No cabe duda de que las gentes que
pasan tantos meses en la mar, desde siempre, han corrido con
una serie de peligros que desconocemos quienes, ni siquiera
somos aficionados a esa parcela.
La antigüedad disfrazándolo de mito o haciendo de este tipo
de peripecias obras de arte, al menos en lo literario (véase
la Odisea, siglo VII antes de Cristo) nos ha dejado
innumerables pasajes en los que el marinero, navegante,
osado aventurero tuvo que superar multitud de aventuras
llenas de peligros, aunque al final, casi siempre,
terminaron en un desenlace feliz.
Pocas veces la literatura antigua, al narrar algún tipo de
aventura de esas, hace que la narración termine en un
desastre, a diferencia de lo que hoy, a cada paso, nos
encontramos con el “mar devorador de vidas humanas”, cuando
se trata de esos otros “aventureros” en busca del Edén de
Europa que tratan de llegar al continente europeo en todo
tipo de “barquichuelos”, a veces, preparados para que la
aventura no llegue a su final feliz, por desalmados que
antes de entregar ese tipo de embarcación y “esos papeles
mojados”, logran un pago anticipado como si fueran a hacer
una travesía de lujo.
La odisea a la que ahora me estoy refiriendo es de otro
calado, en su origen, luego, en su desarrollo y final,
termina casi como los otros, y si no ha terminado en
tragedia es porque el, ya famoso en Ceuta, Rhone, en su día
llegó a nuestro puerto, en el que ha permanecido varios
meses, y permanecerá todavía más, aunque sus marinos ya
hayan emprendido el regreso a su casa.
Hace un par de días que los últimos siete tripulantes del
barco turco abandonaron la Ciudad Autónoma. No se van todos,
se han ido siete y queda, todavía, uno por exigencias del
Gobierno turco.
Y llegados a este punto, lo primero que se me ocurre pensar
es: ¿Qué exigencias puede poner un Gobierno, sea al turco o
el que sea, a unas personas que han quedado abandonadas a su
suerte?.
Naturalmente, cada actividad tiene sus leyes y sus normas,
pero aquí la vida de una serie de personas ha estado a
expensas de la bondad, la generosidad y la caridad de
determinadas personas y organismos de Ceuta, para con esos
marineros.
También aquí el nombre de Ceuta ha quedado ondeando por
encima de cualquier tipo de bandera y los tripulantes y
marinos del “Rhone”, en su despedida, y deseosos de
encontrarse con sus gentes, nos dejan expresiones que hay
que saber guardar, desde hoy y para siempre:” Me llevo la
amabilidad y la simpatía de esta preciosa ciudad y su
gente”, es una de esas declaraciones que Ceuta podrá exhibir
en cualquier parte, así como:” Dar las gracias a todas las
personas que nos han ayudado”.
Bastan estas dos manifestaciones de despedida de unas gentes
que se han encontrado con algo que muy pocos en tierra, en
mar o en aire podrán comprender, como es eso de:”Nunca hemos
vivido una situación similar, en la que el armador haya
abandonado el barco y a su tripulación”.
Aquí el abandono es lo más extraño que nos podemos
encontrar, al tratarse del propio armador el que deja a la
ventura a los tripulantes de su barco y al propio barco. Uno
solo se queda en el Rhone, el barco, pues, no ha quedado
abandonado por parte de quienes lo sacaron de puerto.
Estamos ante la historia de unos marineros abandonados al
capricho del destino y que está llegando al final. Es la
Odisea en versión del siglo XXI.
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