En la reunión se habla con
sosiego. El que propicia cualquier tregua. Aunque somos
conscientes de que aquí se pasa de la calma chicha a la
convulsión en apenas un amén.
Los participantes de la tertulia improvisada, en sitio
céntrico, no dudan en destacar el valor del empresario que
ha sido capaz de invertir en tiempos de crisis. Para que
este medio se haga en Ceuta y pueda estar en la calle a la
hora que él lo desee. Sin tener que estar pendientes de
barcos, helicópteros, o temerosos de que el mal tiempo
reinante obligue a suspender el tráfico marítimo. Y, si me
apuran un poco, para evitar echarle la culpa al tráfico
rodado; al que acusan últimamente de que la prensa llegue
tarde a todos los sitios.
Cuando me toca hablar al respecto, prefiero no pronunciarme.
Porque formo parte de la empresa y se me ha dicho que cuanto
menos alardes se hagan de semejante logro mucho mejor.
Porque no se trata de apabullar a nadie, sino de invertir en
esta ciudad. Lo cual no deja de ser un gesto que hasta los
propios adversarios han de valorar en su justa medida.
Aunque entiendo que la envidia es el peor de los
sentimientos. Y que está haciendo mella en quienes habiendo
tenido tiempo de actuar, más o menos igual, prefirieron
sestear. Convirtiéndose en mamalones profesionales.
Convencidos de que una holgazanería bien llevada les podría
seguir haciendo participar de las cosas del poder. O sea,
por la cara.
Sí, hombre, ya sé que lo que no dije en esa tertulia,
improvisada, lo estoy diciendo aquí. Pero creo que tengo
todo el derecho del mundo a hacerlo. Por más que luego el
editor me lea con lupa y trate de frenarme. Es curioso: el
editor, que anda en la cincuentena, tratando de domeñar la
voluntad de largar de quien con tantos años cumplidos no
renuncia a fajarse con una mujer fea, feísima; un sablista,
y el toro suelto que gusta de denunciar en cuanto le dan el
primer puyazo para medirle como anda de casta.
A lo que iba, que la tertulia transcurría con placidez,
gracias a que sus componentes conocen muchos de los secretos
y entresijos de la política local y no se asombran ya de
nada. Mas, cuando menos lo esperaba, uno de ellos, un
cachondo de altos vuelos, empezó a tirarme de la lengua. Y
comenzó así: Manolo, como sé que tú estuviste en la
inauguración del edificio de la Comisaría de Policía, en el
Paseo de Colón, 4, y en la copa servida posteriormente en el
Hotel La Muralla, cuando vino el ministro Corcuera,
por qué no nos dice de qué hablaron delante de ti el
comisario Antonio Rosino y Elisa Beni,
entonces directora de un medio local. “Hoy no toca hablar de
eso”.
Coño, Manolo, entonces cuéntanos la anécdota de Germinal
Castillo -a quien por cierto le deseamos suerte en
Haití-. “Hoy no toca hablar de eso”.
Pues bien, habla de lo de los papeles que fueron sustraídos
de un cajón del despacho de un delegado del Gobierno y que
luego quisieron vender a un periódico. “Hoy no toca hablar
de eso”.
En fin, en vista de tu estrechez, a ver si eres capaz de
aclararnos una duda que tenemos todos los que estamos aquí.
¿Por qué el toro suelto la tiene tomada con Higinio
Molina y con José Antonio Rodríguez? Y a mí se me
ve la cara de pasmo que pongo ante una pregunta que me coge
de sopetón. Y, tras pensar lo justo, caigo en la cuenta de
que el toro los ha clavado artísticamente en su sitio.
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