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OPINIÓN - DOMINGO, 24 DE ENERO DE 2010

 

OPINIÓN / EL OASIS

Confórmense con lo suyo
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

De la envidia está dicho todo. Tengo una nota enmarcada y que pende de la pared de la salita donde escribo y que reza así: “La envidia es un mal tan generalizado y tan poco vitalista como exenta de placer. ¡Habrá mal peor en el mundo que sufrir siempre!: uno, alegrarse de las desgracias ajenas; otro, martirizarse con sus alegrías. ¡Confórmense con lo suyo!”.

En esta ciudad, hay personajes que llevan muchos años, pero muchos, yendo a gusto en el machito. Disfrutando de una situación privilegiada, más bien abusiva, y mirando a sus competidores por encima del hombro. Bueno, hablar de competidores es una exageración. Porque esta gente jamás permitió que nadie les disputara ni siquiera un adarme del pastel que ellos han venido degustando sin arriesgar nada. Y pobre de quien osara dar el paso adelante.

Han estado siempre, los más que conocidos personajes de esta ciudad, tan dados a presumir de poder y prestigio, viviendo el halago perpetuo, agradable, embriagador y azucarado, que, aun en pequeñas dosis, en vez de poción resulta, a la larga, veneno. El veneno amargo de sentir que hay ya personas que les van comiendo el terreno porque han decidido caminar de frente y asumiendo sus deberes en corto y por derecho.

El veneno del cual hablo es el de la envidia. Ese sentimiento dañino que les ocasiona ser testigos del triunfo del sacrificio y trabajo invertidos en él, sin tener por qué dejar heridos a su alrededor. De lo contrario, ese triunfo acabaría siendo pirrico. Y, sin lugar a dudas, seguramente hasta flor de un día.

Dicen que las derrotas, aunque sean morales, cuando se producen, son feas. Tan feas como la falta de vida. Y nos recuerdan también a cada paso que de ellas se aprende. Aunque a la fuerza. Pero tampoco es buena cosa la humildad ficticia que destilan los triunfos, basados en el acaparamiento del poder y del dinero. Por tanto, el buen carácter del derrotado debe fraguarse cuando está viviendo momentos destacados en todos los aspectos.

Todavía me parece estar oyendo a una persona de esta ciudad, cuando gritaba por teléfono que era la que más poder tenía en la ciudad. Y quien estaba al otro lado del aparato, cuando pudo conectar conmigo, sólo se le ocurrió preguntarme que cómo me relacionaba yo con un gilipollas de tamaña magnitud. Que si había perdido el buen gusto del cual había dado muestras a la hora de elegir mis compañías, hasta entonces. Y mi respuesta fue la siguiente: “El hombre y sus circunstancias”. Una especie de resignación, momentánea.

Lo importante de los triunfos es que dejan pensar; dan lucidez y proporcionan calma tensa y alegría. Esta es la cara agradable del éxito. Y que permite, a quien lo consigue, mirar hacia todos los lados sin pasar los límites de la necesaria vanidad para no desembocar en la soberbia; callejón sin salida, tarde o temprano.

El editor de ‘El Pueblo de Ceuta’ ha emprendido ese camino. Y uno, cuando ha cumplido ya setenta años, y tiene los ojos desgastados de ver a tantos vendedores de humo, no duda en expresar su alegría por escribir aquí. La que me permite, de igual manera, estar en desacuerdo con los propietarios del medio, cuantas veces creo necesarias. Y muchas cosas más. Las que prefiero callarme por la misma razón que ofrezco en el párrafo anterior.
 

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