Pasaron las Navidades con ellas se
han colmado las ilusiones de infinidad de pequeños y se han
llenado de nostalgia aquellos hogares en los que ha faltado
algún miembro de la familia. Pero quienes mejor lo pasan son
los niños con los regalos que les traen los Reyes Magos, el
Papá Noel o San Nicolás, según el lugar donde se encuentren.
A Quico, un huérfano del arrabal de la ciudad, que asistía
con poca frecuencia a la escuela por las obligaciones que
tiene contraídas y que suponen una ayuda sustancial para la
economía familiar (lleva bolsas del supermercado, reparte
periódicos, realiza esporádicos trabajos de recogida de
chatarra, recados a vecinos, etc.), lo que le vale para
contribuir al incremento de la escasa economía familiar y
para robustecer su cuerpo y su espíritu. (la exigua pensión
que percibe la madre, solo llega para atender las
necesidades mas perentorias de la casa). Ya tiene diez
añitos… y la ilusión de que su madre tenga un televisor y él
un coche teledirigido como el de Fernando Alonso. Vive solo
con su madre enferma a la que cuida. Cuando se acercaba la
festividad de los Reyes Magos, preguntó a su madre qué
regalo iban a traerle, a través de ella, porque él sabía que
los padres son los intermediarios que se encargan de llevar
los juguetes a los niños. A pesar de la candidez del pequeño
conocía las dificultades con la que se desenvolvía la
economía de la casa y al ver el gesto de ignorancia y, al
mismo tiempo, de pesar de su madre por no poderle
corresponder a su pregunta, optó por acariciarla y decirle
que no se preocupara que él mismo se iba a “fabricar” su
propio juguete.
Y, efectivamente, Quico (que ya tenía experiencia en la
construcción de algunas piezas como un coche de época
confeccionado a base de botes de leche vacíos), se puso
manos a la obra y con un taco de madera, un serrucho viejo
que había en la casa, un cuchillo, una tijera y otros útiles
caseros, se puso a confeccionar un tren de madera, tosco,
pero bien pulimentado. Construyó una máquina con su cabina y
chimenea, un leñero amplio y tres vagones de pasajeros. Para
ello acudió a la escuela y su vieja maestra que conocía de
las penurias económicas de su hogar, le pidió que le
facilitara colores que ésta, no sabemos si de acuarelas,
témperas o tintes de pelo, se los facilitó y así Quico,
convertido en un excelente pintor, adornó su máquina de tren
con unos colores vivos negro y rojo, el “leñero” lo pintó de
negro con unos adornos adamascados de color oro y los
vagones de pasajeros, verde brillante. Todos los elementos
con sus correspondientes ruedas y bielas de color rojo y
radios de plata. Para el enganche de los distintos elementos
del tren utilizó unos pequeños cáncamos con que engarzaba
unas unidades con otras. El desplazamiento de todo el
juguete lo realizaba utilizando una cuerda confeccionada a
base de hilos gruesos que él mismo trenzó con una especie de
puño que le servía para su buen manejo.
Ni que decir tiene que el día de la conmemoración de la
venida de los Reyes Magos de Oriente, Quico se presentó en
la plaza del pueblo con su tren de madera, donde todos los
niños, que disponían de ellos, se reunían para mostrar sus
regalos. Por sus llamativos colores y su perfecta
construcción, los demás niños quedaron prendados de él a
pesar de que disponían de juguetes electrónicos y
teledirigidos como los Mercedes, Ferrari o Renault con que
emulaban a los Hamilton, Raikonen o Fernando Alonso pero
querían “probar” aquel tren tan vistoso dando con él una
vuelta a la fuente de la plaza. Cuestión a la que Quico, en
principio, se negó. ¡Cómo iba a ceder aquello que con tanto
esfuerzo había construido¡.
Pero ante tal negativa los niños e, inclusive, algunos
padres que los acompañaban, ofrecieron al huerfanito
compensarle económicamente si se los prestaba, accediendo
Quico finalmente y, cuando terminó la jornada, se encontró
con que disponía de un buen capital, además de la promesa
del ricachón del pueblo de cambiarle su tren por un coche
teledirigido de carreras y darle cien euros encima, pues
aquel juguete se le había antojado a su nieto.
Quico, con todo el dinero recaudado, pudo cumplir sus
deseos: comprar a su madre un televisor para que, en sus
escasos ratos de ocio, pudiera contemplarla al tiempo que
disfrutar de un Renault como el de Fernando Alonso con el
que tanto había soñado.
Moraleja: La constancia y la perseverancia en el esfuerzo
dan por resultado conseguir los propósitos que se deseen.
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