Creíamos que no ocurriría nunca, o al menos que tardaría
bastante más, y sin embargo nos ha golpeado de pleno. El
cansancio nos está retorciendo las entrañas y, lo que es
peor, nos atormenta el alma (o como quiera que se llame eso
a estas alturas) hasta hacernos mierda. Tod@s estamos
subidos al mismo tren, con la salvedad de que algun@s logran
exteriorizarlo y consiguen aliviar y otros, los más, ven
como su cuerpo hace saltar el diferencial para evitar
cortocircuitos….si el cuerpo supiera que ya totalmente
cortocircuitado.
En la delegación de Cruz Roja Española se sigue con el
estres propio de una emergencia y no se quiere dejar lugar
para otra cosa que pensar en como ayudar. Centrarse en el
trabajo es la única forma de no caer…. ahora. Los veteranos
están más que pendientes de los que estamos recién
aterrizado en lo que ell@s mism@s no dudan en llamar la
catástrofe humanitaria más importante jamás conocida.
Los “¿qué tal estas?” se suceden; son unas madres para
nosotros porque saben que, en un momento u otro, alguien,
inevitablemente, se derrumbará en los avernos de la tristeza
por sobredosis severa de penurias interiorizadas. Insisten
en que lo importante no son los muertos sino los que han
quedado, que por ellos estamos aquí, que estamos dándolo
todo y que el presente y el futuro es más importante que el
pasado…. y siendo todo esto cierto, ¿qué coño van a decir
sino?
Ya son muchos días, poco descanso y una ingente cantidad de
trabajo con el añadido de que, aquí, la realidad no se ve en
la tele y no hay manera de cambiar de parabólica, es la
tozuda cotidianeidad. En Carrefour (una localidad cerca de
Port au Prince que ha sido absorbida por la propia ciudad)
he visto como un compañero de la Cruz Roja Alemana se tiraba
al suelo de un campamento para mirar el cielo, simplemente a
contemplar la paz del cielo durante algunos minutos. Nadie
se atrevió a decirle nada.
A escasos metros, cientos de personas se agolpaban para
esperar la ayuda humanitaria que íbamos a repartir, pero él
ya no estaba o estaba demasiado dentro, no lo se, nunca lo
sabré. Al cabo de un rato de absoluta ausencia, se levantó y
se incorporó al grupo de trabajo. Su suspiro todavía resuena
en mi cabeza. Tampoco entonces nadie se atrevió a decirle
nada.Estamos forzando mucho la máquina, pero al ver a los
haitianos nuestras angustias resultan absurdas, estériles,
ridículas.
Christian, un peruano con muchos años de experiencia en este
tipo de operaciones y que trabaja con la Cruz Roja Alemana,
le sigue con una mirada protectora hasta que se incorpora al
duro trabajo de oír, horas tras horas, los mismos lamentos.
Por ahora, parece que, el compañero ha superado la crisis,
pero no es fácil, aquí nada es fácil y todo es extremo, la
situación, los sentimientos, las contradicciones, la rabia,
todo. Todos los niños se parecen a alguien cercano; todos
los abuelos inspiran ternura y se quisiera invitar a casa a
tod@s los que sufren. No se puede, es evidente, y ni así
podemos calmar nuestras tripas.
Sabemos perfectamente que nuestra labor es servirles de
punto de apoyo, de boya salvavidas y no de fatal lastre, el
caso es que la teoría la conoce todo el mundo, o casi, pero
nos acaba embargando siempre la idea de que hacemos siempre
demasiado poco. Todo es extremo aquí.
El camión ya está en su sitio en el complejo deportivo de
Carrefour ahora convertido en un asentamiento de quienes
apenas si tienen el derecho a respirar.
El reparto de la ayuda va a comenzar. El proceso es
complicado porque hay tanta necesidad, tanto ‘menos que
nada‘, que la llegada de algo se transforma inevitablemente
en tensión.
Nadie se quiere perder la solidaridad de Cruz Roja. Estos
seres humanos estarían dispuestos a lo que fuera por
conseguir un simple cubo de plástico, una cuerdo de nylon,
dos alfombras y un toldo, y nadie se va a quedar sin ellos
pero la desesperación y la necesidad empuja a pensar que, ya
inmersos en tamaña catástrofe, todo va seguir en picado y
que, por ende, no van a tener derecho ni al cubo que trae la
Cruz Roja, y ello a pesar de las miles de explicaciones
ofrecidas mediante un megáfono en el idioma creole. Por
todos estos motivos, los repartos deben ser muy medidos, muy
preparados para evitar problemas que se traducirían en un
daño añadido a estas personas, lo que faltaba.
La ansiedad se masca en cada litro de litro de aire que
respiramos sin que, en ningún momento, sintamos temor
alguno. Ansiedad? Sólo ansiedad? Estos seres humanos,
considerados de cuarta categoría por el resto de los
mortales (menos ahora que están bajo el foco informativo),
tendrían motivos más que suficientes para escupirnos a la
cara en mejilla interpuesta, pero no, son orgullosos y
dignos hasta para rebelarse y saben que nosotros nos somos
los causantes de sus males. Finalmente, las tensiones se
acaban con apretones de manos y lágrimas en los ojos; debe
ser muy duros tener que asumir, de la noche a la mañana, que
ya dependen de otros para comer, dormir, ducharte, lavar,
beber, encontrar techo y hasta para relacionarse. Esa
dependencia debe ser aterradora y me recuerda mi periodo en
silla de ruedas cuando necesitaba de ayuda para subir o
bajar las escaleras o franquear un obstáculo. Esa sensación
de “menos que nada” que te transforma en invisible en un
momento termina por minarte en lo más profundo de tu Ser.
Saben que no existen, saben que el hecho de que no exista un
censo fiable no puede ser una casualidad, saben que son
extranjeros, no ya fuera de Haití, sino en este planeta.
Estos seres humanos son extraterrestres, androides que ya no
tienen nada en común con los terrícolas que, una vez pasada
la emergencia televisiva, los consideraran una carga. Que
jodido ser sentirte dependiente. El reparto se lleva a cabo
con tranquilidad, se nota que los haitianos que malviven en
uno de los muchos campamentos de Puerto Príncipe no
consultan los medios de comunicación del mundo libre y
civilizado, ese que se nutre de las porquerías ajenas en una
suerte de exorcismo que tendría, digo yo, como objetivo
alejar cualquier problema aumentando los ajenos. Faltaría
más.
En la caja del camión, con una calor que hace que los más de
40º del exterior se nos antojen frescos, François, un chaval
de Haití, Voluntario de la Cruz Roja me pregunta, entre
chorreones de sudor, si soy francés. Momento de relax. Le
aclaro el contenido de mi pasaporte e, inevitablemente, me
pregunta de qué equipo soy. Sonrisas, un oasis en medio de
tanto vacío.
“Eres del Madrid? Aquí morimos por el Madrid” afirma tajante
François mientras recita la alineación completa del Real con
especial énfasis en Casillas, Sergio Ramos, Raul y Cristiano
Ronaldo. Increíble. A miles de kilómetros de lo ‘más mejor`,
alguien me recuerda que la vida sigue, alguien que lo perdió
todo es capaz de hacerme sonreír con una maravillosa
conversación sobre fútbol que me abstrae, por unos
instantes, de las penurias que a diario se filtran
irremediablemente por todos mis poros.
A la voz de “vamos”, reiniciamos la descarga; alrededor de
300 personas esperan con ansia la solidaridad de quienes han
podido/querido comprar, allende los mares, un trozo de toldo
para entregarlo en esa explanada recalentada por un sol que
dicen de invierno. Siento vergüenza de las miradas que, como
dagas, se clavan en mí desde la interminable cola de
beneficiarios. Se saben dependientes de esa carga y que, a
pesar de su orgullo haitiano de haber sido los primeros en
liberarse de la esclavitud, asumen que necesitan de alguien
para salir adelante; y eso que en Cruz Roja dejamos muy
claro que no existe la caridad, porque empleamos la
Solidaridad, en Cruz Roja no existe beneficencia porque
llevamos a cabo proyectos de desarrollo y en Cruz Roja no
creemos en la lástima porque entendemos que el ser humano
debe ser el único conductor de su destino al tiempo que
proclamamos que todos tenemos derecho a todo. Pero claro,
explicarle esto a los muchos cientos de haitianos que allí
se congregan es muy complicado. Me afano en trabajar más
duro todavía para que esa presión no acabe conmigo pensando
que, en algún momento, estos hombres y mujeres recuperarán
su condición de tal ante el resto de la Humanidad. Pero por
ahora se trata de entregar el material llegado desde muy
lejos y nada se puede interponer en esa tarea, o casi. Todas
las demás consideraciones filosóficas son apuntes de papel,
pensamientos escritos en el aire y consideraciones fabulosas
para una tertulia en mullidos sillones. Se trata de
trabajar, sin más.
De vuelta al Camp Base de Cruz Roja, vemos como crece la
ocupación de la mediana existente en la carretera del sur.
Polvo y más polvo se acumula en los pulmones de los que han
decidido vivir allí….. ¿He escrito decidido? Vamos Germinal,
sabes perfectamente que, desgraciadamente, los haitianos no
se pueden permitir el lujo de decidir, la Naturaleza ya ha
decidido por ellos, y antes de los Elementos otros se
encargaron de hacerlo con pésimo resultado (por utilizar un
eufemismo) con la aquiescencia de la comunidad
internacional.
Los bancos ya han podido reabrir sus puertas pero reciben
sus clientes con un lento ritmo insoportable en Europa. Hay
que controlar el movimiento de papel para que el caos no se
adentre en el caos.
Los cascos azules de la MINUSTAH aseguran las puertas de la
entidad bancaria ante una población que quiere reemprender
su quehacer cotidiano, y eso es imposible sin gurdas, moneda
oficial del país, o de lo quede de él. Habrá que esperar y
tendrán que esperar los haitianos para que el mercado negro
del cambio del dinero deje de ser un paso obligado para
comprar o vender.
Pero mañana será otro día, un día en que Cruz Roja Española
seguirá suministrando agua (casi dos millones de litros ya
distribuidos desde el inicio de la tragedia), la Cruz Roja
Alemana continuará con la entrega de toldos, mantas y demás,
que los canadienses y noruegos atenderán enfermos y las
demás Cruz Roja, Media Luna o Cristal Rojo se seguirán
volcando en ayudar por la simple satisfacción de hacer lo
que se debe. A pocos minutos de donde estamos, el puerto se
ha convertido en una demostración de poderío militar. El
horizonte se ha tornado de color camuflaje y poco, o nada,
va a escapar ya a esa tendencia cromatística. Mientras
nuestro vehículo pasa por delante de unos perímetros de
seguridad del puerto, una pregunta, efectuada por un joven
sociólogo que ahora comparte estancia con otras 14 personas
de su familia en un habitáculo del campo de deportes de
Carrefour, me retumba en la cabeza. “Y ustedes qué piensan
de la llegada de los yankis, esto es una invasión en toda
regla, verdad?”.
Recuerdo que me encogí de hombros y proseguí mi camino hacia
el punto de descarga. Mi condición de Voluntario de Cruz
Roja me impide cualquier posicionamiento político en el
ejercicio de mi labor. El lo entendió y pasamos a otro tema,
pero de una cosa si estoy seguro, si los Haitianos sufren de
la dependencia que pueden llegar a tener de nosotros, todo
apunta a que, de la dependencia de los nuevos ocupantes del
puerto, los haitianos no se van a poder librar tan
fácilmente. El tiempo lo dirá, pero coincidiendo con la
época de huracanes, parece que va a empezar a llover
seriamente en esta zona del Caribe.”
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