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OPINIÓN - VIERNES, 5 DE FEBRERO DE 2010

 

OPINIÓN / EL OASIS

Niña Raquel
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Fue en diciembre de 2008, día 13 y sábado, cuando José Antonio Carracao fue elegido secretario general de los socialistas de Ceuta en la planta quinta del Hotel Tryp. La sala de estar del establecimiento estaba abarrotada. Y en ella se discutía a gritos la elección. Hubo momentos en los que se perdieron las formas por parte de quienes se sabían ya condenados a perder su militancia en el partido. Hombres y mujeres, contrarios a lo que ellos llamaban un pucherazo, se hacían notar sin importarles lo más mínimo salirse de madre.

En medio de aquel galimatías, en el cual yo me encontraba, surgió una mujer que trató de hacerse notar de manera poco comprensible. Comenzó pidiéndome que me dejara fotografiar junto a ella. Y cuando accedí, no sin antes decirle a mi acompañante que aquella muchacha estaba jugando al escondite, ella me dijo que había ganado lo que se había apostado con sus amigos: que era capaz de darme coba para que me dejara inmortalizar por el daguerrotipo a su vera.

Aquella declaración no me cayó todo lo bien que yo hubiera deseado y, tras la discusión posterior, decidí dedicarle una columna en la que la taché de Lolita. Pocos días después me enteré de que la muchacha era Raquel Chaves Bermejo.

A partir de entonces, me consta que Raquel se convenció de que yo era más demonio de lo que le habían dicho. Aunque dado que no nos veíamos, la muchacha jamás pudo expresarme lo mal que le había sentado la contra que recibió por mi parte.

Aquella columna que le dediqué a una seguidora acérrima de lo que muchos treintañeros llaman progresía se nutrió de lo que debe nutrirse una columna: de letra impresa y malaleche. Y debo reconocer que en el castigo se me fue un poco la mano.

A partir de entonces, creo haber coincidido con Raquel Chaves dos veces y en el mismo sitio: en ‘El Mentidero’. Y en ambas ocasiones hemos cruzado nuestras miradas sin que en ellas haya habido el menor asomo de tener pendiente ningún ajuste de cuentas.

Ayer, y también en ‘El Mentidero’, Raquel y yo tuvimos la oportunidad de vernos. Ella estaba como parece ser su costumbre: dispuesta a mantener la mirada desafiante y esa pose de mujer muy sobrada. Tan altiva como segura de sus posibilidades. Más como estaba acompañada, yo me limité a mirarla a hurtadillas. Temeroso de recibir una andanada de reproches. Mas confieso que mis temores no se cumplieron. Porque Raquel sólo me clavó su mirada grande y me dedicó unos sonidos ininteligibles que todavía estoy tratando de descifrar.

A lo mejor es que trataba de darme las gracias por haberla destacado como una pensadora (!) brillante de una ciudad en la que escasean mujeres de su talla. O bien se estaba acordando de todos mis muertos en plan Ángel Teruel. Torero que daba la vuelta al ruedo bisbiseando maldades contra el personal.

Sea lo que fuere, niña Raquel, que pelillos a la mar. Y aprovecho la ocasión para decirte que ríes muy bien. Aunque eso en el mundo progresista que tú te desenvuelves tenga escaso valor. O sea.

(Me dicen que se me nota mucho la predilección que tengo por J. Manuel González Navarro, debido a que le he sacado dos veces como intelectual destacado en esta pasarela. Por lo cual me veo obligado a decir que ha sido un error).
 

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