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OPINIÓN - DOMINGO, 24 DE ENERO DE 2010

 

OPINIÓN / EL MAESTRO

El 75º Aniversario de Magisterio en Ceuta
 


Andrés Gómez Fernández
andresgomez@elpueblodeceuta.com

 

La Escuela ya funcionaba desde hacía unos años con régimen nocturno, con lo cual nuestros intereses se veían favorecidos.

No podemos dejar de pasar por alto, la gran labor que realizó D. Jaime Rigual, para conseguir que la matrícula aumentara con la aportación de alumnos procedentes del mundo laboral.

Después de nuestro Bachillerato Elemental, con Reválida, nos exigían para acceder a Magisterio, una prueba de Ingreso. Nosotros, los de la Promoción de 1962-65, nos acogió el PLAN 1950. El 1º Curso lo iniciamos y finalizamos en el antiguo centro situado en “La Marina”. No se encontraba en condiciones de habitabilidad, por lo que ya se contemplaba que para el curso siguiente nos veríamos instalados en la Barriada del Morro, en un centro de nueva construcción, como así fue.

En ese primer año, el problema principal radicaba en la instalación eléctrica, que cuando hacía mal tiempo nos quedábamos a oscura; hasta que se reparaba, permanecíamos a oscuras, o bien, nos marchábamos a nuestras casas. Pero cuando no era el tiempo, era el Real Madrid de entonces, en sus miércoles europeos. El profesor de Religión, D. José, previsor él, por si se marchaba la luz siempre se hacía acompañar de velas, pues él no estaba dispuesto a suspender la clase o un examen, ante tal eventualidad.

El horario era muy ajustado al tiempo disponible y, hasta los sábados, teníamos clases. Éstas empezaban a las siete de la tarde y finalizaban a las diez de la noche.

Nuestro grupo era muy heterogéneo, ya que convivíamos alumnos con edades muy diferenciadas. La mayor aportación era la de jóvenes alumnos que después de conseguir su Bachillerato y Reválida, y superar el Ingreso, se encontraban con edades entre catorce y quince años. Después aparecíamos nosotros, a los que ellos, simpáticamente, nos llamaban “los viejos”, aunque teníamos edades comprendidas entre los 20 y 30 años.

Es importante destacar que para que te extendieran el Diploma de Maestro, teníamos que realizar un curso para conseguir el llamado “Instructor Elemental del Frente de Juventudes”. Muy duro, con muchas dificultades. Nos exigían un uniforme para formaciones y salidas. Y hasta hicimos una marcha conmemorando “Los 25 años de Paz”, que se cumplían ese año. Para los que habíamos hecho la “Mili”, una prolongación; para los demás, una preparación.

En el apartado de materias, las habían que estaban presentes en los tres cursos: Religión, Formación Político Social, Educación Física y Prácticas. Los “viejos” estábamos exentos de la Educación Física. En el 1º y 2º Cursos dábamos Caligrafía; Trabajos Manuales y Dibujo en 2º y 3º, y en 3º, Agricultura, pensando en la labor que le correspondería a un maestro en un medio rural. El idioma extranjero, Francés, se daba en 3º. El resto de las materias, Matemáticas, Lengua y Literatura Española, Geografía e Historia, Física y Química, Filosofía, Pedagogía… se distribuían en los tres cursos.

Una importante diferenciación entre el alumnado fue que los alumnos y alumnas estábamos separados, aunque lógicamente, las materias de estudio eran las mismas, salvo en aquellas propias de ellas.

Una de las materias que más que nos preocupaba, por las exigencias de la profesora, era Lengua y Literatura Española, que la impartía Dª Margarita, veterana en la docencia. Se desplazaba desde Tánger, donde residía ya que su marido era diplomático, destinado en esa bella ciudad marroquí. Despachaba todo su trabajo en los dos primeros días de la semana, con lo cual era de pensar que terminaría extenuada, ya que atendía también a las chicas, éstas por la mañana. Era una profesora muy meticulosa, ya que de cualquier autor nos exigía las cosas más insignificantes. Algunos compañeros se aprovecharon de unos apuntes que ella había facilitado en años anteriores.
La “normalidad se rompe cuando apareció el catedrático de Pedagogía, D. Oscar, que se hizo cargo de la asignatura. Rompió todos nuestros esquemas. No teníamos libros y sus clases se desarrollaban a base de “Lecciones Magistrales”, es decir, apuntes, apuntes, apuntes y más apuntes.

Se rifaban los primeros pupitres para no perderse ni un punto ni una coma, ya que nos dimos cuenta que sus propias expresiones cobraban mucho valor en los exámenes. Y, en las primeras evaluaciones, dejó constancia de lo difícil que sería aprobar en su asignatura.

Pero lo peor, estaba por llegar. Nos plantamos en la Reválida y con las ilusiones de dejar atrás una difícil y comprometida etapa, nos preparamos para hacerle frente. Se formaron dos tribunales: el masculino, presidido por D. Jaime; el femenino, por el catedrático de Pedagogía. Realizamos las pruebas –la Reválida estaba formada por tres partes, la última era la exposición práctica- con la natural preocupación y, antes de abandonar el Centro, D. Jaime nos reunió. Con gran pesar nos comunicó que no habíamos superado ninguno la prueba, salvo un alumno libre que residía en Tetuán. ¿Las razones? Argumento sin base: El Presidente del Tribunal femenino había suspendido a todas las chicas. D. Jaime nos prometió que en Septiembre “se cerrarían las heridas”. Y en efecto, todos aprobamos en Septiembre. ¡Todos maestros!

He querido dejar como colofón de esta síntesis de nuestro paso por las aulas de la Normal, en la antigua y nueva escuela, la figura de una persona entrañable, que llenó de ternura y simpatía nuestra cotidiana visita al Centro, el Sr. Gervasio, conserje, que con corrección abría las puertas de las aulas y comunicaba la finalización de las sesiones con “Sr. Profesor, la hora”. En algunas, respirábamos, profundamente.
 

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