El que mucho observa, mucho sabe,
porque es capaz de discernir. Es sabiduría popular. La
verdad que todo habla de todo, que todo tiene un sentido,
que todo es el resultado de un cambio. Sólo hace falta
escuchar, meditar, penetrar en el escenario de la vida, ver
más allá de los silencios y reconocer los signos de las
épocas. Es cierto que las ciencias de la observación
describen y miden cada vez con mayor exactitud las múltiples
manifestaciones de la existencia humana; pero también es
incuestionable que las gentes del campo, observadores de la
naturaleza a diario, conocen el lenguaje de la tierra como
pocos. Quizás el mundo agrícola sea el primero en intuir las
adversidades atmosféricas y en sufrir los desastres que
ocasionan. Son los efectos de la irresponsabilidad de un
desarrollo que contamina a más no poder. A poco, pues, que
uno observe sentirá el gemido de la tierra, los campesinos
aparte de sentirlo lo viven en primera persona, mientras los
destructores del patrimonio natural siguen en faena. Ya es
hora de abrir los ojos, de prestar atención a lo que dicen
aquellos que cultivan la tierra y la protegen, de aguzar los
sentidos, de no perder de vista a los que contaminan. En un
mundo dotado de recursos naturales limitados, lo que hace
falta es promover modos de vida respetuosos con el medio
ambiente y que quienes abusen paguen la mayor tajada por los
costos. Desde luego, la catástrofe ecológica que amenaza hoy
a la humanidad, tiene una profunda raíz ética en el olvido
de los límites y en dejar hacer a los que envilecen.
Ya dije antes que la observación es un signo de sabiduría.
Observar el comportamiento del planeta en el que vivimos me
parece fundamental, sobre todo para prevenir el impacto de
catástrofes naturales. Hay que activar programas en este
sentido. Sin duda alguna, considero que puede ser una buena
manera de garantizar una mejor gestión medioambiental.
Conociendo los sollozos de la corteza terrestre, intimando
con los suspiros de la biodiversidad, viviendo el estado de
los océanos y la composición de la atmósfera, estoy seguro
que cambiaremos de actitudes. Ya lo advirtió Séneca: “la
naturaleza nos ha dado las semillas del conocimiento”. Y
esta erudición es la que nos hace responsables. Ahora la
Unión Europea quiere crear un programa de observación de la
tierra para un mundo más seguro. Estimo que puede ser una
buena noticia si funciona como tal y la ciudadanía podemos
acceder plenamente y de forma gratuita a la información,
puesto que sería un gran auxilio a la hora de ayudar en la
organización de los equipos de rescate. Que se puedan
identificar por imágenes las regiones más problemáticas, ver
qué infraestructuras han resultado dañadas, de entrada
facilita el poder evacuar y atender a la gente con más
prontitud. Esta apuesta por la observación del planeta
debería representar un estímulo para la acción en todo el
mundo, puesto que todo esfuerzo encaminado a remediar
problemas que ahí están, cuando menos nos ayudan a tomar
conciencia por el buen estado del medio ambiente.
Todo afán y desvelo por un medio ambiente saludable merece
la pena considerarlo e injertarlo como urbanidad al diario
de la vida. El contemplar a los campos, los bosques y los
mares, y el defenderlos de una explotación salvaje, ha de
ser la obligación primera de todo gobierno que se diga
social y democrático de Derecho, puesto que la medida por si
misma, ya contribuye al aumento de las reservas de alimentos
en el mundo. De nada sirven la multiplicación de programas
ecológicos o de libros sobre ecología si luego dilapidamos
la gran obra de la naturaleza. Ciertamente, produce una
inmensa angustia recogerse a meditar sobre la crueldad de
tanto entorno muerto que nos habla a los ojos y que seguimos
sin hacer nada por remediarlo. Vivimos en una época de
peligros permanentes. La idea del filósofo Albert Schweitzer
sobre el ser humano, de que “ha aprendido a dominar la
naturaleza mucho antes de haber aprendido a dominarse a sí
mismo”, puede ser una buena lección a estudiar.
Con frecuencia la acción internacional para combatir el
hambre o los desastres naturales ignora el factor de
irresponsabilidad humana con la naturaleza. Creo que es
necesario implicar a los poderes, y agentes sociales de las
diversas naciones, en las opciones y decisiones que atañen
al uso de la tierra, pues muchas veces tierras que son de
cultivo se orientan hacia otros desarrollos, provocando en
ocasiones efectos tremendos contra el medio ambiente. Ha
llegado el momento de considerar al hábitat con más estima
de lo que venimos haciéndolo y de reforzar los lazos de
solidaridad con las poblaciones afectadas. La pregunta surge
por sí misma, con la mera medida y registro de los hechos
observables: ¿cómo hacer para que la solidaridad triunfe
sobre el dolor y la desdicha? De palabra es fácil dar
respuesta, pero luego los hechos son los que son, y la
perspectiva solidaria se va desmembrando por egoísmos del
propio sistema productivo, o debido a posiciones políticas e
ideológicas que fomentan la xenofobia o el cierre arbitrario
e injustificado de fronteras. Todavía en el mundo, persisten
de modo explicito o tácito, el odio racial, la intolerancia
religiosa y las divisiones de clases. Si en verdad, el
espíritu solidario estuviese enraizado en el mundo, no
habría gente que vive en condiciones infrahumanas como los
internos del principal hospital psiquiátrico de Puerto
Príncipe. Conclusión: despacito y buena letra, que el hacer
las cosas bien porque sí, importa más que el vocearlas y más
que el hacerlas por compasión.
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