Nuestra historia es una historia
de resistencia. Conviene recordarlo, tenerlo presente en
nuestro diario de vida, y reflexionar sobre la acción y el
efecto de sobrevivir. Nos lo evoca este año el Día
Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas
del Holocausto (27 de enero). Ahí está el legado de la
supervivencia, avivado por Naciones Unidas. Innumerables
personas, de todas las patrias y épocas, sufren diariamente
un verdadero calvario. Algunas sobreviven al dolor y a las
penurias más horrendas. Otras no tienen esa suerte. En
cualquier caso, estas espantosas imágenes deben
concienciarnos para ser más respetuosos con los seres
humanos y en defender su dignidad. Como muestra de una de
tantas barbaries, el legado de Auschwitz-Birkenau, el campo
de concentración y exterminio que se hizo famoso en todo el
orbe como el símbolo de la maldad humana, y que hoy tiene
que ser una lección imborrable. Hemos de seguir, pues,
profundizando en las causas que motivan las atrocidades
humanas a lo largo de su historia, porque después del camino
recorrido, de tantos avances logrados, el orden y la
consideración no van con nosotros.
Hay que asentar los humanos derechos. Hacerlos valer como
intocables derechos humanos en toda persona. El planeta es
un volcán de violencias y de persistentes violaciones. Está
visto que no es suficiente con el mero recuerdo anual,
tenemos que educar activando otros cultivos y otras culturas
más responsables. De la responsabilidad hacia toda persona
es como nace una sociedad más humana. Debemos injertar el
respeto por la diversidad antes de que la intolerancia eche
raíces. Cuestión peligrosa que se enraíce el fanatismo. Si
no podemos poner fin a nuestras diferencias, puesto que cada
persona es un mundo, cooperemos a que el planeta sea un
hábitat apto para todos. Pongamos en valor los derechos
humanos. Son vitales. No los demos jamás por sentados. Como
todo en esta vida, precisa protección, defensa y garantía.
Para que sean una realidad viva, aparte de que toda la
ciudadanía los conozca, es necesario ponerlos en movimiento,
sentirlos como propios y útiles para la convivencia.
Deseo recordar nuestra perenne historia de supervivencia,
pero quiero hacerlo con un propósito, con una llamada a las
conciencias, la de alejarnos del mal. Ya está bien de seguir
conviviendo con la desolación. Precisamente, la ONU fue
fundada como reacción ante los horrores de la segunda guerra
mundial. Sin duda, para regenerarse socialmente es
fundamental mejorar a las personas, los hogares,
reconocerles por lo que son y representan, reforzar los
vínculos que nos unen en lugar de los que nos separan, para
que pueda crecer la comprensión, la humildad y la acogida.
No es posible dar marcha atrás. El aluvión de tragedias ha
sido una cosecha abundante. Pero si es posible recapacitar,
y que la humanidad recuerde la inutilidad de las guerras, el
horror del Holocausto, las mezquinas hazañas de personas
intransigentes, sectarias y tercas. Acordarse de nuestra
historia de supervivencia, lleva aparejada la absoluta
repulsa a hechos salvajes que nos precedieron. Rememorar es,
igualmente, una credencial para el futuro. La profunda
perversidad a que se llegó en tantos campos de batalla,
tuvieron su inicio en la ideología del odio y la venganza.
Recapitular esos orígenes seguro que nos sirven de
advertencia y nos ponen en guardia ante nuevas señales
cargadas de rencor.
Por si teníamos pocas contiendas, ahora también tenemos la
guerra de los “ciberespías”, buceando por las altas esferas
de la seguridad mundial. La tierra es cada día más insegura,
pero el ser humano sigue buscando la paz. Abrigamos la
necesidad de quietud, de sentir lo armónico como forma de
vida. A veces se buscan desesperadamente alianzas que luego
sólo quedan impresas en el papel. Sería bueno reflexionar
sobre ello. Para poder alcanzar el sosiego, quizás sea
imprescindible antes que todas las personas, vivan donde
vivan, puedan experimentar el calor de un afecto próximo y
firme, no la ingratitud o la explotación. Y aunque las
naciones pueden prestar cierto auxilio, jamás como el de la
familia. El mundo tiene que acabar siendo un clan, porque la
estirpe humana necesita sentirse grupo antes que sociedad y
mucho antes que progreso. Más allá de los países y de sus
instituciones, queda la parte de compromiso que recae sobre
cada uno de nosotros. Todos al final somos parte del
conflicto.
Dicho lo anterior, si estimo que es un gran avance que los
derechos humanos, la democracia y el Estado de Derecho sean
valores básicos de la Unión Europea, consagrados en su
Tratado fundacional y reforzados con la adopción de la Carta
de Derechos Fundamentales. La creación de un marco de
igualdad y dignidad para todos es la mejor manera de
asegurar la convivencia pacífica entre las personas y su
hábitat. Todas las transgresiones deben servirnos para
meditar. Sólo así se pueden prevenir que se repitan los
errores y los terribles abusos del pasado. Por desgracia,
nuestro mundo sigue plagado por las injusticias, sin
respetar en ocasiones las normas que Naciones Unidas pone en
marcha para frenar y combatir la impunidad ante hechos tan
horrendos como abrir fuego por doquier espacio. Su ley
debiera ser ley de leyes en cualquier país. Es la única
manera de hacer frente a la intolerancia y el fanatismo. Y,
asimismo, una buena manera de honrar a las víctimas del
Holocausto y de los genocidios del siglo actual, que aún se
siguen produciendo y reproduciendo con los mismos vientos de
repugnancia de otros tiempos.
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