La Comisión Europea, en materia de prevención de la
delincuencia juvenil, sacó a relucir una constatación
práctica y empírica que, a través de la herramienta conocida
como la ‘Curva de edad’, reflejaba que la edad estaba
relacionada con la frecuencia de determinados delitos.
De manera que, “sobre los 14, 15 y 16 años empieza a
aumentar la frecuencia delictiva; a los 17 y 18 años llega a
su punto álgido; y entre los 19 y 20 años en determinados
delitos muy violentos, hablando ya de un delincuente por
convicción muy difícil de reinsertar, el niño tiende a dejar
esos hábitos de conductas insociables y delictivas”, explicó
el experto Juan Manuel Gómez Letrán.
Según el letrado, muchas conductas las vuelven delictivas
los propios adultos, tales como romper un cristal o hacer
una pintada; y con las que resulta necesaria “una
intervención penal cuando quizás se trata de medidas
educacionales, que lograrían que dichas conductas tendiesen
a desaparecer”, advirtió añadiendo la intención de creer que
“no todos los que consideramos infractores infantiles y
juveniles tienen que acabar siendo delincuentes adultos”.
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