En medio de la necrópolis de
Haití, causado por el repelente y bestial movimiento
sísmico, resulta espantoso ver el sufrimiento de los niños
que deambulan con la mirada perdida y el corazón destrozado.
Para desgracia del ser humano, ya hay constancia de algunos
abusos y violencias sexuales, denunciados por UNICEF, contra
estos menores desamparados. Frente a estas conductas
vandálicas hay que ser firmes y el mundo entero debe
movilizarse para detenerlas. Todos los niños, también los de
la pobre Haití, tienen derecho a una infancia inocente y a
unos progenitores o Estado que los tutele y resguarde. Desde
luego, la mayor pobreza es carecer de una familia, donde
poder ser acogido, amado y protegido.
Los niños Haitianos tienen todas las congojas del mundo.
Aquí la tristeza no es un vicio. Llevan consigo el hambre en
los ojos. Sólo la mitad tiene acceso a la enseñanza primaria
y la mayoría abandona los estudios. Y ahora se han quedado
huérfanos una multitud. Ante estas estampas horrorosas,
pienso que hay que situar a la infancia en el centro de la
programación mundial, con actuaciones contundentes. No puede
haber concesiones en el rechazo a la barbarie infantil. El
impacto de atropellos y explotaciones que puede estar
padeciendo la infancia Haitiana, considero urgente
prevenirla; quizás sea tan necesaria como dar alimentos.
Sabemos que injertar el terror en estas primeras edades
origina un daño físico y mental que dura toda la vida y
tiene efectos irreversibles.
Haití y sus niños, son los niños de todo el mundo. Nuestros
niños. Y es por ello, que ninguna forma de intimidación
contra estos inocentes Haitianos es justificable. Póngase,
pues, orden para que puedan vivir y reencontrarse con sus
vínculos familiares en su propio país, en su hábitat. Pienso
que la adopción debería ser el último recurso. En cualquier
caso, la solidaridad siempre se quedará corta mientras haya
criaturas infelices. El poeta libanés, Khalil Gibran, lo
tenía claro auxiliándose de la palabra: “Protegedme de la
sabiduría que no llora, de la filosofía que no ríe y de la
grandeza que no se inclina ante los niños”. Servidor también
añade que, por muchas supremacías que en el mundo cohabiten,
si el flagelo a la infancia sigue siendo una realidad, será
que también falla lo más superior de todas las
superioridades, el amor auténtico.
|