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OPINIÓN - VIERNES, 29 DE ENERO DE 2010

 

OPINIÓN / EL OASIS

El manifiesto de setenta intelectuales
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Llevo varios días, concretamente desde el lunes 24, que vivo en un estado de inquietud necesitado de ansiolíticos. Y todo porque me duele haber cometido muchos desmanes con esta columna. Confieso que me siento culpable de haber estado escribiendo casi veinte años de manera que me he visto todos los días obligado a rendir cuenta ante los jueces. Y es tal mi desesperación por tan infame comportamiento y cobardía al no poner en negrita el nombre de las personas a las que he difamado, durante tantísimo tiempo, que debo comunicar que estoy sometido, por voluntad propia, a mortificaciones de cilicios.

En varias ocasiones, desde el lunes, he estado tentado de presentarme ante los intelectuales que viven en esta ciudad para agradecerles el mucho bien que me han hecho al firmar con nombres y apellidos una denuncia pública contra mí. Y poder pedirles perdón por mi manía de difundir rumores malintencionados, repartir odios injustificados y sembrar la semilla del machismo y del odio, etcétera.

Pero me contengo. Y a fe que lo hago porque siento una vergüenza desmedida al pensar que debo enfrentarme ante tantas personas dotadas de la inteligencia suficiente para diagnosticar males como los míos y ponerme en el camino de la salvación. Y es que todos los firmantes del manifiesto han dado ya muestras evidentes de valores morales y de estar atiborrados de credenciales éticas que sirven de muestrario ejemplar en Ceuta.

Debo reconocer, y lo hago con enorme satisfacción, que en una época donde a los intelectuales, salvo raras excepciones, se les achaca el desinterés mostrado a la hora de dar la cara ante las injusticias, en Ceuta, más de setentas mentes privilegiadas han sido capaces de ponerse de acuerdo en un simple desayuno para decirme que ya ¡está bien! Que a partir de ahora no me aguantarán ni un segundo más. Y, desde luego, me han dado una lección de cómo se debe hacer la columna. Y es que todos se han consagrado en este género.

Y, por supuesto, me he sentido abochornado de tal manera que en los primeros momentos de la denuncia estuve a punto de arrojarme al vacío desde el mirador de mi casa. No sé lo que me contuvo. Aunque a medida que pasan los días voy convenciéndome de que fue la mirada de mi perro la que me salvó de cometer tal desatino. Pero sigo creyendo que no merezco vivir, a mi edad, habiendo sido repudiado por sabios que forman legión en una ciudad pequeña donde sobresalen sus saberes y bonhomía. E incluso, a pesar de estar soportando dolores intensos por mi deseo de purgar mis culpas, usando cilicios espeluznantes, todavía puedo pensar en el gran beneficio que sería para Ceuta exportar parte de tanto intelecto a cambio de que los países interesados nos envíen un turismo capaz de acabar con todos los desempleados que están a disposición de Juan Luis Aróstegui.

Así que pondré mi granito de arena haciendo publicidad de algunos de los intelectuales tan codiciados, elegidos al azar, como son Juan Miguel Armuña Guerrero, Paloma López Cortina, Manuel Calleja, Toño Campoamor y Silvia Vivancos. De momento. Pero prometo que las demás cabezas privilegiadas irán apareciendo en esta columna que tanto leen. Por más que sean setenta. ¡Joder, qué tropa...! Que diría Romanones.
 

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