Sábado de gloria, como suelen
demonizarse algún que otro sábado en momentos culminantes
del rito religioso católico, con un tiempo bonancible y
mucha gente corriendo presurosa en la misma dirección.
He aceptado la invitación de uno de los tertulianos del
Casinet para acudir a un acto religioso como observador.
Por primera vez la ciudad donde resido actualmente, Mataró,
será testigo de la primera beatificación que se hace fuera
del Estado del Vaticano.
Por primera vez desde que estoy en Catalunya piso la planta
de la basílica de Santa María y por primera vez soy testigo
“privilegiado” de una ceremonia de beatificación que me ha
dejado petrificado.
Las naves de la basílica se encuentra atestada de gente. La
atmósfera del templo se halla saturada del olor a incienso
que algunos sacerdotes se encargan de expandir con esas
especies de cazoletas pendulares. No sólo a incienso sino
que cientos de perfumes flotan por el espacio del ente
religioso en dura pugna con el humo de las hierbas “inciensarias”.
Se diría que casi todos los feligreses, unos 3.000, han
gastado enteramente sus frascos de colonia.
Tantos feligreses como sacerdotes.
Diríase que todo el ejército del Estado de la Ciudad de
Vaticano ha desembarcado en la capital del Maresme.
Arzobispos, obispos, sacerdotes, seminaristas y… todos ellos
perfectamente uniformados con blancas sotanas cubiertas con
estolas rojiblancas y en perfecta formación militar.
Encabeza tal ejército el arzobispo de Barcelona, Lluís
Martínez Sistach, acompañado por el Prefecto de la
Congregación de la Causa por los Santos, el arzobispo
italiano Angelo Amato, representante del papa Benedicto XVI.
Les siguen arzobispos y obispos españoles, franceses…
Se beatifica a un sacerdote mataronense, Josep Samsó i Elias
(Castellbisbal, 1887 – Mataró, 1936) que fue fusilado en
septiembre, al inicio de la Guerra Civil.
Desde el siglo XII no se beatificaba a nadie en Catalunya y
por los visto, yo me creo trasladado a ese siglo, nunca he
visto una ceremonia ritual del cristianismo católico con
tanta parafernalia más propia de aquel siglo y, paradojas
del destino, tan informatizada como la que más. Ordenadores
portátiles y enormes pantallas distribuidas por todas las
naves de la basílica así lo manifiestan.
No se por qué pero me extraña mucho que para beatificar a un
hombre se tarde 74 años.
Lo molesto que debe ser para el espíritu del pobre sacerdote
Samsó vagar por la sala de espera ese tiempo.
Lo que más me hace chirriar los dientes es ese canto tan
lúgubre con el que suelen azotar a los cristianos
feligreses. Yo siempre creo que las religiones deben ser
portadoras de alegrías y poner los cuerpos con ganas de vivr
la vida. El espíritu ya tiene por delante una eternidad para
hacer de todo, después de que uno muera claro está.
No entiendo mucho del mecanismo que utilizan los prebostes
del Vaticano para decidir que tan ser humano es santo o no.
Las mujeres… ¿Cómo las hacen santas?
Una cosa si se ahora, beato no es lo mismo que santo aunque
se parezca. Por lo que me ha contado un sacerdote, beato es
un difunto que mediante el proceso de beatificación ha sido
nombrado así por el Papa en nombre de la Iglesia Católica.
El beato puede ser venerado en público en una región
determinada, generalmente la región que pidió su
Beatificación.
De verdad, sigue sin gustarme eso.
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