Se dice a la mujer que tiene las
piernas flacas, pero el vientre abultado. Y si además es más
fea que Picio, lo mejor es lucirla lo menos posible. Es lo
que hace, con muy buen criterio, el dueño de un medio local
con la persona que tiene al frente de él.
Y, conociendo al propietario de la cosa, creo que hasta haya
podido pensar, muchas veces, lo bien que le vendría un burka
a semejante criatura. Sería la prenda ideal para poder
llevarla a algún que otro acto. De lo contrario, es decir,
presentarla a cara descubierta, sería exponerse a que los
asistentes a cualquier acontecimiento salieran corriendo
despavoridos, nada más verla.
La fea, más bien feísima, es mujer histérica, que huele a lo
que no debe oler. Y busca, dado que es consciente de su
desgracia, templar la acrimonia de la bilis que la corroe a
cualquier precio. En realidad, no se ha dado cuenta de que
cuando trata de moralizar es doblemente fea. Fiel
demostración de que es tontina. Sumamente tontina.
A la fea, más bien feísima, de ese medio local que se ha
quedado ya en posición desairada –quizá la culpa de que
llegue tan tarde a los puntos de venta se deba al tráfico
caótico que existe en la ciudad-, le acompaña un tipo cuyo
historial periodístico es digno de que Juan Vivas se
invente un galardón para distinguir una conducta intachable
y una honradez a prueba de bomba. Y, desde luego, una prosa
que ya hubieran querido mostrar todas las plumas del 98.
El individuo está especializado además en el arte de dar
sablazos. Lo mismo llega y te pide trescientos euros que
termina aceptando cinco. El caso es poner la mano sin hacer
el menor asco a lo que caiga. No hace muchos días, me
contaba un veterinario, cuyo nombre omito por causas
lógicas, que había sido víctima del periodista varias veces.
Y quiso saber a quién debía acudir para quejarse. Y le dije
que a nadie. Que en su trabajo lo querían así. Tal y como
es. Por razones que otro día procuraré explicar.
La mujer fea, más bien feísima, y el periodista que va
pidiendo dinero por todos los sitios, han llegado a formar
un tándem perfecto. Por más que al principio, hubo que
decirle a la fea que aceptara la contratación del compañero
cuya pluma es capaz de aguantar la comparación con Ramón
del Valle-Inclán. Eso sí, todavía no he comprobado si
don Ramón escribía ‘degollo’ en vez de degüello.
Y es que la fea, más bien feísima, nada más enterarse de la
contratación del sablista, comenzó a llorar de manera
intensa y continuada. Fue lo que todos conocemos por
llorera. Y hasta llegó, en el colmo de la desesperación, a
tirarse por el suelo. Pero ajo y agua, le dijo quien
mandaba. E incluso le dio la siguiente explicación: este
hombre tiene la presencia que tú no tienes para representar
al medio en el Ayuntamiento.
Y a fe que el fulano decía verdad. Porque ha sido capaz de
representar tan bien a su medio como para llevarse doce mil
euros del ala, que uno sepa, poniendo la mano a tiempo en un
asunto del cual hablaremos en otra ocasión. Doce mil euros
que han ido a parar a una cuenta donde cierta Universidad
los irá retirando para... Y ahora se preguntarán ustedes por
qué no hablo de la tercera persona. De ese toro suelto. Por
una razón muy sencilla: porque éste tiene la mala costumbre
de denunciar a quien le puede. Y yo le tengo un miedo
cerval.
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