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OPINIÓN - DOMINGO, 17 DE ENERO DE 2010

 

OPINIÓN / PERSONAL Y TRANSFERIBLE

El tren de madera (cuento)
 


Domingo Ramos
domingoramos@elpueblodeceuta.com

 

Pasaron las Navidades con ellas se han colmado las ilusiones de infinidad de pequeños y se han llenado de nostalgia aquellos hogares en los que ha faltado algún miembro de la familia. Pero quienes mejor lo pasan son los niños con los regalos que les traen los Reyes Magos, el Papá Noel o San Nicolás, según el lugar donde se encuentren. A Quico, un huérfano del arrabal de la ciudad, que asistía con poca frecuencia a la escuela por las obligaciones que tiene contraídas y que suponen una ayuda sustancial para la economía familiar (lleva bolsas del supermercado, reparte periódicos, realiza esporádicos trabajos de recogida de chatarra, recados a vecinos, etc.), lo que le vale para contribuir al incremento de la escasa economía familiar y para robustecer su cuerpo y su espíritu. (la exigua pensión que percibe la madre, solo llega para atender las necesidades mas perentorias de la casa). Ya tiene diez añitos… y la ilusión de que su madre tenga un televisor y él un coche teledirigido como el de Fernando Alonso. Vive solo con su madre enferma a la que cuida. Cuando se acercaba la festividad de los Reyes Magos, preguntó a su madre qué regalo iban a traerle, a través de ella, porque él sabía que los padres son los intermediarios que se encargan de llevar los juguetes a los niños. A pesar de la candidez del pequeño conocía las dificultades con la que se desenvolvía la economía de la casa y al ver el gesto de ignorancia y, al mismo tiempo, de pesar de su madre por no poderle corresponder a su pregunta, optó por acariciarla y decirle que no se preocupara que él mismo se iba a “fabricar” su propio juguete.

Y, efectivamente, Quico (que ya tenía experiencia en la construcción de algunas piezas como un coche de época confeccionado a base de botes de leche vacíos), se puso manos a la obra y con un taco de madera, un serrucho viejo que había en la casa, un cuchillo, una tijera y otros útiles caseros, se puso a confeccionar un tren de madera, tosco, pero bien pulimentado. Construyó una máquina con su cabina y chimenea, un leñero amplio y tres vagones de pasajeros. Para ello acudió a la escuela y su vieja maestra que conocía de las penurias económicas de su hogar, le pidió que le facilitara colores que ésta, no sabemos si de acuarelas, témperas o tintes de pelo, se los facilitó y así Quico, convertido en un excelente pintor, adornó su máquina de tren con unos colores vivos negro y rojo, el “leñero” lo pintó de negro con unos adornos adamascados de color oro y los vagones de pasajeros, verde brillante. Todos los elementos con sus correspondientes ruedas y bielas de color rojo y radios de plata. Para el enganche de los distintos elementos del tren utilizó unos pequeños cáncamos con que engarzaba unas unidades con otras. El desplazamiento de todo el juguete lo realizaba utilizando una cuerda confeccionada a base de hilos gruesos que él mismo trenzó con una especie de puño que le servía para su buen manejo.

Ni que decir tiene que el día de la conmemoración de la venida de los Reyes Magos de Oriente, Quico se presentó en la plaza del pueblo con su tren de madera, donde todos los niños, que disponían de ellos, se reunían para mostrar sus regalos. Por sus llamativos colores y su perfecta construcción, los demás niños quedaron prendados de él a pesar de que disponían de juguetes electrónicos y teledirigidos como los Mercedes, Ferrari o Renault con que emulaban a los Hamilton, Raikonen o Fernando Alonso pero querían “probar” aquel tren tan vistoso dando con él una vuelta a la fuente de la plaza. Cuestión a la que Quico, en principio, se negó. ¡Cómo iba a ceder aquello que con tanto esfuerzo había construido¡.

Pero ante tal negativa los niños e, inclusive, algunos padres que los acompañaban, ofrecieron al huerfanito compensarle económicamente si se los prestaba, accediendo Quico finalmente y, cuando terminó la jornada, se encontró con que disponía de un buen capital, además de la promesa del ricachón del pueblo de cambiarle su tren por un coche teledirigido de carreras y darle cien euros encima, pues aquel juguete se le había antojado a su nieto.

Quico, con todo el dinero recaudado, pudo cumplir sus deseos: comprar a su madre un televisor para que, en sus escasos ratos de ocio, pudiera contemplarla al tiempo que disfrutar de un Renault como el de Fernando Alonso con el que tanto había soñado.

Moraleja: La constancia y la perseverancia en el esfuerzo dan por resultado conseguir los propósitos que se deseen.
 

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