Estamos inmersos en los carnavales
que empezaron, según los que más entienden de estas cosas,
desde el mismo día en que fue elegida la reina del carnaval,
para a continuación celebrar lo que nos ha dado por llamar
la “Mejilloná” diferenciándolo, de esa forma de la “erizá”
gaditana.
A cada uno lo suyo, que está muy feo eso de copiar, a pesar
de lo que hayan dicho las mentes pensantes de la Universidad
de Sevilla que, como es lógico, ante la hilaridad que ha
supuesto tal asunto, rápidamente han dado marcha atrás. O
sea, algo así como el asunto del “pensionazo”, que a igual
que en mis tiempos de chaval, cuado jugábamos a las bolas y
no acertábamos, decíamos que era solo “un proba”.
Se me está yendo el santo al cielo, desviándome del asunto a
tratar, que son nuestros carnavales, pero es que se me
vienen cosas y circunstancias a la memoria, y sin querer lo
plasmó en la cosa esta que estoy escribiendo.
Volvamos, pues, a los carnavales, que es de lo que queremos
escribir. Perdonen las molestias y signa atento al escrito
que va, con toda seguridad, a tratar de esta fiesta pagana,
donde colocándose una careta, se oculta el verdadero rostros
de algunos personajillos de poco pelo y politiquillos del
tres al cuarto.
Bueno, sin exagerar, algunos de los antes mencionados llevan
la careta puesta desde que vinieron a este mundo y siguen
engañando a unos pocos de incautos, que no se dan cuenta que
detrás de esa careta, que les tapa sus auténticos rostros,
se esconde la mayor de la falsedad y de la hipocresía.
Y así van pasando los años, sin que necesiten quitarse las
caretas, para que los incautos sigan creyendo en las buenas
personas que son todos estos personajillos y politiquillos.
El día que llegará, porque todo llega en esta vida, para que
los pobres incautos, vean lo que, realmente, se esconde
detrás de esas caretas, muchas de ellas obstarán por ponerse
unas caretas de verdad, en las que la que ya no quepan la de
engaña bobos.
Y será ese día, que llegará, donde esos incautos,
reconocerán, de verdad, a todos aquellos, a los que la venda
de sus ojos les impedían ver lo que eran en realidad.
Me encanta ver a las gentes disfrazadas, acompañar a la
cabalgata recorriendo las calles de nuestra tierra,
disfrutando de nuestros carnavales. Gentes sencillas y
sinceras que se pasan unas horas divirtiéndose con sana
alegría, que siguen siendo las mismas personas, en cuanto
llega el momento de olvidarse del disfraz y volver a la
realidad.
Los otros, los de las caretas durante todo el año para
ocultar su verdadera personalidad e intenciones esos, en la
mayoría de las ocasiones, por no decir nunca, jamás van
detrás de una de las carrozas que conforman la cabalgata que
recorre nuestras calles. Sería un desprestigio, para ellos,
el disfrazarse e ir detrás de las carrozas juntándose con la
plebe.
Siento una emoción sin límites, sólo e pensar el día que
esas caretas caigan de las caras de todos estos
personajillos y se muestren tal y como son. ¡Caretas fura!
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