nieve y todo lo que se le
parece. Este año, todavía, no tengo noticias de que en lo
que llevamos de año el termómetro allí haya superado los 15º
en ningún momento.
Y en cuanto a Madrid, tal vez sea por el “calentamiento
ese”, hacía años que en la ciudad no se cuajaba el suelo y
este invierno, mira por donde, ha habido días en los que los
chiquillos, muchos de ellos, por la nieve no pudieron ir al
colegio. Es lo que ha habido.
Y como no quiero quedarme en sitios en los que con
frecuencia nieva en los inviernos, me acerco a zonas más
cálidas de nuestra propia geografía y tomo dos o tres notas
de avisos de agencias:
“ En Murcia, al Dirección General de Emergencias recomendó
ayer evitar los desplazamientos por carretera a las zonas
nevadas de la comarca del Noroeste de la Región”. No se
trata de una zona donde nieva mucho todos los años, así como
tampoco en Valencia o Alicante donde también se han dado
preemergencias por nevadas. Son cosas del día a día.
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