Europa es una diversidad cultural
aún sin explorar. Una mina de tradiciones, de artes
escénicas, plásticas, religiosas o lingüísticas, que deben
extenderse a la humanidad. Conserva un paisaje de
misceláneas singulares y de sensaciones heterogéneas,
todavía por descubrir y acoger como incentivo de recreo y
diálogo. Sin duda, pues, es un acto de justicia que la Unión
Europea quiera mantener la multiplicidad, fomentarla y
hacerla accesible al resto del mundo. Abrirse en verdad a
todas las lenguas, creencias y costumbres, aparte de
favorecer el entendimiento, nos enriquece como pueblo
europeísta. Una Europa que respete la cultura de su
ciudadanía y se injerte con otras culturas, en un proceso
libre de intercambio de dones, allana caminos a la
comprensión. La cultura es el timón que mueve los corazones.
Ya se sabe que un espíritu cultivado puede mirar las cosas
desde muchos puntos de vista y que, con estas mimbres de la
sabiduría, siempre será más fácil entrar en razón y
conducirse bajo este sentimiento.
El invento de la capitalidad cultural europea, con
veinticinco años de vida tras de sí, debe tomar raíces y
conciencia crítica. Será efectivo, lo de la capitalidad, en
la medida que se radiografíen las gestas, folklores,
leyendas; en suma, estilos de vida de su ciudadanía. Las
gentes deben sentirse protagonistas en el reflejo de las
hazañas artísticas, pictóricas, musicales… Este año, las
ciudades europeas de Essen (con la región alemana del Ruhr),
Pécs (ciudad del sur de Hungría), y Estambul (Turquía), han
sido las elegidas para presentar al mundo un creciente
programa repleto de eventos. Los organizadores del programa
del Ruhr quieren contribuir a rehabilitar esta región del
oeste de Alemania. Hace un siglo, sus numerosas acerías y
minas de carbón la convertían en la mayor zona industrial de
Europa. Hoy sus abandonadas fábricas, altos hornos y canales
industriales acogen museos y atracciones turísticas.
Estambul apuesta por su tradición como encrucijada de
civilizaciones y puente entre Europa y Asia. La ciudad
húngara de Pécs hará gala de su rico patrimonio
multicultural. Escenario histórico de encuentros entre
comerciantes y ejércitos venidos de todo el continente. Esta
población desea estrechar lazos con los países vecinos
(sobre todo de los Balcanes) para convertirse en centro
cultural de la región.
También la presidencia española de la Unión Europea quiere
apostar fuerte por la cultura. Junto al refuerzo de la
identidad cultural de los pueblos de Europa, los objetivos
de la cultura como factor de desarrollo local y regional y
el impulso de los contenidos culturales y creativos en el
entorno digital. Si ciertamente se quiere contribuir al
florecimiento de todas las culturas europeístas, lo primero
a considerar es el respeto a la diferencia, a la diversidad
cultural, inyectándole valor a esa multiculturalidad. La
cultura europea para que sea relevante tiene que ser más
valorada por los diversos poderes nacionales y europeístas e
incluso más responsable con sus creadores. No lo está siendo
en absoluto. La Unión Europea tiene que propiciar más
directamente la cooperación entre las artes de las diversas
culturas, prestar más atención en su ámbito de intervención
comunitaria, sobre todo a la hora de la conservación y
protección del patrimonio cultural de importancia e
identidad europeísta y en la transmisión de la cultura
creativa. Hay que seguir avivando el diálogo intercultural
para que el escenario europeísta no se divida y se afiance,
junto a una economía de mercado sostenible, otras ramas
humanas tan vitales como el conocimiento y la creación.
Sería una buena noticia para este 2010 que “el sello del
patrimonio europeo” se hiciese realidad. Con este nuevo
programa de cultura europeísta, aparte de la valorización y
promoción, se podrían salvar patrimonios notables europeos
que necesitan ayuda para poder salvaguardarlos. Por cierto,
España figura como uno de los países que menos protegen y
cuidan su patrimonio. Sin embargo, todo hay que decirlo, la
iniciativa del “sello” es un trabajo impulsado por España y
Francia desde 2006. Asimismo, la Comisión Europea también
está trabajando en un libro verde de industrias culturales.
Podría ser otro gran avance, pero habría que poner límites
para no caer en el retroceso; por ejemplo, en la capacidad
manipuladora de la industria cultural. Las culturas tienen
mucho que aprender unas de otras y la imposición de
industrias con determinados puntos de vista y valores,
pueden dar lugar a un imperialismo cultural.
De todas maneras, mientras se perfila la nueva economía
europeísta, hay también tres temas culturales de la agenda
europea que se abordarán en el Consejo durante la
Presidencia española: el cine digital, la biblioteca digital
europea y contenidos creativos en línea. Que “la brecha
digital” no afecte a la Europa de los pueblos, de entrada me
parece, igualmente, una noticia positiva. Al fin y al cabo
“la brecha digital” es una forma de discriminación que
separa a los ricos de los pobres, tanto dentro de las
naciones como entre ellas, sobre la base del acceso o no a
la nueva tecnología de la información. Ahora bien, si
nuestra aspiración es la de estar conectados al arte y al
conocimiento, ya sea literario o científico, el derecho a
esa cultura no debe implicar que esa sapiencia sea gratis. A
los creadores de esa cultura les debe proteger la propiedad
intelectual, cueste lo que cueste y caiga quien caiga. No a
la gratuidad cultural, ya está bien. Una cultura regalada no
se valora, ni se considera, y para colmo de males, suele
vestirse de arbitrariedad.
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