Haití necesita toneladas de amor
para sobrevivir.
La salvación del pobre es el amor;
¡amor que le hemos negado!
Ahogados en la miseria, ni una mano tendida.
No hay mayor dolor, que no sentirse amados.
Ya era una tragedia Haití antes del seísmo,
después de la hecatombe
ha de ser la reflexión del mundo,
del mundo que sabe lo que es poder para sí.
Porque no basta la limosna,
hay que trabajar para compartir
y repartir con justicia,
para poder vivir sin necesitarla.
Ahora tembló en Haití la tierra
para lección del hombre,
que todavía da diente con diente
en vez de amor con amor de amar.
Haití, a la mísera Haití del planeta,
le hemos dado la espalda tantas veces,
démosle el corazón por siempre,
que sólo el alma abre fronteras y cierra frentes.
Vivir no consiste en lamentar,
sino en levantarse, levántense los pobres
y pidan su parte de vida, el bien preciso;
sométanse los ricos y donen lo que no necesitan.
Si existir sólo es amar como así es,
vivamos para los Haitís con la dicha de amarnos,
de tal suerte que la esperanza se injerte en toda vida.
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