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OPINIÓN - MARTES, 9 DE FEBRERO DE 2010

 
OPINIÓN

Compañero y amigo

Por Emilio Carreira


Hace un rato me han dado la triste noticia: ha fallecido Mizziam. Y son de esas cosas que cuesta asimilar: la desaparición de un amigo y además de la clase y categoría de Mustafa.

Yo he tenido la oportunidad de compartir con él durante muchos años, desvelos, preocupaciones, confidencias y proyectos; naturalmente todos relacionados con la política ceutí, en la que hemos sido socios, rivales, pero sobre todo, amigos y de los leales.

Poca referencia voy a hacer en estos momentos a la perseverante línea de actuación de Mizziam, porque era tan clara, que se puede resumir en unas pocas líneas: “donde había alguien con un problema, cerca de esa persona y de ese problema estaba Mustafa Mizziam”.

Siempre presto a ayudar a cualquier necesitado, seguramente sorteando hasta los obstáculos legales, no buscó nunca a continuación la medalla del político avezado, que pretende traducir en votos cada gesto y cada acción.

Es más, siendo consciente, como era, de que los votos se iban a otra parte, no renunció a ser ese pequeño-gran defensor del pueblo, de todo el pueblo, pues jamás rehusó pelear por nadie con independencia de su condición, a pesar de la incomprensión de muchos que siempre le asociaron a la defensa de un único colectivo, incomprensión incluso entre la masa social del P.P., que sin él, jamás hubiera tenido el Gobierno de Ceuta, porque hasta en cuestiones de alta política, su visión era amplia, casi de estadista.

Pero mis mejores recuerdos de Mustafa, tienen mucho más que ver con nuestras complicidades, con nuestras interminables conversaciones sobre la vida y lo que verdaderamente importa: la familia, los amigos, la fe o la no fe, las raíces, los sentimientos más profundos del ser humano en definitiva.

De él aprendí muchas cosas, pero la mejor fue la capacidad de tolerar, tal vez por lo poco tolerado que él fue y también aprendí que un ser humano puede cambiar y forjarse a si mismo, sin esconder ni pasado ni errores, pero capaz de regenerarse, de aprender, de mejorar y sobre todo, de olvidar el daño recibido.

Nada de lo que escribo nace del compromiso o de la costumbre de alabar a quien se va. Nace de la necesidad del corazón de llorar con las palabras.

En fin, amigo del alma: Espero que una cascada de agua fresca sacie tu sed y que ahora, ya en el descanso, estés comiendo cordero en el paraíso.

Un abrazo de tu amigo y hasta siempre.
 

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