Fue en diciembre de 2008, día 13 y
sábado, cuando José Antonio Carracao fue elegido
secretario general de los socialistas de Ceuta en la planta
quinta del Hotel Tryp. La sala de estar del establecimiento
estaba abarrotada. Y en ella se discutía a gritos la
elección. Hubo momentos en los que se perdieron las formas
por parte de quienes se sabían ya condenados a perder su
militancia en el partido. Hombres y mujeres, contrarios a lo
que ellos llamaban un pucherazo, se hacían notar sin
importarles lo más mínimo salirse de madre.
En medio de aquel galimatías, en el cual yo me encontraba,
surgió una mujer que trató de hacerse notar de manera poco
comprensible. Comenzó pidiéndome que me dejara fotografiar
junto a ella. Y cuando accedí, no sin antes decirle a mi
acompañante que aquella muchacha estaba jugando al
escondite, ella me dijo que había ganado lo que se había
apostado con sus amigos: que era capaz de darme coba para
que me dejara inmortalizar por el daguerrotipo a su vera.
Aquella declaración no me cayó todo lo bien que yo hubiera
deseado y, tras la discusión posterior, decidí dedicarle una
columna en la que la taché de Lolita. Pocos días después me
enteré de que la muchacha era Raquel Chaves Bermejo.
A partir de entonces, me consta que Raquel se convenció de
que yo era más demonio de lo que le habían dicho. Aunque
dado que no nos veíamos, la muchacha jamás pudo expresarme
lo mal que le había sentado la contra que recibió por mi
parte.
Aquella columna que le dediqué a una seguidora acérrima de
lo que muchos treintañeros llaman progresía se nutrió de lo
que debe nutrirse una columna: de letra impresa y malaleche.
Y debo reconocer que en el castigo se me fue un poco la
mano.
A partir de entonces, creo haber coincidido con Raquel
Chaves dos veces y en el mismo sitio: en ‘El Mentidero’. Y
en ambas ocasiones hemos cruzado nuestras miradas sin que en
ellas haya habido el menor asomo de tener pendiente ningún
ajuste de cuentas.
Ayer, y también en ‘El Mentidero’, Raquel y yo tuvimos la
oportunidad de vernos. Ella estaba como parece ser su
costumbre: dispuesta a mantener la mirada desafiante y esa
pose de mujer muy sobrada. Tan altiva como segura de sus
posibilidades. Más como estaba acompañada, yo me limité a
mirarla a hurtadillas. Temeroso de recibir una andanada de
reproches. Mas confieso que mis temores no se cumplieron.
Porque Raquel sólo me clavó su mirada grande y me dedicó
unos sonidos ininteligibles que todavía estoy tratando de
descifrar.
A lo mejor es que trataba de darme las gracias por haberla
destacado como una pensadora (!) brillante de una ciudad en
la que escasean mujeres de su talla. O bien se estaba
acordando de todos mis muertos en plan Ángel Teruel.
Torero que daba la vuelta al ruedo bisbiseando maldades
contra el personal.
Sea lo que fuere, niña Raquel, que pelillos a la mar. Y
aprovecho la ocasión para decirte que ríes muy bien. Aunque
eso en el mundo progresista que tú te desenvuelves tenga
escaso valor. O sea.
(Me dicen que se me nota mucho la predilección que tengo por
J. Manuel González Navarro, debido a que le he sacado
dos veces como intelectual destacado en esta pasarela. Por
lo cual me veo obligado a decir que ha sido un error).
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