Justo es reconocer los logros
obtenidos por los sindicatos. La agrupación de los obreros,
para hablar mediante una voz única y poderosa, hizo posible
que fueran produciéndose las mejoras laborales en todos los
sentidos. A los sindicalistas les debemos gran parte de los
beneficios sociales que se han ido obteniendo hasta nuestros
días.
El Estado del bienestar ha sido posible gracias a la lucha
de quienes, en su día, alzaron sus voces y expusieron sus
vidas para acabar con esa idea marxista que acusaba a los
empresarios de tener enajenadas a las personas asalariadas.
Los movimientos obreros fueron claves. Y además destacaban
no sólo por el valor desmedido de sus miembros sino porque a
las asociaciones tampoco llegaban sinecuras ni bicocas ni
mucho menos existía la figura del liberado. Actuaban a pecho
descubierto. De los sindicatos teníamos la mejor impresión.
Por más que de vez en cuando algunas películas se empeñaran
en mostrarnos las relaciones existentes entre mafiosos y
dirigentes sindicalistas. Pero siempre pensábamos que eso
sólo ocurría en unos Estados Unidos de América del Norte
donde valía todo con tal de mancillar la honradez de los
comunistas.
Es verdad que el talante político de las reacciones de los
obreros ante los gobiernos ha sido siempre distinto en cada
país. En España, por ejemplo, hubo conflictos que sirvieron
para acrecentar los antagonismos existentes entre las dos
centrales mayoritarias; o sea, UGT y CCOO. Lo que me
incitaba a pensar que los sindicatos no admitían ideas, sólo
ideologías. Y, por supuesto, principié a comprender que
había grupos minoritarios que usaban el sindicato para
alcanzar sus fantasías políticas. Con lo cual fui perdiendo
parte de mi enorme simpatía hacia los sindicatos y hacia los
sindicalistas que ya daban señales evidentes de imposturas y
de vivalavirgen.
Y así he llegado al momento actual. En el cual las
actuaciones del secretario general de CCOO, en Ceuta, que no
son nuevas, desgraciadamente, me ponen en el brete de tener
que hacer verdaderos malabares para no decir que el
sindicalismo es puro camelo. Que está sirviendo para que las
personas aprovechadas vivan a costa de los obreros más
necesitados. De los que nunca se acuerdan nada más que
cuando se ven precisadas a demostrar que ostentan cargos
para algo.
Es entonces, cuando tales personas se ven obligadas a
defender sus puestos y sus prebendas, el momento en el cual
montan manifestaciones ruidosas con el único fin de
amedrentar a las autoridades con una demostración de fuerza.
En el caso que nos ocupa, el secretario general de CCOO,
amén de lo ya dicho, está buscando desesperadamente votantes
para ver, si de una vez por todas, consigue hacerse con un
acta de diputado en el Gobierno de Ceuta. Y para
conseguirlo, según vemos, está dispuesto a todo.
Menos mal que Antonio Gil, secretario general de UGT,
siempre comedido y pensando sólo cual sindicalista, ha
explicado las razones por las que su sindicato no está de
acuerdo con participar en una movilización que añade más
frustración a los parados. Eso sí, aporta ideas que deben
ser tenidas en cuenta. Como debe ser.
(Manuel Calleja Salado, insigne escritor (!), es
aspirante a conseguir el Premio Nobel de Literatura.
Enhorabuena.)
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