Hace un rato me han dado la triste noticia: ha fallecido
Mizziam. Y son de esas cosas que cuesta asimilar: la
desaparición de un amigo y además de la clase y categoría de
Mustafa.
Yo he tenido la oportunidad de compartir con él durante
muchos años, desvelos, preocupaciones, confidencias y
proyectos; naturalmente todos relacionados con la política
ceutí, en la que hemos sido socios, rivales, pero sobre
todo, amigos y de los leales.
Poca referencia voy a hacer en estos momentos a la
perseverante línea de actuación de Mizziam, porque era tan
clara, que se puede resumir en unas pocas líneas: “donde
había alguien con un problema, cerca de esa persona y de ese
problema estaba Mustafa Mizziam”.
Siempre presto a ayudar a cualquier necesitado, seguramente
sorteando hasta los obstáculos legales, no buscó nunca a
continuación la medalla del político avezado, que pretende
traducir en votos cada gesto y cada acción.
Es más, siendo consciente, como era, de que los votos se
iban a otra parte, no renunció a ser ese pequeño-gran
defensor del pueblo, de todo el pueblo, pues jamás rehusó
pelear por nadie con independencia de su condición, a pesar
de la incomprensión de muchos que siempre le asociaron a la
defensa de un único colectivo, incomprensión incluso entre
la masa social del P.P., que sin él, jamás hubiera tenido el
Gobierno de Ceuta, porque hasta en cuestiones de alta
política, su visión era amplia, casi de estadista.
Pero mis mejores recuerdos de Mustafa, tienen mucho más que
ver con nuestras complicidades, con nuestras interminables
conversaciones sobre la vida y lo que verdaderamente
importa: la familia, los amigos, la fe o la no fe, las
raíces, los sentimientos más profundos del ser humano en
definitiva.
De él aprendí muchas cosas, pero la mejor fue la capacidad
de tolerar, tal vez por lo poco tolerado que él fue y
también aprendí que un ser humano puede cambiar y forjarse a
si mismo, sin esconder ni pasado ni errores, pero capaz de
regenerarse, de aprender, de mejorar y sobre todo, de
olvidar el daño recibido.
Nada de lo que escribo nace del compromiso o de la costumbre
de alabar a quien se va. Nace de la necesidad del corazón de
llorar con las palabras.
En fin, amigo del alma: Espero que una cascada de agua
fresca sacie tu sed y que ahora, ya en el descanso, estés
comiendo cordero en el paraíso.
Un abrazo de tu amigo y hasta siempre.
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