Debido a que algunos ilustrados
(!) van diciendo que yo tiendo a padecer de homofobia, vaya
pues el texto casi íntegro de esta columna escrita por mí el
sábado 29 de diciembre de 2007. Entre otras que están al
alcance de ustedes en internet.
Bajo el título de ‘La hipocresía es detestable’
escribí lo siguiente: “La homosexualidad es algo que
perjudica a las personas y a la sociedad”. Así se ha
manifestado un obispo de una diócesis tinerfeña. Y remata la
primera parte de sus declaraciones con la siguiente
revolera: “Está clarísimo que, en este sentido, (en lo
referente a la homosexualidad), mi pensamiento y el de la
Iglesia son siempre de respeto máximo a las personas”.
Faltaría más. Y continúa largando: “Pero, lógicamente, creo
que el fenómeno de la homosexualidad es algo que perjudica a
las personas y a la sociedad”. Y el obispo se quedó
tan pancho.
Primera parte de un discurso navideño, ahíto de amor y de
tolerancia (!), por parte de una autoridad eclesiástica. Se
nota como el obispo canario, durante unas fiestas tan
cristianas cual entrañables, ha querido dar un mensaje de
paz. El siguiente paso de amor fraternal lo dio Bernardo
Álvarez, que así se llama el obispo, anunciando que las
consecuencias de la homosexualidad las pagaremos con creces.
Como ya las pagaron otras civilizaciones. Parece ser que su
excelencia está convencido de que habrá otro castigo
bíblico. Y todo por culpa de quienes gustan de orientarse
sexualmente por otros derroteros que no sean los
heterosexuales. Eso sí, dada su condición destacada de
pastor de ovejas descarriadas, el obispo se pone atenuador
al comunicarnos que la homosexualidad es una enfermedad.
“Una carencia, una deformación de la naturaleza propia del
ser humano”. Y nos remite a los diccionarios de cuando
recogían que los homosexuales debían someterse a tratamiento
psiquiátrico. Y reniega de que ahora ello sea políticamente
incorrecto.
Menos mal, que el obispo no se ha atrevido a retrotraerse en
el tiempo para recordarnos qué hacían con los homosexuales
cuando el Jefe del Estado era llevado bajo palio. Entonces,
creo recordar que eran metidos en la trena, pelados al cero
y les daban aceite de ricino, con el fin de que por
retambufa les salieran los malos demonios causantes de la
enfermedad. Eso sí, semejante trato era discontinuo. O sea,
adaptado a las circunstancias del momento.
Aunque no todos los homosexuales han de ser sometidos a
tratamientos. Pues siempre ha habido clases. Por ejemplo:
los hijos de padres ricos y devotos, de cuando Franco,
lucían su pluma en los mejores ambientes. Y hasta hacían
muchos de ellos sus pinitos en seminarios y congregaciones
de jesuitas. A estas personas, los suyos las tildaban de
raros. Que lo de maricón quedaba reservado únicamente para
los que no tenían donde caerse muertos. La hipocresía es
maldad. Y los hipócritas son detestables.
Si ustedes creen que quien escribe de tal manera es
contrario a la homosexualidad, lean otras columnas que están
recogidas aquí, bajo los siguientes epígrafes: ‘El deseo
sexual’ (13/12/2009). ‘No es antagónico ser militante del PP
y ser homosexual’ (3/6/2009) y otras más que la falta de
espacio me impide reseñar. Y, desde luego, no se pierdan el
titulado así: ‘Se impone la piedad’ (2/11/2009). En el cual
doy mi parecer sobre los problemas derivados del sexo.
Siempre que el asunto sea aceptado por las dos partes.
En fin, tras hacer esta aclaración, para que los ilustrados
(!) tomen nota, en cualquier momento hablaré también del
derecho que tenemos los heterosexuales a exigir el respeto
debido por parte de esas personas que los franquistas, tan
poco dados a los eufemismos, llamaban maricones. De manera
injusta. Claro que sí.
(Me complazco en destacar a intelectuales (!) como son
Laura Ortiz Gómez y Rocío Maresco)
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