Jesús Cordero me presentó a
Mustafa Mizzian cuando los años 80 estaban empezando.
Y a partir de ese momento, rara era la tarde en la cual no
quedábamos citados en el Hotel La Muralla para tomar café y
charlar.
Cordero y Mizzian se llevaban la mar de bien. Se profesaban
afecto. Pero ese sentimiento no les impedía debatir de
cuanto se encartara. Y, en ocasiones, hasta parecían que
estaban a punto de salirse de madre. De llegar a las manos.
Que así lo pensaba quien, sin conocerlos, estuviera
presenciando el ardor que ponían exponiendo sus ideas. Sobre
todo cuando decidían hablar del Apartheid.
De aquellas controversias entre ambos, es decir, entre
Mustafa y Jesús, conservo yo los mejores recuerdos. Porque
me permitió conocer a dos personas que se habían leído la
Historia de España de principio a fin. Y la tenían grabada
en la memoria a fuego. Y, claro, JC se subía por las paredes
cuando recibía alguna contra esplendorosa de MM.
De JC me habían dicho que era un lector empedernido. Y
también sabía que su cultura estaba basada en los recuerdos
que atesoraba después de que se le hubieran olvidado muchas
de las cosas leídas. Así que ninguna extrañeza me causaba
oírle hablar de todo con conocimientos dignos de ser tenido
muy en cuenta. Era, y creo que seguirá siéndolo, un
magnífico contertulio. Sin duda.
En cambio, como a MM nadie me lo había celebrado como
conversador ameno y muy preparado, confieso que me llevé una
grata sorpresa al comprobar que merecía la pena escucharle
atentamente sus reflexiones y sus opiniones. Aunque, como en
el caso de Jesús, a veces no estuviera de acuerdo con lo que
decía. Faltaría más.
Escribí, días atrás, cuando todavía mi estimado Mustafa
Mizzian vivía, que nunca tuve de él la menor queja. Ni
siquiera cuando mis críticas le fueron desfavorables. Y que
hasta los últimos días de su vida me precié de tenerlo entre
mis conocidos más allegados. Hoy, cuando aún tengo la
impresión de que puedo hallármelo en la Avenida de Sánchez
Prados, no puedo por menos destacar que gozaba de una
cultura que para sí la quisieran muchos políticos.
Pero hay más. No olvidaré jamás la alegría que irradiaba el
día en el cual estaba firmemente convencido de que iba a ser
nombrado asesor del Consejo de Administración de Emvicesa.
Nombramiento que estuvo esperando hasta que, al fin, se dio
cuenta de que le habían engañado y hasta jurado en vano.
Incluso las personas que tanto le debían.
A partir de entonces, el líder del PDSC ya no fue el mismo.
Se había sentido usado y, desde luego, le costó trabajo
aceptar que la Unión Demócrata Ceutí se hubiera opuesto
rotundamente a su nombramiento cual asesor.
Mohamed Alí, tras la muerte de Mustafa Mizzian, ha
pedido para éste la Medalla de Oro de la Ciudad. Merecida a
todas luces. Pero a Mustafa, dado el amor que sentía por los
suyos y especialmente por sus hijos, seguramente le habría
hecho más tilín haber sido nombrado en vida asesor del
Consejo de Administración de Emvicesa. Para haber estado
presente en las obras de El Príncipe. Axioma.
(Intelectuales (!) muy considerados en Ceuta: Carlos M.
Acosta Maza, Manuel Alba Ríos y María Asunción Ingesta
Segura)
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