La Escuela ya funcionaba desde
hacía unos años con régimen nocturno, con lo cual nuestros
intereses se veían favorecidos.
No podemos dejar de pasar por alto, la gran labor que
realizó D. Jaime Rigual, para conseguir que la matrícula
aumentara con la aportación de alumnos procedentes del mundo
laboral.
Después de nuestro Bachillerato Elemental, con Reválida, nos
exigían para acceder a Magisterio, una prueba de Ingreso.
Nosotros, los de la Promoción de 1962-65, nos acogió el PLAN
1950. El 1º Curso lo iniciamos y finalizamos en el antiguo
centro situado en “La Marina”. No se encontraba en
condiciones de habitabilidad, por lo que ya se contemplaba
que para el curso siguiente nos veríamos instalados en la
Barriada del Morro, en un centro de nueva construcción, como
así fue.
En ese primer año, el problema principal radicaba en la
instalación eléctrica, que cuando hacía mal tiempo nos
quedábamos a oscura; hasta que se reparaba, permanecíamos a
oscuras, o bien, nos marchábamos a nuestras casas. Pero
cuando no era el tiempo, era el Real Madrid de entonces, en
sus miércoles europeos. El profesor de Religión, D. José,
previsor él, por si se marchaba la luz siempre se hacía
acompañar de velas, pues él no estaba dispuesto a suspender
la clase o un examen, ante tal eventualidad.
El horario era muy ajustado al tiempo disponible y, hasta
los sábados, teníamos clases. Éstas empezaban a las siete de
la tarde y finalizaban a las diez de la noche.
Nuestro grupo era muy heterogéneo, ya que convivíamos
alumnos con edades muy diferenciadas. La mayor aportación
era la de jóvenes alumnos que después de conseguir su
Bachillerato y Reválida, y superar el Ingreso, se
encontraban con edades entre catorce y quince años. Después
aparecíamos nosotros, a los que ellos, simpáticamente, nos
llamaban “los viejos”, aunque teníamos edades comprendidas
entre los 20 y 30 años.
Es importante destacar que para que te extendieran el
Diploma de Maestro, teníamos que realizar un curso para
conseguir el llamado “Instructor Elemental del Frente de
Juventudes”. Muy duro, con muchas dificultades. Nos exigían
un uniforme para formaciones y salidas. Y hasta hicimos una
marcha conmemorando “Los 25 años de Paz”, que se cumplían
ese año. Para los que habíamos hecho la “Mili”, una
prolongación; para los demás, una preparación.
En el apartado de materias, las habían que estaban presentes
en los tres cursos: Religión, Formación Político Social,
Educación Física y Prácticas. Los “viejos” estábamos exentos
de la Educación Física. En el 1º y 2º Cursos dábamos
Caligrafía; Trabajos Manuales y Dibujo en 2º y 3º, y en 3º,
Agricultura, pensando en la labor que le correspondería a un
maestro en un medio rural. El idioma extranjero, Francés, se
daba en 3º. El resto de las materias, Matemáticas, Lengua y
Literatura Española, Geografía e Historia, Física y Química,
Filosofía, Pedagogía… se distribuían en los tres cursos.
Una importante diferenciación entre el alumnado fue que los
alumnos y alumnas estábamos separados, aunque lógicamente,
las materias de estudio eran las mismas, salvo en aquellas
propias de ellas.
Una de las materias que más que nos preocupaba, por las
exigencias de la profesora, era Lengua y Literatura
Española, que la impartía Dª Margarita, veterana en la
docencia. Se desplazaba desde Tánger, donde residía ya que
su marido era diplomático, destinado en esa bella ciudad
marroquí. Despachaba todo su trabajo en los dos primeros
días de la semana, con lo cual era de pensar que terminaría
extenuada, ya que atendía también a las chicas, éstas por la
mañana. Era una profesora muy meticulosa, ya que de
cualquier autor nos exigía las cosas más insignificantes.
Algunos compañeros se aprovecharon de unos apuntes que ella
había facilitado en años anteriores.
La “normalidad se rompe cuando apareció el catedrático de
Pedagogía, D. Oscar, que se hizo cargo de la asignatura.
Rompió todos nuestros esquemas. No teníamos libros y sus
clases se desarrollaban a base de “Lecciones Magistrales”,
es decir, apuntes, apuntes, apuntes y más apuntes.
Se rifaban los primeros pupitres para no perderse ni un
punto ni una coma, ya que nos dimos cuenta que sus propias
expresiones cobraban mucho valor en los exámenes. Y, en las
primeras evaluaciones, dejó constancia de lo difícil que
sería aprobar en su asignatura.
Pero lo peor, estaba por llegar. Nos plantamos en la
Reválida y con las ilusiones de dejar atrás una difícil y
comprometida etapa, nos preparamos para hacerle frente. Se
formaron dos tribunales: el masculino, presidido por D.
Jaime; el femenino, por el catedrático de Pedagogía.
Realizamos las pruebas –la Reválida estaba formada por tres
partes, la última era la exposición práctica- con la natural
preocupación y, antes de abandonar el Centro, D. Jaime nos
reunió. Con gran pesar nos comunicó que no habíamos superado
ninguno la prueba, salvo un alumno libre que residía en
Tetuán. ¿Las razones? Argumento sin base: El Presidente del
Tribunal femenino había suspendido a todas las chicas. D.
Jaime nos prometió que en Septiembre “se cerrarían las
heridas”. Y en efecto, todos aprobamos en Septiembre. ¡Todos
maestros!
He querido dejar como colofón de esta síntesis de nuestro
paso por las aulas de la Normal, en la antigua y nueva
escuela, la figura de una persona entrañable, que llenó de
ternura y simpatía nuestra cotidiana visita al Centro, el
Sr. Gervasio, conserje, que con corrección abría las puertas
de las aulas y comunicaba la finalización de las sesiones
con “Sr. Profesor, la hora”. En algunas, respirábamos,
profundamente.
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