Con lema “Viva la Muerte” junto al
de ¡A mi La Legión!, el General Don José Millán-Astray y
Terreros quiso diferenciar el nuevo Cuerpo de Ejército que
en el año 1920 se creara a instancias del mismo por Orden de
28 de enero de 1920, precisamente en Ceuta, el llamado
Tercio de Extranjeros, embrión de lo que posteriormente
vendría a ser La Legión, cuya filosofía, plasmada en el
Credo Legionario, sería la base espiritual del nuevo Cuerpo.
El General Millán-Astray, curtido en mil batallas entre las
que se cuentan las llevadas a cabo en el antiguo
Protectorado de España en Marruecos (al que tantos desvelos
para su pacificación y mejoramiento de vida empeñó el Estado
Español) y en Filipinas (en defensa del último bastión de
nuestro país en el lejano oriente), bizarro general que
tantas veces había visto pasar la muerte por su lado en los
campos de batalla, distinguido con las mas altas
condecoraciones del Estado en tiempos de gobiernos
monárquicos y republicanos (dos Medallas Militares
Individuales, entre otras) por sus hechos de gran arrojo y
valentía, sufriendo cuatro heridas como consecuencia de una
de las cuales perdió el brazo izquierdo que se le amputó en
el Hospital Militar de Tetuán y, de otra, perdiendo el ojo
derecho. Ha sido ahora, según leemos en la prensa nacional,
“recompensado” retirándose, con nocturnidad y alevosía, por
el Ayuntamiento de La Coruña, el monumento a su figura que
se erigía en la plaza de su nombre en la citada capital
gallega y llevado a un almacén municipal.
“Este bizarro general, que tantas veces había visto cruzar
la muerte por su lado en los campos de batalla, escribe, en
la madrugada del día 1º de enero de l954 la última página de
su vida, el día que Dios Nuestro Señor fue servido disponer
que la escribiese. No quiso solemnidades ni honores fúnebres
de ningún tipo. Tan solo los legionarios de su escolta
fueron los encargados de darle sepultura en el madrileño
cementerio de La Almudena. Sobre su tumba, una lápida de
granito con esta lacónica inscripción: MILLÁN ASTRAY.
LEGIONARIO”. (Francisco A. Cañete. Comandante de Infantería
y Legionario de Honor).
En Ceuta tenemos otro ejemplo de retirada de placa en la
plaza que llevaba el nombre del General Don Alfredo Galera
Paniagua, soldado ejemplar, de buen sentido y excelentes
dotes de mando, nombrado en 1956 Teniente General Jefe de
los Ejércitos de Tierra, Mar y Aire España en el Norte de
África y del Gobierno General de las Plazas de Soberanía,
quien dirigió el repliegue de las tropas españolas en
Marruecos trayendo a Ceuta el honor, el respeto, el afecto y
el reconocimiento en su persona por el pueblo marroquí de
como la nación española supo cumplir con los compromisos
contraídos por su carácter auténticamente proteccionista de
la nación vecina, creando escuelas, hospitales, fábricas,
construyendo modernas edificaciones, llevando a cabo
numerosas obras de infraestructuras como puentes,
carreteras, líneas de ferrocarril y permitiendo a los
ciudadanos marroquíes, hasta aquel entonces dedicados casi
en exclusiva a la agricultura y a los oficios artesanales,
una mejoría tanto asistencial como económica, Fue, asimismo,
el que dirigió la transferencia de los efectivos, humanos y
materiales, que sirvieron de base para la creación de un
moderno ejército marroquí, experimentando Ceuta, por el
repliegue de las tropas a esta ciudad y por la acción
directa del Teniente General Galera, un auge jamás conocido.
Todas estas acciones, al igual que ha hecho la ciudad de la
Coruña con el General Millán Astray, se las “reconoció” (¿)
la ciudad de Ceuta al Teniente General Galera Paniagua,
quitando el nombre de la plaza y llevando la placa con su
efigie a un almacén municipal de donde, según tenemos
entendido, sus hijos la recogieron y llevaron a su ciudad
natal. No merecen los coruñeses (milenaria ciudad patria de
María Pita, Emilia Pardo o Ramón Menéndez Pidal) y ceutíes
(pueblo noble, leal y agradecido) que se les “distinga” por
estos hechos fruto, pensamos, de acciones retrógradas
propias de tiempos pasados. Bien merecían los ilustres
generales citados, se les hubieran mantenido los monumentos
erigidos en su memoria por el respeto y admiración que ante
los españoles tienen acreditados.
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